La guerra en vísperas del invierno europeo

El riesgo de una guerra nuclear está más latente que nunca.

Está a la vista que la guerra en Ucrania se está agravando. Estados Unidos acaba de movilizar su legendaria División 101. A este hecho hay que darle la importancia que se merece. Ha vuelto a hacer pie en Europa, tras su intervención en la Segunda Guerra Mundial. Estos efectivos militares se encuentran ahora en Rumania. Es una primera brigada de la fuerza de elite norteamericana que es el corazón de las unidades estratégicas del Ejército de Estados Unidos. Son 4.700 paracaidistas que se han desplegado en pocas horas y sus vanguardias se encuentran a solo cuatro kilómetros de la frontera con Ucrania.

Se trata de una movida muy fuerte porque la 101 es una división operativa de pronta intervención. En caso de que esto se consumara, estaríamos ante un gran salto de la guerra pues implica la intervención directa de las fuerzas estadounidenses, lo que llevaría a una generalización del conflicto y al peligro de una conflagración mundial.

Escalada y amenaza de guerra nuclear

Se ha puesto énfasis en que la presencia estadounidense obedece al peligro de una nueva ofensiva de Rusia sobre Kiev, que estaría insinuándose en la acumulación de tropas rusas y bielorrusas en territorio de Bielorrusia. De todos modos, parece bastante poco consistente esta hipótesis cuando Moscú fracasó en este propósito, lo cual lo obligó a replegarse y concentrar su campaña militar en las regiones fronterizas de Ucrania con Rusia. Resulta improbable una nueva aventura militar en momentos en que en el teatro de operaciones las tropas rusas no avanzan sino que retroceden en el este y también en el sur. Los efectivos militares no pueden defender el territorio en que acaba de celebrarse el plebiscito de anexión y hay un éxodo de población civil en medio del avance de las tropas ucranianas.

Lo cierto es que con el correr de los meses, con el empantanamiento y vulnerabilidad que se viene registrando de las fuerzas militares rusas y en especial con el éxito de la contraofensiva ucraniana, las potencias de la Otan y, en primer lugar Estados Unidos, ven la oportunidad de asestarle un golpe serio a Rusia, lo que incluye provocar una alteración del régimen político. Confirma que las declaraciones de Biden al inicio del conflicto planteando la necesidad de voltear a Putin estaban lejos de ser un exabrupto. En los planes del Pentágono y la administración norteamericana, Rusia y China, y en especial esta última, son exhibidos como los enemigos estratégicos principales. El imperialismo pretende forzar un cambio del tablero mundial. Un desenlace favorable contra Rusia es un tiro por elevación contra el gigante asiático, en momentos en que en Asia asistimos a un salto en la escalada militar, diplomática y económica articulada desde Washington y que apunta sus cañones contra China.

En este contexto, no debe sorprender que sea Zelensky quien se niega a abrir una negociación, dándole la espalda a los ofrecimientos de Putin en la materia. El líder ucraniano, sin embargo, no actúa solo sino en consulta permanente con Washington. El gobierno ucraniano ha señalado que un arreglo no solo pasa por la devolución de los territorios recientemente ocupados sino también de Crimea.

La línea que prevalece es un reforzamiento de la escalada y patear cualquier arreglo. El desembarco yanqui se suma al desplazamiento de 100.000 hombres de la llamada fuerza rápida de la Otan en las fronteras de Europa del Este con Rusia. Y a la nueva entrega de armamento, empezando por los temibles misiles Himars que podrían hacer blanco en territorio ruso más allá de las fronteras. A la par de eso, está en discusión el suministro por parte de Francia de aviones de combate, que podría neutralizar la superioridad aérea que tiene Rusia y provocar un vuelco sensible de la guerra. Merece ser seguido con atención el atentado contra el puente Kerch que une Rusia con Crimea, pues es un aviso de que el teatro de operaciones puede extenderse. Entretanto, la ofensiva ucraniana tiene como prioridad avanzar en el sur y se concentra, en especial, sobre la estratégica localidad de Jerson. Su reconquista quebraría la principal vía de comunicación y abastecimiento entre los territorios del sur y el este ucraniano ocupados y aislaría Crimea. Y permitiría seguir preservando el control de Odesa, el principal puerto ucraniano, evitando su caída en manos rusas. Aunque para eso deberá doblegar al Ejército ruso, que viene concentrando sus fuerzas en Jerson y se prepara para resistir. La ofensiva ucraniana no será un paseo y augura un baño de sangre.

La respuesta de Moscú ha sido el lanzamiento masivo de los drones kamikazes iraníes, aprovechando que uno de los puntos débiles de Ucrania es la falta de un adecuado escudo antimisiles capaz de neutralizarlos. Estos ataques vienen destruyendo parte de las instalaciones eléctricas ucranianas y dejando a oscuras a la población, y, de un modo general, hacen destrozos y perjudican ante todo a los civiles pero no modifican la situación militar en los campos de batalla.

El reclutamiento dispuesto por el Kremlin para reforzar el frente reveló falencias en las condiciones de alojamiento, de entrenamiento y combate. “Videos en medios sociales rusos mostraban a hombres reclutados que se quejaban de acuartelamientos abarrotados y sucios, retretes que rebosaban de desperdicios y falta de comida y medicamentos. En algunos, los hombres enseñaban armas oxidadas” (La Nación, 27/10).

El decreto de Putin de movilización parcial no detallaba los criterios del reclutamiento ni decía cuántos habría. Las protestas contra la leva han sido reprimidas con dureza y decenas de miles de hombres huyeron de Rusia a países vecinos para evitar alistarse. “Hay abundantes reportes de citaciones entregadas a personas sin experiencia militar. La policía dio el alto a hombres en las calles de Moscú y otras ciudades, o hizo redadas en hostales para detener a huéspedes en edad de combatir. A menudo, las oficinas de reclutamiento se saltaban las revisiones médicas obligatorias.

La acelerada llamada a filas difícilmente logrará otra cosa que ‘hacer más lentos los avances’ de las tropas ucranianas en la guerra iniciada hace ocho meses, según dijo en una entrevista el analista militar y profesor visitante en la Fletcher School de la Universidad Tufts, Pavel Luzin. Moscú simplemente está ‘prolongando la agonía’ en Ucrania, señaló también Luzin (ídem).

En este marco, el riesgo de una guerra nuclear está más latente que nunca. Putin dejó abierta las puertas del uso de bombas nucleares tácticas. Moscú viene de realizar maniobras militares que incluyen el lanzamiento de misiles en calidad de advertencia ante una presunta agresión al país. Los medios de comunicación occidentales pretenden colocar como responsable al Kremlin pero lo cierto es que en la vereda de enfrente ya se viene implementando en estas últimas décadas un verdadero cerco militar contra Rusia que incluye el despliegue de armas atómicas. Polonia ha pedido instalar en su territorio ojivas nucleares. De conjunto, la Otan va a realizar en estos días su propio simulacro de respuesta frente a un ataque nuclear. Agreguemos que la distinción que se hace con la denominación de armas nucleares “tácticas” es relativamente caprichosa si tenemos en cuenta que bajo ese paraguas se incluyen bombas de entre 10 y 100 kilotones, cuando las bombas de Hiroshima y Nagasaki eran de 15 y 21 kilotones, respectivamente.

Nadie queda indemne

La guerra está dejando sus huellas en Rusia. El fracaso y la prolongación de la guerra han abierto una deliberación que ha empezado a colarse en la población, y que empezó a hacerse más masiva con motivo del reclutamiento. Putin se empeñó en encapsular la guerra y evitar que la misma perturbara la vida normal del país pero eso se hizo imposible con el correr del tiempo y los reveses militares. Los avatares de la guerra han empezado también a tener una traducción en las tensiones en los círculos del poder. Quienes llevan la batuta de las críticas son los halcones del régimen, o sea, los sectores más nacionalistas de derecha, que exigen mayor dureza y que han concentrado sus cuestionamientos en los militares al frente de la invasión, lo que ha desembocado en sucesivos descabezamientos, aunque hasta el presente no ha logrado revertir el curso de la guerra. Putin todavía conserva los hilos del poder pero su capital político se ha deteriorado. Entretanto, la economía rusa está en la cuerda floja. El PBI está en retroceso y las sanciones están haciendo su trabajo de topo, lo cual hace que Rusia no esté en condiciones de reponer el armamento perdido en la guerra. Esta carencia no puede ser sustituida desde el exterior. A pesar de las muestras de amistad recíproca, China se ha cuidado muy bien de no romper con el cerco impuesto por Occidente y no suministrar armamento a Moscú. Putin está relativamente aislado internacionalmente.

En el otro extremo, las potencias occidentales tampoco han quedado indemnes. Se aproxima el invierno europeo y esto complica todos los planes de la guerra, pues el clima torna prácticamente imposible la circulación de los tanques y vehículos militares. Pero además la llegada del invierno está llamada a llevar hasta el extremo la catástrofe energética que enfrenta Europa y que potencia la crisis capitalista que ya se venía abriendo paso antes de la guerra. Hoy estamos frente a un coctel explosivo, pues a la inflación récord que está haciendo estragos en el bolsillo popular se le unen las tendencias a una recesión, con cierres, relocalización de empresas y despidos. Esto ha dado lugar a lo que se ha pasado a denominar la “ira europea”, una reacción popular creciente que se observa en el no pago y ruptura de boletas correspondientes a los servicios, hasta en manifestaciones callejeras contra el aumento de los precios de los alimentos y de la energía. Esto va de la mano de una creciente conflictividad laboral, con una ola de huelgas que viene creciendo en Alemania, Francia y Gran Bretaña. Esto se está llevando puestos a los gobiernos de Europa que son los que impulsaron la escalada en curso de la Otan.

Tampoco escapa EEUU a este panorama. El descontento se apodera de la población estadounidense, expuesta a un aumento de precios imparable que está horadando las condiciones de vida del pueblo. En este contexto, Biden corre el riesgo de perder las elecciones de medio término y que los republicanos tomen el control de la Cámara de Diputados y mantengan su mayoría en el Senado. Importa señalar que los demócratas fueron más lejos que sus predecesores en la guerra comercial con China y en general en las tendencias guerreristas. El primer y gran instigador de la guerra es el propio Biden, quien es el que está empeñado en continuar la guerra, aunque los costos y la sangría que provoca están a la vista. El cálculo de la gestión demócrata es que un éxito internacional le permitiría remontar el deterioro político del gobierno, que viene a los tumbos y cuya popularidad venía decreciendo. La apuesta de la guerra, sin embargo, se está volviendo un búmeran y los republicanos no se están privando de explotarlo demagógicamente. Quien estaría llamado presidir la Cámara de Diputados, en caso de que ganen los republicanos, acaba de plantear que su bancada impulsaría suprimir la ayuda a Ucrania con el argumento de que los recursos con los que cuenta la nación deben destinarse prioritariamente a satisfacer las necesidades de los estadounidenses. Habrá que ver hasta qué punto incide en la opinión popular esta prédica en medio de las penurias que están afectando al pueblo norteamericano.

Al mismo tiempo, viene al caso señalar que la escalada en curso ha sido concebida como un arma de EEUU para alinear a las otras potencias capitalistas detrás de sí y recuperar su liderazgo en franca declinación en Occidente. Por más que la Otan, que estaba haciendo aguas, se haya vuelto a revitalizar bajo la impronta norteamericana, esta circunstancia está lejos de homogenizar al imperialismo y las tensiones están a flor de piel. La pretensión yanqui es someter política y económicamente a Europa bajo su tutela. La guerra en curso le viene como anillo al dedo para cortar la dependencia energética de Europa con Rusia y facilitar el desembarco y la penetración de las petroleras norteamericanas en el viejo continente. Diferentes fuentes, entre ellas la de un hombre del establishment internacional como el economista Jeffrey Sachs, acusan a EEUU como autor del reciente atentado contra el gaseoducto Nordstream. La competencia comercial no se ha detenido bajo Biden. A la guerra comercial se le ha unido la guerra monetaria, con el aumento de la tasa de interés estadounidense y la emergencia del súper dólar que viene actuando como una aspiradora de los capitales de todo el mundo, incluidos los de países europeos.

Final

La guerra es la expresión extrema de la putrefacción de un sistema social. A los padecimientos inauditos que está sufriendo la humanidad se une la amenaza a su supervivencia. Llamamos a impulsar una acción internacional de los trabajadores. Las consignas del momento son: guerra a la guerra, abajo la Otan, Putin y los gobiernos responsables de la guerra. Por gobiernos de trabajadores. Por la unidad socialista de Europa y de todos los pueblos del mundo.