La explotación del trabajo infantil

El número de niños menores de 14 años obligados a trabajar se ha más que duplicado en los últimos años. Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), superan los 250 millones en todo el mundo, con el agravante de que “la explotación de los niños en empleos industriales peligrosos y en el comercio sexual (prostitución) están creciendo”. El trabajo doméstico de los niños no ha sido incluido en esta estimación debido a su naturaleza ‘oculta’ y, en consecuencia, “los estadígrafos de la OIT aceptan que el verdadero número puede ser mucho más alto” (1 ). La anterior estimación de la OIT, de 1995, calculaba el número de niños trabajadores en 73 millones. La Unicef –la agencia de las Naciones Unidas para la infancia– no se atreve, por su parte, a dar cifras, pero en su último informe sostiene que son “varios cientos de millones” (2 ).


El número de niños trabajadores alcanza los 153 millones en Asia, 80 millones en Africa y 18 millones en América Latina. En todos estos continentes, el trabajo infantil es un componente relevante de la fuerza de trabajo: el 22% en Africa, el 15% en Asia, el 8% en América Latina y Oceanía. La mitad de todos estos niños, informa la OIT, trabaja jornadas superiores a las 12 horas.


La escala que ha alcanzado el trabajpo infantil es una de las expresiones más significativas de la podredumbre del capitalismo. Esto porque, si como afirman los especialistas, uno de los rasgos distintivos del desarrollo es que “los niños consumen más de lo que producen” (3 ), estas cifras nos están indicando que el capitalismo, como sistema mundial, marcha decididamente hacia la barbarie.


Superexplotación


Los niños “trabajan jornadas más largas (en condiciones de trabajo más penosas) y son los peor pagos de todos los trabajadores” (4 ). En los países atrasados, el trabajo infantil es relevante “en la minería, en la agricultura, en las fábricas de vidrio y de cerámica, en la pesca de profundidad, en la construcción y en los servicios domésticos. Algunas de las peores condiciones de trabajo están en las fábricas que producen bienes para la exportación bajo contrato de multinacionales occidentales” (5 ). Los ejemplos aterran.


En la India trabajan 44 millones de niños (aunque algunos estudios elevan esta cifra a 100 millones). En las fábricas de vidrio hindúes, uno de cada cuatro obreros son niños que trabajan jornadas de 14 horas –en hornos a temperaturas que oscilan entre los 1.500 y 1.700 grados–, por un salario de 40 centavos (de dólar) por día. En Malasia, los niños trabajan hasta 17 horas por día en las plantaciones de caucho, bajo la amenaza de las picaduras de insectos y víboras. En Brasil trabajan 7 millones de niños, muchos de ellos en las plantaciones de azúcar, donde cortan la caña a machetazos, lo que ha provocado decenas de miles de amputaciones accidentales de dedos, manos y pies. En la India, niños de hasta tres años trabajan en las fábricas de fósforos, respirando un aire envenenado por azufre y asbesto. Los niños que trabajan en las plantaciones de café de Tanzania son sistemáticamente rociados con pesticidas. En Colombia y Perú, niños menores de ocho años trabajan en fábricas de ladrillos. En Sri Lanka, el número de muertes provocado por las enfermedades pulmores causadas por los pesticidas (que los niños respiran en las plantaciones) supera el número total de muertes causadas por todas las restantes enfermedades infantiles. En Nepal, los niños constituyen un tercio de la fuerza laboral y están involucrados en el 40% de los accidentes laborales. Un aspecto fundamental de esta explotación es la prostitución infantil, para la cual se han montado redes mundiales en las que están atrapados millones de niños. Mucho del trabajo que realizan estos niños es, simplemente, trabajo esclavo.


La explotación del trabajo infantil está muy lejos de ser una peculiaridad de los países atrasados; al contrario, “los niños trabajan en todos los países industrializados” (6 ). En Portugal se emplean niños menores de doce años en la peligrosísima industria de la construcción; en Italia, las curtiembres emplean niños porque –a diferencia de los mayores– no pueden protestar por el ambiente envenenado que allí se respira y por las insuficientes medidas de salubridad industrial. En Gran Bretaña, “el 66% de los chicos de 15 años ya sale a trabajar” (7 ). En los Estados Unidos, más de 100.000 niños están envueltos en la prostitución; un estudio referido a la utilización del trabajo infantil en las granjas del Estado de Nueva York revela que la mitad de los niños –en su mayoría latinos y asiáticos– han sido obligados a salir a trabajar cuando los pesticidas todavía estaban frescos, y que una tercera parte de ellos han sido directamente rociados (8 ).


El significado social del trabajo infantil


El explosivo crecimeinto de la explotación infantil es la directa consecuencia de lo que los apologistas del capitalismo caracterizan como sus tendencias más‘modernas’ y ‘globalizadoras’. Ya se ha señalado, más arriba, por ejemplo, que la ‘tercerización’ y la ‘subcontratación’ de la producción por los grandes pulpos imperialistas en los países atrasados, es una de las causas fundamentales de la explotación del trabajo infantil.


Según la Unicef, “la masa de niños que pueden ser explotados aumentó dramáticamente como consecuencia de los desarrollos económicos de la última década y media” (9 ), precisamente la que los apologistas del capitalismo nos presentan como una de las de mayor ‘desarrollo’ y ‘progreso’.


“Los programas de ajuste estructural impuestos a los países en desarrollo por el FMI y el Banco Mundial han significado recortes en los gastos sociales que han golpeado a los pobres desproporcionadamente. En Zimbabwe, por ejemplo, informes gubernamentales y de la OIT han ligado directamente la explosión del trabajo infantil al impacto del ajuste estructural” …”Un sustancial incremento del trabajo infantil ha ocurrido en Europa Central y del Este como resultado del abrupto cambio de una economía centralmente planificada a una de mercado” … “Mientras tanto, el crecimiento del sector servicios y la búsqueda de una fuerza de trabajo cada vez más flexible en los países industrizados, como Estados Unidos y Gran Bretaña, han contribuído a la expansión del trabajo infantil” (10). En resumen, el pago de la deuda externa y los ‘planes de convertibilidad’, la restauración capitalista en los ex Estados Obreros y la presión social del capitalismo por liquidar las conquistas sociales de las masas (‘flexibilización’) son los motores del explosivo crecimiento de la explotación infantil.


En todos lados, el crecimiento del trabajo infantil ha ido de la mano de otro proceso que grafica el carácter retrógrado y parasitario del capitalismo: la destrucción de la educación pública. “La educación está desfinanciada y en declinación”, sostiene la Unicef, que informa que “el gasto educativo per cápita ha declinado significativamente”: en todas las regiones (es decir, incluídas las potencias imperialistas), el gasto por estudiante en la educación superior cayó durante la década del 80; en los países atrasados –en particular en Africa y en América Latina– cayó incluso el gasto por estudiante de educación primaria. Como consecuencia, junto con el trabajo infantil crece el número –absoluto y relativo– de analfabetos.


Con el crecimiento del trabajo infantil –en un cuadro de una creciente desocupación mundial–, los niños asumen un peso creciente en el sostenimiento de sus hogares: en Paraguay, los niños producen el 25% del ingreso familiar de las familias trabajadoras; en Perú, el 16%. No hay datos de Africa o Asia, pero todo indica que estas proporciones deben ser, incluso, superiores. Para encontrar una época histórica en la que el trabajo infantil fuera una parte tan sustancial de los ingresos de la familia trabajadora, un especialista debió retroceder ¡dos siglos!… hasta la Inglaterra rural de fines del siglo XVIII (11).


La crisis capitalista –y la necesidad de encontrarle una ‘salida’ mediante la superexplotación de las masas y la destrucción de sus conquistas– se expresa en la creciente explotación del sector más débil e indefenso de la clase trabajadora mundial: los niños. “Los niños son contratados –reconoce la Unicef– porque son más fáciles de explotar”. “Los empleadores –enfatizan otros autores– se benefician con la docilidad de los niños, reconociendo que esos trabajadores no pueden legalmente formar sindicatos para cambiar su situación” (12). En otras palabras, los capitalistas les aplican a los niños lo que no pueden aplicarle a la clase obrera adulta: la plena ‘flexibilización’, el ‘contrato individual’ y la destrucción de los sindicatos.


El trabajo infantil no es una ‘aberración’, sino un componente fundamental del capitalismo ‘moderno’: la destrucción física y psíquica de los niños en las fábricas, en las plantaciones y en los prostíbulos, crea una masa de superbeneficios que no podrían ser obtenidos de otra manera. Por ejemplo, la eliminación del trabajo infantil (250 millones de trabajadores) permitiría reducir directamente en un 25% la masa de desocupados mundial (1.000 millones de personas) e indirectamente, todavía más, por las necesidades de educación de esa masa de niños; esto es inaceptable para los capitalistas, porque el reforzamiento social de la clase obrera que produciría la eliminación del trabajo infantil -y las consecuentes luchas por mejoras salariales y en las condiciones de trabajo- derrumbaría los beneficios.


La tercera parte de la niñez del globo está sometida a la más brutal explotación, mientras la clase obrera adulta sufre el desempleo masivo y los trabajadores mayores son las víctimas de la destrucción de los sistemas de previsión social en todo el mundo. Todo esto, mientras se amasan miles de millones de beneficios especulativos y se sostiene una industria armamentista de billones de dólares. La explotación de los niños termina de pintar el cuadro inequívoco de la descomposición y el parasitismo capitalistas.


Frente a semejante catástrofe, sin embargo, los especialistas no logran dar otras soluciones que una inútil exhortación humanitaria a los capitalistas y a sus gobiernos, y el repetido reclamo de una legislación … que pasa por alto el completo fracaso de la ya existente para impedir la explotación de los niños. Baste decir que países como la India, Brasil, Paquistán o Sri Lanka –donde los niños son explotados por millones– suscribieron la ‘declaración universal de los derechos del niño’…


Como en el pasado, la única limitación a la explotación de los niños sólo puede provenir de la lucha obrera por acabar con el verdadero motor de esta barbarie: la explotación capitalista.


En la Argentina


Aunque el trabajo de los menores de 14 años está prohibido desde 1907, más de 250 mil chicos trabajan en la Argentina. La cifra ha sido suministrada por la Unicef, aunque sus propios especialistas sostienen que “el trabajo infantil suele estar muy subregistrado” (Página 12, 11/12).


Como en todo el mundo, también en la Argentina el crecimiento de la explotación infantil –incluída la prostitución de menores– es explosivo, como consecuencia del desempleo creciente de los mayores –lo que obliga a los chicos a sostener a sus familias– y de la destrucción de la educación. Los datos disponibles para la población rural muestran que el número de niños que trabajan pasó del 2,7% de la población económicamente activa en 1988, al 4,2% en 1995; un incremento superior al 50% en apenas siete años. El 30% de los niños que viven en el campo están obligados a trabajar, la mayoría de las veces porque los contratos para las cosechas incluyen al trabajador y a toda su familia.


Estos promedios son, apenas, una alquimia estadística: en las áreas urbanas, el 25% de los niños de las familias con ‘necesidades básicas insatisfechas’–por debajo de la línea de pobreza– son obligados a trabajar, una gran parte de ellos antes de los 10 años.


Como en todo el mundo, estos niños son sometidos a las condiciones más brutales de explotación, sin protección social alguna (puesto que para la ley no existen como trabajadores) y sometidos, en muchos casos, a la persecusión policial.


Los sindicatos no han dicho una sola palabra de esta destrucción de la familia obrera y de las condiciones de trabajo del conjunto de la clase obrera.