La cumbre de los contaminadores


El acuerdo alcanzado en la 21ª sesión de la Conferencia de las Partes (COP21) de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (CMNUCC) fue calificado de “histórico” y se lo consideró un avance respecto de cumbres previas, como las de Copenhague y Lima, las cuales habían fracasado o marcado el paso en el mismo lugar. Sin embargo, el acuerdo de los 195 países para contener la elevación de la temperatura global a 1,5 ó 2 grados en relación con los niveles preindustriales de aquí a fin de siglo -suscripto también por China y Estados Unidos, que son los principales emisores de gases contaminantes- no guarda relación con los planes reales de los distintos países.


 


La cumbre sesionó en París bajo estado de excepción y en medio de la represión contra manifestaciones y movimientos ambientalistas. En cambio, decenas de grandes empresas del rubro energético financiaron el encuentro y participaron de los paneles junto a funcionarios de las distintas


potencias, lo cual muestra la orientación social del encuentro.


 


Así es el calor


 


El planteo de que el incremento de la temperatura no supere los 2 grados para fines del siglo XXI se contradice con los planes de emisión de gases de efecto invernadero presentados por los países. La suma de éstos indica un aumento no menor a los 3 grados, suficiente para hundir bajo el mar a países enteros (Tuvalu, Islas Marshall) y potenciar todos los efectos dramáticos del calentamiento climático: temperaturas extremas, sequías y desertificación, inundaciones y oleadas de refugiados que deberían huir de territorios que se vuelven inhabitables.


 


Aunque se habla de acuerdos jurídicamente vinculantes y revisión periódica de metas a partir de 2023, no se contempla ninguna penalización para los infractores, lo que deja librado el asunto a la relación de fuerzas en el tablero geopolítico mundial.


 


La lógica del capital


 


Bajo la presión de las petroleras, el documento no menciona ni una vez el reemplazo de las energías fósiles (petróleo, carbón, gas) por las renovables (eólica, solar, hidráulica). Al revés, los intentos de lograr una 'transición energética' hacia una economía de bajo carbono están perforados por los intereses del gran capital. Por ejemplo, se impulsan hoy en día técnicas de dudosa efectividad como la captura y almacenamiento de carbono (CCS por sus iniciales en inglés), que supuestamente permitirían recapturar y enterrar dichas emisiones (o, en el mismo sentido, el aliento de la energía nuclear).


 


La adopción de estas técnicas abriría un fabuloso negociado con subsidios estatales y con créditos de carbono, según denuncia la investigadora Silvia Ribeiro (Sin Permiso, 15/12).La mayoría de los análisis sobre la cumbre climática, aun los críticos, no han conectado el problema con la crisis capitalista en curso. ¿Por qué los países centrales financiarían el cambio climático -Fondo Verde para el Clima- en momentos en que saquean a la periferia por medio de ajustes y memorándums? En particular, bajo una etapa de bancarrota como la actual, el capital alienta las salidas “baratas” como parte de su intento de escapar a la tendencia declinante de la tasa de beneficio. En este sentido deben leerse catástrofes como el derrame de la Britisth Petroleum en el Golfo de México, el desastre nuclear de Fukushima, el escándalo de los motores contaminantes de Volkswagen, la expansión de la frontera agrícola o la exportación de tecnologías contaminantes a la periferia, como lo vemos en el accionar de los pulpos mineros en nuestro país o la radicación de Botnia en Uruguay.


 


La solución al problema del calentamiento global, que es el problema de la supervivencia de la humanidad, aparece atado al futuro de la revolución mundial.