La huelga de hambre de Orlando Zapata

Hace dos años, el conocido trovador y funcionario Silvio Rodríguez declaró que la situación de las cárceles cubanas era una de las cosas más “dolorosas e incómodas” de la isla.
Los maltratos sufridos por el disidente Orlando Zapata Tamayo durante más de siete años lo condujeron a una situación desesperante y a la huelga de hambre que mantuvo por más de 80 días. Por desacato a la autoridad –un delito que es incompatible con la democracia y el socialismo–, la pena inicial de tres años y medio se transformó en otra de más de 30 años de prisión. El calvario luego lo sufrió su madre: la burocracia montó un virtual estado de sitio en su provincia natal (con detenciones y atropellos de todo tipo) para impedir el entierro.

Para el ahora filokirchner-stalinista Atilio Borón, aquel sería un representante del “lumpenproletariado” alzado contra la “generosidad” de la “justicia cubana” (sic, en rebelión.com). Veinte años atrás, cuando lo sostenían ONGs europeas, Borón reclamaba “democracia” para Cuba; ahora, con el salvoconducto del Credicoop, Borón cierra filas con un asesinato político. El régimen penal cubano, que castiga la disidencia y la crítica, es incompatible con el más elemental de los principios socialistas. Por esta vía, Cuba no ha estado marchando hacia un mayor desarrollo social, sino a una manifesta descomposición política y una corrupción en serie de las figuras más prominentes de la burocracia estatal (Laje y otros).

El destino de Zapata es el mismo que Margaret Thatcher decidió para el combatiente del IRA Bobby Sands, en 1981, fallecido después de 66 días de huelga de hambre. Es lo menos que podemos decir para repudiar la muerte de Orlando Zapata.