Estados Unidos

La elección norteamericana, síntoma de una enorme crisis política

Biden se acerca al triunfo, Trump denuncia fraude y quiere judicializar el resultado.

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Biden en estas horas va remontando la elección, luego de que los primeros datos del conteo dieran ganador a Trump. Al mediodía argentino y media mañana en Washington, la ventaja de Biden en votos generales se mantiene alrededor de dos millones y medio de votos y dos puntos porcentuales y la proyección de los delegados asignados al colegio electoral más los que da el conteo en este momento en los estados que siguen computando (con Biden ganando Nevada, Arizona, Wisconsin, Michigan y tres de los cuatro que se reparten en Maine y Trump llevándose Pensilvania, Carolina del Norte y Georgia) darían exactamente los 270 electores a Biden para consagrarse presidente, con Trump en 265. La polarización evidenciada es más impactante todavía si se tiene en cuanta los niveles récord de participación y el apoyo extremadamente marginal recogido por variantes fuera de los dos grandes partidos. En Nevada, Michigan y Wisconsin la diferencia entre Trump y Biden es en este momento menor a un punto porcentual, con lo cual la cantidad de votos que faltan podrían todavía modificar este resultado. La proyección de votos al congreso le da en este momento una ventaja a los republicanos en ambas cámaras, aunque esto puede también volver a modificarse en el conteo.

Trump estuvo estas horas planteando que se dejen de contar votos, con el famoso argumento de la poca fiabilidad de los votos por correo, para aferrarse a la foto de su ventaja en el escrutinio. Desde las primeras horas de conteo, y aún cuando aparecía encabezando el computo, Trump predeciblemente planteó que hay fraude y que quiere apelar hasta la corte suprema para que le adjudiquen la elección, anulando los votos por correo. Como lo ha planteado en forma explícita, va a recurrir a todos los mecanismos a su alcance para aferrarse al poder.

Trump todavía considera que está al alcance de un golpe de mano repetir por tercera vez en veinte años la captura de la Casa Blanca por un presidente republicano con una minoría del voto general, como George W. Bush en el año 2000 y él mismo en 2016. Esta distorsión de la voluntad popular por diseño del sistema constitucional se repite también en el Senado y garantiza una sobrerrepresentación de las zonas rurales que favorecen donde predomina la política conservadora y reaccionaria más extrema. La democracia burguesa norteamericana, que ha sido la excusa para incontables aventuras militares imperialistas desde hace más de un siglo demuestra su carácter de estafa, una vez más.

 

Frente a las amenazas golpistas de Trump, Biden llamó a tener “paciencia” mientras se siguen contando los votos. Está confiado en que el apoyo del gran capital, las fuerzas armadas y el aparato de inteligencia e incluso los cuadros históricos del Partido Republicano pre-trumpista le aseguren un traspaso ordenado. Wall Street está festejando la remontada de Biden con un alza en las cotizaciones. Como hemos dicho en Prensa Obrera, Biden es el candidato del gran capital y éste ha puesto sus recursos en la pelea para evitar una crisis política mayor. El senador republicano Marco Rubio se diferenció abiertamente de Trump, diciendo que no había que proclamar ningún ganador hasta que se cuenten todos los votos emitidos.

Trump descontaba estos apoyos a Biden y mantiene su apuesta, aunque el hecho de que la mayoría de la clase dominante y el aparato del Estado rechacen su coqueteo con una aventura golpista es un condicionante fuerte.

Existen desde anoche manifestaciones, como las de Black Lives Matter que se concentraron frente a la Casa Blanca. Numerosas organizaciones gremiales han planteado la necesidad de tomar medidas de lucha si avanza un intento golpista. La dirección del Partido Demócrata quiere evitar cualquier confrontación que pueda abrir una rendija a un protagonismo popular mayor, que luego será un condicionante a un futuro gobierno.

Que un presidente que transformó la principal potencia del mundo en el país más expuesto a la pandemia, que presidió una de las crisis económicas más grandes de la historia del capitalismo y una seguidilla de escándalos y crisis internas sin precedentes esté peleando la reelección es una anomalía profunda, gane o pierda. Esto se asienta, por un lado, en la envergadura de la impasse capitalista que se viene agravando y que ha sido el caldo de cultivo para que que prosperen regímenes de poder personal y de cuño nacionalista en todo el mundo y por el otro, en el nulo atractivo de su oposición como alternativa superadora frente a esta crisis. La tentativa bonapartista de Trump pretendió expresar una salida a la crisis preexistente, que se expresó en las tensiones sociales en el gobierno de Obama. No logró, sin embargo, nunca consolidar ese proyecto político, entre el impacto de la crisis mundial renovada, los choques con las masas y el estallido de una rebelión popular dentro de sus fronteras , una derrota electoral de medio término y la división del aparato político en que se apoyó para llegar al poder.

Trump de alguna manera ha ofrecido un enfoque (extremadamente reaccionario) a cómo enfrentar la realidad de la declinación de EEUU como potencia imperialista y de su hegemonía a nivel global . Ha ganado para esta perspectiva incluso a sectores de masas, promoviendo agrupamientos derechistas de diverso tipo desde el Estado para profundizar esa agitación.

El carácter conservador de la formula Biden-Harris y de toda su campaña le ha regalado un enorme terreno a Trump. El ala izquierda, los Bernie Sanders y Alexandra Ocasio-Cortez, ha terminado asimilándose al aparato del Partido Demócrata a contramano de las expectativas que habían despertado en sectores de masas con planteos de reformas. Esta izquierda ha renovado y ampliado sus bancas y defendido el voto al candidato del gran capital. La contradicción entre su crecimiento al calor de la radicalización de masas (los Demócratas Socialistas de América ya pasaron los 70 mil miembros) y su derechización es algo que el próximo periodo pondrá en juego.

La campaña de Biden no ha hecho planteo alguno que integrara los reclamos de los millones que ganaron las calles del país en este año, más que en ningún otro momento en la historia del país. Biden se inclina por un gabinete con ex funcionarios de George Bush, no con Bernie Sanders. La idea de una “normalización” del país que pregona Biden  no tiene sustento en medio de un mundo convulsionado y una decadencia histórica de Norteamérica. No se puede retrotraer las agujas de la historia: Estados Unidos no puede volver al status quo anterior

Ha sido la contención a las luchas de masas que operaron los demócratas y la escandalosa tregua de la burocracia sindical de la AFL-CIO frente a una masacre social de los trabajadores lo que permitió a Trump reponerse políticamente del knockout que la rebelión contra la militarización de la sociedad le había propinado hace sólo 6 meses. Los demócratas no sólo rechazaron que se concentren las luchas contra Trump hasta desarticular su poder político sino que participaron junto a Trump en la represión brutal contra las masas. Los izquierdistas que rechazaron la consigna de “Fuera Trump Ya” argumentando que esto se leería en clave de apoyo electoral a los demócratas se adaptaron objetivamente al bloqueo de éstos a que la crisis política se resuelva en términos de acción directa y movilizaciones de masas.

El resultado todavía está abierto. La enorme polarización política y social que se ha instalado en EEUU se va a seguir desarrollando. Los trabajadores deben buscar los métodos de acción directa y deliberación colectiva para intervenir independientemente en esta conmoción política y social.

El planteo de ganar las calles y la huelga general frente a un intento golpista de Trump merece el apoyo de todo el activismo obrero y combativo. Para impedir un golpe no se puede confiar en las instituciones del Estado burgués, ni la dirección de los demócratas. Se trata de extender la deliberación ya mismo, con asambleas en lugares de trabajo y barrios, que tomen definiciones políticas y organizativas. No se trata de un apoyo político a Biden, sino de rechazar cualquier pasividad frente a la pretensión de conformar como salida a esta crisis un gobierno basado en la represión policial y la movilización de la ultra derecha, que sería un punto de apoyo para la destrucción de las organizaciones de los luchadores de Estados Unidos.

Cualquier gobierno que se conforme será débil, con un apoyo parcial fruto de esta profunda división. Una intervención de las masas condicionará al gobierno futuro y abrirá un camino para pelear por todas las necesidades urgentes que siguen planteadas frente a la represión, el racismo, la pobreza, el desempleo y el desamparo sanitario.

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