La discusión sobre el “cambio climático”

UNA LUCHA DE BUITRES


El G-8, que agrupa a las principales potencias imperialistas, se apresta a protagonizar un estruendoso fracaso en su reunión anual que acaba de comenzar en Alemania. Sus miembros se han revelado incapaces de llegar a un acuerdo acerca de cómo enfrentar el “cambio climático”.


La elevación de la temperatura del planeta, como consecuencia de la quema de combustibles fósiles (petróleo, carbón) que produce el llamado “efecto invernadero”, amenaza con provocar consecuencias devastadoras para numerosas especies animales y vegetales, desertificar regiones enteras actualmente productoras de alimentos y derretir una parte de las aguas congeladas en los polos, lo que produciría enormes inundaciones en las ciudades costeras… donde se concentra la mayoría de la población mundial. Frente a esta perspectiva, que ya está comenzando a concretarse, el imperialismo mundial está mortalmente dividido.


La Unión Europea y Japón plantean que los países industrializados se comprometan a reducir sus emisiones de dióxido de carbono, en la línea del Acuerdo de Kyoto de 1990. Ese acuerdo se proponía llegar al 2012 con emisiones un 5% inferiores a las de 1990. La UE plantea ahora llegar al 2050 con emisiones un 50% inferiores a las de 1990.


Estados Unidos, que no firmó el Protocolo de Kyoto, continúa rechazando cualquier limitación obligatoria a las emisiones de gas carbónico. Es el mayor emisor y el país que depende en una mayor medida que cualquier otro de la energía fósil. El rechazo a la limitación de las emisiones es compartido por los republicanos y sus opositores demócratas.


China, India y la mayoría de los “países en desarrollo” también rechazan el Protocolo de Kyoto y las nuevas limitaciones que reclaman Europa y Japón. “Primero alcanzaremos los niveles de desarrollo necesarios y sólo después vendrá la lucha contra el cambio climático”, acaba de advertir el canciller chino.


Bush, por su parte, presentó su propio programa “climático”: acuerdos voluntarios de reducción de emisiones, negociados bilateralmente entre los principales países industriales (incluyendo a Brasil, China e India). Por esta vía, Bush espera imponer una agenda favorable a los intereses norteamericanos.


Kyoto: especulación financiera y corrupción


El tratado firmado en Kyoto en 1990 fue un fracaso mayúsculo… y no sólo porque Estados Unidos, China e India (entre otros) se negaran a suscribirlo.


Para alcanzar la meta propuesta de reducción de emisión de gases, el tratado estableció lo que dio en llamarse “bonos verdes”. Cada bono verde (o crédito de carbono o certificado de reducción de emisiones, como se los conoce) se emite por tonelada de gases efecto invernadero que se evita liberar a la atmósfera; son emitidos por una oficina de la ONU. El titular del proyecto “limpio” vende esos créditos para recuperar parte de la inversión. “Su principal comprador es el Banco Mundial; hay países que han creado fondos con apoyo de la entidad para luego colocar los bonos en mercados como el de Londres” (El Cronista, 4/6).


En lugar de reducir las emisiones, Kyoto dio lugar a un gigantesco negociado financiero, con bancos que colocan títulos y cobran comisiones. Que el centro de esas transacciones sea Londres explica el apoyo de Gran Bretaña (y de la Unión Europea) a una “profundización” del acuerdo de Kyoto.


En este cuadro, dominado por el capital financiero y la especulación bursátil, no debería sorprender que se afirme que “los bonos ecológicos producen corrupción” (ídem). Ocurre que hay países que generan “supergases” (como los que se usan para la refrigeración), con el único objeto de presentar más tarde “proyectos de reconversión” que les permitan emitir “bonos verdes”. En la Bolsa de Londres, los “bonos de supergas” (producido básicamente por las grandes potencias industriales) tienen una cotización bastante superior a la de los “bonos de dióxido de carbono”. Es decir, que los “corruptos” se llevan la mejor parte del negocio financiero.


Como siempre ocurre, los artículos del “protocolo de Kioto (que) preveían la ayuda de países de desarrollo a los más pobres en la lucha contra el cambio climático” nunca se entraron en vigencia.


Lo que está en juego


Detrás de las divergencias entre Bush y los europeos, lo que asoma es una descomunal pelea acerca de qué grupos y qué ramas económicas serán las beneficiadas con las políticas que están en marcha para combatir el “cambio climático”. En apenas dos años, entre 2004 y 2006, “la inversión global en generación de energía renovable, biocombustibles y tecnologías de bajo consumo de carbono [saltó] de 28.000 a 71.000 millones de dólares. Las cotizaciones bursátiles de las compañías de energía “limpia” se han disparado (La Nación, 2/6).


Bush defiende la utilización de la energía nuclear y de los biocombustibles. En este último terreno, firmó recientemente un acuerdo con Brasil y pretende la extensión de los biocombustibles a toda Asia. Las empresas automotrices, Monsanto y hasta las petroleras respaldan este curso hacia el biocombustible. “Nerviosas ante la posibilidad de ser superadas, las petroleras, los fabricantes de automóviles y las firmas generadoras de energía están incrementando sus inversiones en energía renovable y biotecnología” (La Nación, 2/6).


El gobierno norteamericano sostiene que el reemplazo de la energía contaminante por la “limpia” se producirá como consecuencia de los “mecanismos de mercado”: el aumento de los precios del petróleo impulsaría el crecimiento de las inversiones en energía “limpia”. A su vez, mayores inversiones implicarán una rebaja en el precio de esas formas de energía.


El carácter anti-ecológico de la posición europea queda en evidencia cuando se toma en cuenta que lo que reclama es profundizar el fracasado protocolo de Kyoto. Además, como Bush, la Unión Europea respalda el desarrollo de la energía nuclear (a la que no se sabe por qué denomina “limpia”). Pero, a diferencia de Estados Unidos, ha tomado la delantera en el desarrollo de energía a partir del hidrógeno. Para financiar este desarrollo, Europa pretende “obligar a pagar al que contamina”, es decir a Estados Unidos.


Esta disputa entre los pulpos y sus Estados empantana al G-8.