La dictadura del proletariado y la prehistoria bárbara de la humanidad

Según Ollivier, la necesidad de abandonar el planteo de la dictadura del proletariado es el resultado de una “dramática experiencia histórica”. Incluye aquí los “errores” de Lenin y Trotsky que, en nombre de la dictadura del proletariado, “tomaron medidas que asfixiaron progresivamente la democracia en el seno de las nuevas organizaciones revolucionarias”.


Revolución y contrarrevolución


El análisis de Ollivier retoma de este modo toda la tradición liberal-anarquista que trazó un hilo de continuidad entre los revolucionarios rusos y el régimen de Stalin. Es decir que el germen de este último se encontraría en los “desvíos” de los primeros. Este planteo apunta a opacar o negar el antagonismo irreconciliable entre la política de la revolución (bolcheviques) y la de la contrarrevolución (stalinismo). Pero este antagonismo es el punto fundacional de la IV Internacional, a la cual curiosamente Ollivier pretende seguir perteneciendo. El paso siguiente a la eliminación de la “dictadura del proletariado” será, por eso, la abolición de la referencia a la IV Internacional.


El punto central es, entonces, la revolución; la “dictadura del proletariado” es la conclusión inevitable de las necesidades de la propia revolución, o sea del choque a muerte entre dos poderes erguidos el uno frente al otro. Ollivier equipara el “poder de los trabajadores”, no con la dictadura sobre la burguesía sino con la “democracia política”, o sea con su contrario, las garantías políticas y sociales para la burguesía. Pero, si el “poder de los trabajadores” es igual a la democracia política y, para agregar confusión, a la “democracia socialista”, la revolución social no solamente es innecesaria: ha quedado superada históricamente como procedimiento de transformación de la sociedad. Inversamente, si la revolución es imprescindible es porque sólo con un proceso autoritario, de fuerza, violentando el orden existente, el proletariado y los explotados pueden quebrar la maquinaria estatal de la burguesía, es decir, la dictadura del capital (aun bajo sus formas democráticas).


Historia y moral


Ollivier menciona las “circunstancias excepcionales” que forzaron medidas despóticas de la dirección bolchevique pero ni siquiera explica en qué consistían: la revolución acosada por la invasión de más de una decena de países, el terror blanco. En similares circunstancias, Ollivier promete ofrecer la otra mejilla de la democracia. Como dice el intelectual ruso Boris Kagarlitsky, entre sobrevivir a la Lenin y perecer a la Allende, prefiere esta última porque, según él, tiene mayor calidad moral. Habrá que preguntar si piensan lo mismo los miles de asesinados por Pinochet y el conjunto de la clase obrera chilena, que fue empujada cincuenta años atrás en su historia.


Trotsky y la democracia


Ollivier cita a Trotsky cuando define a la dictadura del proletariado como “expansión suprema de la democracia proletaria”. Pero no hay otro valor “supremo” que la misma revolución, como lo recuerda el propio Trotsky:


“…Para mí la dictadura revolucionaria de un partido proletario no es algo que se pueda aceptar o rechazar libremente: es una necesidad objetiva que nos impone la realidad social – la lucha de clases, la heterogeneidad de la clase revolucionaria, la necesidad de una vanguardia revolucionaria para asegurar la victoria. La dictadura de un partido, como el propio Estado, pertenece a la prehistoria bárbara, pero no podemos saltar este capítulo que puede abrir (no de un solo golpe) el camino a la auténtica historia humana (…). El partido revolucionario (vanguardia) que renuncia a su propia dictadura entrega las masas a la contrarrevolución. Hablando en términos abstractos, sería muy bueno que la dictadura del partido pudiera ser sustituida por la ‘dictadura’ del pueblo trabajador en su conjunto, pero eso implica un nivel de desarrollo político de las masas tan elevado que no podrá jamás ser alcanzado bajo las condiciones creadas por el capitalismo. La razón de la existencia de la revolución proviene del hecho de que el capitalismo no permite el desarrollo moral y material de las masas” (Dictadura y Revolución, tomo VII, volumen III, 1937; citado por Rui Costa Pimenta en la revista En defensa del Marxismo, Nº 2, diciembre 1991).


Quien quiera puede “abandonar” la estrategia de la dictadura del proletariado, pero no en nombre del poder de los trabajadores y de la revolución social. Si tuviéramos que dejar de lado la “dictadura de la clase obrera” en razón de los crímenes cometidos en su nombre, no vemos porque habríamos de reemplazarla por el planteo de la “democracia” en cuyo nombre el imperialismo y los explotadores no han dejado de acumular cadáveres en el devenir histórico. No enfrentamos un problema discursivo o pedagógico sino el problema de la delimitación de campos entre la contrarrevolución y la revolución. Algo que el SU y la LCR han abandonado.