UCRANIA

La guerra, luego de tres meses

Grietas en la Otan.

En Occidente emergen diferencias sobre los objetivos de la guerra

La guerra está haciendo sentir sus efectos en todas las partes involucradas. Por el lado de Occidente, se empiezan a abrir grietas más pronunciadas.

En apenas poco más de una semana, Italia propuso un alto el fuego, mientras los funcionarios del gobierno de Estados Unidos volvieron a hablar de una “derrota estratégica” del presidente Vladimir Putin.

Después de tres meses de “unidad” en respuesta a la invasión a Rusia -gracias al envío constante de armas letales a los ucranianos y a los sucesivos paquetes de sanciones financieras que nadie se esperaba, y menos aún Putin-, ya son inocultables las diferencias sobre los próximos pasos a seguir.

Y esa discusión de fondo se desarrolla mientras las ambiciones de Estados Unidos crecen. Para la Casa Blanca todo empezó como un intento de evitar que Rusia se devorara a Ucrania de la noche a la mañana, pero eso cambió no bien los militares rusos sufrieron un revés en sus planes originales y fracasaron en la toma de Kiev. Ahora el gobierno de Biden ha encontrado una oportunidad de debilitar a Putin, consolidar la alianza atlántica de la Otan, y también, por qué no, propinar un tiro por elevación contra China.

Las diferencias sobre los objetivos de la guerra salieron a la luz en el Foro Económico Mundial de Davos, cuando el ex secretario de Estado norteamericano Henry Kissinger planteó que Ucrania tal vez tenga que ceder parte de su territorio en un acuerdo negociado, aunque agregó que “idealmente, el punto de acuerdo debería ser un retorno al status quo” anterior a la invasión, incluida la anexión rusa de Crimea en 2014 y la toma de partes del Donbass.

“Más allá de ese punto, seguir con la guerra ya no tendría que ver con la libertad de Ucrania, sino que se convertiría en una nueva guerra contra la propia Rusia”, concluyó Kissinger. Las recomendaciones del veterano estratega apuntan a evitar el riesgo de que una escalada de mayor amplitud, como la que parece abrirse paso, pudiera empujar a Rusia a una alianza permanente con China. Una aproximación de este carácter implicaría un salto en la dependencia de Moscú respecto a Pekín. La guerra, paradójicamente podría terminar reforzando la influencia y el peso del gigante asiático que los círculos dirigentes norteamericanos exhiben como el ‘enemigo principal’ de EEUU. Habría que agregar que una caída de Putin, podría encumbrar a fuerzas políticas mucho más hostiles a Occidente que el actual mandatario. Los dos partidos más fuertes no son prooccidentales, sino de la extrema derecha encabezada por Vladimir Zhirinovsky, por un lado y los comunistas, por el otro” (Clarín, 4/6).

Este planteo mereció el rechazo del presidente ucraniano, Volodimir Zelensky, quien acusó a Kissinger de “apaciguamiento” aunque el jefe de Estado ucraniano también ha expresado puntos de vista contradictorios sobre lo que se necesitaría para poner fin a la guerra, y hasta llegó a ofrecer la “neutralidad” de su país y olvidar sus aspiraciones de unirse a la Otan.

Como advierte New York Times en un reciente artículo, “esas diferencias en cuanto a los objetivos hacen todavía más difícil imaginar cómo sería una victoria, o incluso una paz con matices, y también presagian la discusión que se desataría entre Zelensky y sus aliados de Occidente si las negociaciones para poner fin al conflicto se ponen finalmente en marcha. Si Zelensky estuviese dispuesto a hacer algunas concesiones, ¿Estados Unidos y sus aliados levantarían sus aplastantes sanciones, como las restricciones a las exportaciones que obligaron a Rusia a cerrar algunas de sus fábricas para construir tanques? ¿O eso frustraría la ambición de la Casa Blanca de truncar la capacidad bélica de Rusia a futuro?” (ídem, 2/6).

El secretario de Defensa norteamericano, Lloyd Austin, se acaba de expresar con una franqueza que sorprendió a sus colegas y reconoció que Washington aspiraba a más que una retirada rusa. Quería que sus fuerzas armadas sufrieran daños permanentes. “Nuestro objetivo es la derrota estratégica de Rusia”, dijo claramente la semana pasada desde Varsovia la embajadora de Estados Unidos ante la Otan, Julianne Smith.

Esto se combina con un refuerzo de la ayuda militar. La noticia de estos días es el envió de misiles de avanzada. Se trata de los poderosos Himars, un arma de última de generación y de gran precisión. Este armamento tiene un alcance de 80 kilómetros y podría estar en condiciones de hacer blanco en territorio ruso, fronterizo con Ucrania. Si bien Biden en un artículo publicado en New York Times salió al cruce de esa posibilidad (“no alentamos ni permitimos que Ucrania ataque más allá de su fronteras” -ídem), lo cierto es que la escalada se acelera con inusitada velocidad y en este contexto, los límites del accionar militar se hacen cada vez mas difíciles de fijar. Hay que tener presente que la intervención cada vez más beligerante de la Casa Blanca está dictada por la propia crisis política en EEUU. El presidente estadounidense está urgido de exhibir algún éxito en materia internacional que le permita compensar, aunque sea en parte, la marcada pérdida de capital político de su gobierno que está a los tumbos, acosado en el frente externo por la retirada humillante en Afganistán y el malestar en el plano interno de una economía que se va desinflando y una inflación récord y, encima, la pandemia que ha adquirido un nuevo impulso.

Los funcionarios del gobierno son muy conscientes que un desenlace de la guerra favorable a Putin va a ser aprovechado por los republicanos para pasarle la factura, infligirle una derrota en las elecciones de medio término de fin de año y asestarle un golpe del cual será muy difícil poder levantarse.

Europa

Mientras Washington aumenta la apuesta, Francia, Italia y Alemania, las principales potencias del viejo continente, pretenden poner un freno: no quieren una guerra larga o estancada en punto muerto.

A la par de las declaraciones del primer ministro italiano, Mario Draghi, a favor de un alto el fuego, el presidente Emmanuel Macron planteó que una futura paz en Europa del Este no debe implicar una humillación innecesaria de Rusia, y podría incluir concesiones territoriales a Moscú.

Esta postura ha provocado una fractura interna dentro de Europa pues distintos líderes de Europa central y oriental (Estonia, Polonia) han adoptado una posición más afín con la política norteamericana. El extremo opuesto es Hungría, cuyo mandatario, Víctor Obran, sigue manteniendo relaciones estrechas con Moscú.

Esta división ha obligado a la UE a revisar los planes originales e ir a un rimo más lento con el embargo, permitiendo incluso que Hungría siga aprovisionándose normalmente del gas ruso. Entretanto, los países líderes de la UE han abierto una línea de negociación por su cuenta al margen de Estados Unidos, con Rusia y que incluye a Ucrania pero que por el momento, no ha logrado avances.

Crisis capitalista

La actitud de las principales potencias de la UE es imposible de entender al margen del vínculo que une la guerra con la crisis capitalista. La dependencia energética de los países de la UE de Rusia es muy pronunciada y por más que se hable de su sustitución por fuentes alternativas de suministro, eso no se logra a corto plazo e incluso, tampoco, en un plazo más prolongado. Esto se une al drama de los alimentos que ha llevado al primer ministro de Italia a advertir de una catástrofe alimentaria sin antecedentes.

La ruptura de la cadena de suministros está llevando a una paralización y dislocación de la producción y, al mismo tiempo, a una disparada de los precios, empezando por los alimentos y la energía. La guerra ha acelerado las tendencias a un escenario de recesión con inflación, que ya estaba insinuándose previamente con el desarrollo de la bancarrota capitalista, potenciada también por el estallido de la pandemia. La guerra está haciendo estragos y afecta con especial virulencia a Europa con más razón, en la medida que el teatro de las operaciones bélicas se desarrolla en su territorio. En este cuadro cada vez más explosivo, asistimos a un creciente malestar y descontento por las penurias y privaciones que se registran en la población europea. A nadie se le puede escapar que una situación así es el caldo de cultivo para las reacciones populares y también los giros políticos. Un caso por cierto ilustrativo lo tenemos en Gran Bretaña a través de la sensible reducción del poder adquisitivo de la población, hasta el punto tal que hay sectores que se han visto forzados a saltear comidas y pasar a comer solo una vez por día. Este escenario amenaza llevarse puesto al gobierno conservador de Boris Johnson, seriamente salpicado, encima, por los escándalos durante en el transcurso de la pandemia.

Este cuadro de situación ha encendido luces de alarma en la burguesía europea cuyos negocios y márgenes de rentabilidad están siendo afectados. Son emblemáticas al respecto las declaraciones del CEO de Volkswagen quien exhortó a cesar la guerra y llegar a un entendimiento con Rusia. La automotriz alemana tiene una de sus filiales en Rusia pero además tiene temor por la onda expansiva de la guerra, especialmente por el precedente que introduce en materia de sanciones y que en el futuro podrían aplicarse especialmente contra China. La empresa alemana tiene allí su principal filial que produce la mitad de los automotores totales de la empresa y que es un mercado superior al de Alemania y la Unión Europea (UE) sumados.

Por último, viene al caso destacar que ni siquiera está asegurada la unidad interna de la propia burguesía norteamericana. Once senadores republicanos y 57 congresistas estadounidenses votaron en contra del colosal paquete de ayuda de 40.000 millones de dólares para Ucrania. Una señal temprana de fragmentación de la cohesión en Washington.

Conclusiones

Resumiendo, todo parece indicar que marchamos a un salto en la confrontación militar. Pero esta escalada, contradictoriamente, no ha logrado superar la impase capitalista y las tensiones y rivalidades nacionales que venían registrándose con anterioridad al estallido de la guerra. La expectativa de Biden de cohesionar a las demás potencias capitalistas bajo su alero amenaza convertirse en su contrario, acentuando los choques interimperialistas y divisiones de la clase capitalista. La guerra está provocando un dislocamiento de la economía mundial que va de la mano de una catástrofe energética y alimentaria, sin precedentes. Ingresamos, en definitiva, en una fase convulsiva atravesada por un agravamiento de la crisis económica, crisis políticas nacionales e internacionales y la guerra, por un lado y una acentuación de las tendencias a una polarización social y política, por el otro.

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