La guerra contra Irán está en marcha

Los tambores de un ataque norteamericano a Irán retumban cada vez con mayor fuerza.


No se trata sólo de las diarias declaraciones provocativas de Bush, su vicepresidente Cheney o el presidente francés, Sarkozy. El canciller ruso, Serguei Lavrov, advirtió públicamente que “nos preocupa especialmente la multiplicación de informaciones según las cuales se analiza seriamente una acción militar contra Irán” (El País, 19/9). El hombre recibe informaciones de uno de los servicios de inteligencia más eficientes del mundo.


En este cuadro de amenazas y provocaciones, Israel lanzó una operación aérea ultra-secreta contra Siria. Fue una operación en gran escala, con una decena de los más modernos aviones israelíes especialmente acondicionados para recorrer grandes distancias, un avión de espionaje electrónico y unidades de élite que operaron en tierra para señalar los blancos; Estados Unidos la respaldó incondicionalmente. Todo indica que se trató de demostrar que Israel tiene la capacidad de golpear a largas distancias. Un general retirado turco certificó que el ataque fue “un ensayo para ir a Irán (…) ya que Israel no necesita aviones con tanques suplementarios para alcanzar un blanco en Siria” (countercourents.org, 18/9). Turquía es un antiguo aliado militar de Israel.


Al mismo tiempo, Estados Unidos financia la actividad de grupos guerrilleros kurdos y de otras minorías que tienen base en el Kurdistán iraquí y operan dentro de Irán. Para impedir estos ataques, Irán acaba de cerrar su frontera con el Kurdistán iraquí.


El escenario está montado. Sin embargo, la inmensa mayoría del ‘establishment’ político y diplomático norteamericano se opone. El influyente Foreign Affairs afirma que “llegó la hora de la distensión con Irán”. Mucho más importante: “A diferencia de lo que ocurrió en la escalada que llevó a la invasión de Irak, el Pentágono se declaró contrario a una acción militar contra Irán” (La Nación, 18/9). ¿Habrá guerra?


Irán, el pantano iraquí


Irán está lejos de obtener la bomba, y su proceso productivo depende de tecnología extranjera. Incluso si la tuviera, su utilidad sería relativa: no podría usarla ya que se encuentra rodeado de potencias nucleares desarrolladas (Israel); las naves norteamericanas en el Golfo destruirían a Irán de manera inmediata.


Las presiones imperialistas sobre Irán se agravan en la misma medida en que se agrava la crisis de la ocupación de Irak. El gobierno del primer ministro Maliki está al borde del colapso. La crisis se agravó luego de que los ministros pertenecientes al movimiento encabezado por el clérigo chiíta Al Sadr abandonaran el gobierno. Al Sadr rechazó el acuerdo de la coalición chiíta gobernante con los kurdos y los norteamericanos para que los integrantes del partido Baas (el viejo partido de Saddam) puedan volver al gobierno. Al mismo tiempo, el asesinato del principal aliado sunita de los Estados Unidos ha puesto en duda la continuidad de la incipiente colaboración de algunos de los jefes tribales sunitas con los ocupantes.


El gobierno de Maliki está en minoría. “Sólo el apoyo de Irán y el cada vez más reticente apoyo norteamericano lo mantiene en su puesto” (El País, 16/9). En minoría en el parlamento, el gobierno no puede sacar las leyes que los norteamericanos consideran “claves” para la estabilización del país, en particular la ley petrolera.


En el terreno petrolero, las disputas son brutales. En el norte, los kurdos han declarado su “independencia petrolera” y han comenzado a firmar contratos por separado con firmas occidentales. El ministro de petróleo de Irak los declaró “ilegales”; los kurdos le respondieron que “no se meta en lo que no le importa” (The New Anatolian, 17/9).


En el sur, la riqueza petrolera en torno a Basora es objeto de una durísima disputa entre las diferentes milicias chiítas que luchan por apoderarse de la empresa estatal. El retiro de los británicos de Basora, derrotados por los milicianos, “amenaza con desatar una guerra total por el control de la industria petrolera” (The Christian Science Monitor, 19/9).


El impulso de los norteamericanos a los enfrentamientos sectarios —Sami Rasansi, de Musulmanes por la Paz, denuncia que los escuadrones de contrainsurgencia norteamericanos y mercenarios pagados por los ocupantes están detrás de los atentados más sangrientos (Brecha, 7/9)— no alcanza para sostener la ocupación.


Recurso de última instancia


También está la crisis en el Líbano. Hezbollah, después de haberse defendido exitosamente de la invasión sionista del año pasado, reclama un papel central en el gobierno. Sin acuerdo político, el Líbano puede ir a la guerra civil.


La crisis de la ocupación de Irak, el pantano libanés y la crisis palestina ponen en el primer plano el planteo que hace mucho formulara Kissinger y retomara, más tarde, la comisión encabezada por el ex canciller James Baker: la necesidad de un acuerdo internacional, que incluya a Irán, para “estabilizar” Irak y el Medio Oriente. Pero los acuerdos no parecen ni siquiera cerca y la situación continúa deteriorándose en toda la región.


En estas condiciones, un ataque a Irán podría ser el recurso de última instancia que se guarda el imperialismo.


Costos


Pero incluso como recurso de última instancia es extremadamente costoso.


Irán tiene acuerdos de colaboración militar y nuclear con Rusia. Rusia tiene la capacidad de convertir un ataque norteamericano a Irán en la “peor pesadilla” de la Casa Blanca (Stratfor, 18/9). Si Rusia proveyera a Irán de sistemas de defensa, radares, misiles y sistemas de comando, “la primera fase del ataque norteamericano —la supresión de la defensa aérea— sería muy costosa; la segunda fase —la batalla contra la infraestructura— se convertiría en una guerra de desgaste. Estados Unidos no podría forzar un cambio de régimen y debería pagar un alto precio por ello” (ídem).


¿Cuál es el precio que Rusia reclama para soltar la mano de Irán? Uno muy alto para los norteamericanos: según Stratfor, el retiro del apoyo norteamericano a Georgia, lo que dejaría a Rusia como árbitro indiscutido en el Cáucaso; el fin del apoyo norteamericano a las ONG que conspiran contra los gobiernos de Ucrania y Bielorrusia; la limitación del papel de la OTAN en los países del Báltico; terminar con cualquier discusión sobre la independencia de Kosovo y retirar los emplazamientos de misiles de la OTAN de los países de Europa del Este. Según Stratfor, Irak no vale tanto como para que los yanquis dejen que Rusia reahaga “los fundamentos de la antigua Unión Soviética”.


Impasse


El enorme costo de una operación militar —una campaña catastrófica o, alternativamente, la entrega a Rusia de Asia Central y las repúblicas que integraban la ex URSS— explica el rechazo del ‘establishmet’ político, diplomático y militar a una ‘aventura’ contra Irán.


Las alternativas en discusión dan cuenta de la profundidad de la impasse que enfrenta el imperialismo norteamericano en Medio Oriente, una región clave para sus intereses estratégicos. La invasión que debía, según Cheney, “redibujar el mapa de Medio Oriente”, ha convertido a toda la región en un gigantesco barril de pólvora.