La izquierda ante la guerra en Ucrania

Foto: VaVentura

El estallido de la guerra en Ucrania ha sacado a relucir divergencias de fondo en el seno de la izquierda que se reclama revolucionaria a escala internacional. Las posiciones adoptadas por los partidos obreros ante las innumerables conflagraciones bélicas que se desarrollaron desde el último tercio del siglo XIX hasta la actualidad, determinaron la evolución revolucionaria o contrarrevolucionaria de esas organizaciones. Es claro que la posición ante la guerra ha sido siempre una piedra de toque para las organizaciones del movimiento obrero y socialista en el terreno internacional. La actual guerra en Ucrania replantea el debate sobre cuál debe ser el campo y la acción política de la izquierda revolucionaria.

El lugar de la Otan

Un amplio sector de la izquierda ha colocado todo el peso de su denuncia en la condena a la invasión rusa. En ese lugar político se ubica el (ex) Secretariado Unificado de la IV Internacional, el PSTU de Brasil y su corriente internacional (la LIT-CI), e incluso Izquierda Socialista y la UIT-CI. El punto de partida común de todas estas organizaciones es que abordan la caracterización del conflicto abstrayéndolo de su desarrollo histórico concreto. Y aunque en forma subordinada denuncian a la Otan y al imperialismo yanqui y europeo, por su abordaje ahistórico del conflicto terminan por absolver a la Otan de su responsabilidad en la escalada guerrerista. En el mejor de los casos le atribuyen a ésta una responsabilidad secundaria. En consecuencia, cuando dicen apoyar “la resistencia del pueblo ucraniano” o, peor aún, cuando directamente apoyan “las sanciones contra Rusia” (como lo plantea el ex SU), terminan parados en el mismo campo político que la Otan.

No se trata, claro está, de apoyar la invasión rusa y la política de Putin. Al contrario, es evidente que es fundamental, y una posición de principios, condenarla y combatirla. Pero es necesario subrayar las responsabilidades del imperialismo yanqui y europeo en el actual conflicto en Ucrania. Pues es indudable que EEUU y la UE son los responsables fundamentales de la guerra. La denuncia cobra más relevancia aun cuando se toma nota de que el imperialismo, desde hace años, abastece de armas a las fuerzas de seguridad y a los paramilitares ucranianos. El imperialismo, a su vez, progresa ininterrumpidamente en la incorporación de nuevos estados, muchos de los cuales surgieron de la disolución de la URSS, a la Otan. Y pretende hacer lo mismo con Ucrania, con el objetivo de terminar de cercar a Rusia.

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La ubicación histórica del conflicto no deja lugar a dudas. El golpe reaccionario contra Yanukovich, en 2014, que ungió a un gobierno interino y más tarde a Poroshenko en la presidencia de Ucrania, significó el fin de un gobierno pro-ruso y la instauración de un gobierno títere del FMI y la UE. De la mano de Poroshenko el imperialismo avanzó sensiblemente en una colonización económica y financiera de Ucrania bajo el eufemismo de la “desoligarquización”, que significó el desplazamiento de las fracciones de la burguesía nativa surgida de la vieja burocracia en beneficio del capital extranjero. Los sucesivos acuerdos de Ucrania con el FMI, que lo ubicaron como el tercer país del planeta más endeudado con el organismo, tuvieron como contrapartida los despidos de decenas de miles de empleados públicos, el aumento de los impuestos al consumo, tarifazos en los combustibles y la devaluación del grivna (moneda ucraniana), entre otras cosas. Para destrabar el último envío de fondos, provenientes de un nuevo acuerdo stand by con el Fondo, el gobierno ucraniano, ahora con Zelenski a la cabeza, debió comprometerse a reducir el déficit fiscal en el Presupuesto 2022 y a privatizar los bancos PrivatBank y Oschadbank. Estas políticas terminaron por transformar a Ucrania en el país más pobre de toda Europa.

Junto a la colonización económica y la devastación social, el imperialismo y los gobiernos de Ucrania llevaron adelante una política guerrerista y fachistoide. El golpe contra Yanukovich contó con la movilización de milicias de autodefensa reaccionarias. Esas mismas organizaciones paramilitares fueron las principales promotoras de la integración de Ucrania a la Otan. Kiev violó sistemáticamente los acuerdos de Minsk de 2014 y 2015, que le otorgaban una relativa autonomía a las regiones de Donestk y Lugansk. Por el contrario, Poroshenko primero y Zelenski después, desarrollaron en forma ininterrumpida un asedio a la población del Este ucraniano, a través del ejército y fuerzas paramilitares neonazis, como el Batallón Azov, que recibió instrucciones militares de países miembros de la Otan. A su vez, el gobierno central avanzó en la eliminación de las lenguas no ucranianas -especialmente la rusa, que es utilizada por un 30% de la población, pero también la húngara y rumana- como lenguas oficiales. Entre 2014 y 2021, la política represiva del gobierno ucraniano, especialmente contra la población de las regiones separatistas, se cargó la vida de 15 mil personas. En todo este proceso, el gobierno norteamericano ha invertido 600 millones de dólares anuales en apoyo al gobierno ucraniano, y ha aportado armas y asesoramiento militar. La Otan ha realizado sistemáticamente ejercicios militares en el Báltico y en el Mar Negro, que se recalentaron desde fines de 2021.

A la luz de todo este desarrollo ¿no es acaso evidente que Ucrania y su gobierno opera como un peón del imperialismo mundial en el Este europeo? La respuesta es obvia. Pero lo hecho por las potencias de la Otan, luego de que se conociera la decisión de Rusia de invadir Ucrania, termina por confirmar esta caracterización -a pesar de las afirmaciones de la IS y la UIT-CI, que sostienen que “no existe, hasta el momento, una intervención de la OTAN ni de fuerzas militares de Estados Unidos”. En el curso de la última semana los países miembros de la Otan eliminaron a los bancos rusos del sistema SWIFT, congelaron los activos del Banco Central de Rusia, y pretenden congelar también los activos de todos los principales bancos rusos y excluirlos del sistema financiero del Reino Unido. Establecieron restricciones a las exportaciones a Rusia y se evalúa bloquear también las exportaciones de petróleo y gas desde Rusia a otros países, senda por la que ya avanzó Canadá. La cancelación del Nord Strem 2 fue el inicio de una escalada en esa dirección. La UE anunció la prohibición general de los vuelos rusos. El envío de armas desde los países desde la UE a Ucrania tiene un condimento de tipo histórico: la decisión del gobierno alemán de poner fin a la doctrina que prohibía el envío de armas a países en conflicto y el significativo aumento de su presupuesto militar.

El reconocimiento de Ucrania como un peón de la Otan representa el núcleo central de una caracterización política de la conflagración en curso, sin la cual es imposible la adopción de una posición revolucionaria. Pues es evidente que no se trata de una guerra de opresión nacional, donde Rusia oficia como la potencia que oprime a Ucrania -lo que nos llevaría a defender el derecho a defensa del pueblo ucraniano y a batallar contra la ofensiva colonizadora de Rusia. Se trata, en realidad, de un choque entre la Otan, digitando la política del gobierno y el Estado ucraniano, de un lado, y la Federación Rusa, del otro. Si partimos de esta caracterización, y es la única caracterización que cabe a la luz de un análisis materialista, el llamado de las organizaciones de izquierda a “apoyar la resistencia del pueblo de Ucrania contra la invasión Rusa” -como lo plantea el ex Secretariado Unificado, el PSTU brasilero e Izquierda Socialista de Argentina- representa una integración práctica al campo de acción de la Otan. La llamada “resistencia ucraniana” es la punta de lanza de la Otan en el escenario mismo de la guerra. La crítica que éstas organizaciones realizan a la Otan no pasa de un planteo decorativo, en tanto no señalan que para enfrentar la invasión hay que sacarse de encima al gobierno pro imperialista de Zelenski, responsable de haber hundido al pueblo en la miseria y de haber colocado a Ucrania como un peón internacional del imperialismo. Un triunfo militar de Zelenski le daría un enorme impulso al imperialismo yanqui y europeo, que cínicamente se presentan en este conflicto como los abanderados de una causa ‘nacional’ y ‘democrática’.

En una posición más vidriosa se ubica el MST y la LIS, que denuncia las responsabilidades de la Otan en la escalada, pero realizó un acto en la embajada Rusa el 25 de febrero pasado, colocando en un único campo la carga de la denuncia. El MST también convoca a los trabajadores ucranianos a unirse “para enfrentar las agresiones de Rusia”, aunque a diferencia del ex SU, el PSTU e IS lo acompaña del planteo correcto de “sacarse de encima a los capitalistas títeres del imperialismo norteamericano que los gobiernan”.

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El lugar de Rusia

Todo otro sector de la izquierda mundial se coloca en el campo opuesto al de la Otan, pero pasa por alto la condena y la denuncia a la invasión de Ucrania por parte de Rusia. Es lo que sucede con los partidos reagrupados en el Centro Socialista Internacional “Christian Rakowski”, integrado por el DIP de Turquía y el EEK de Grecia, entre otros. En cierto sentido actúan en espejo con la izquierda que, desde el mismo campo práctico que la Otan, denuncia al imperialismo yanqui y europeo. En este caso, los partidos reagrupados en el Centro “Christian Rakowski”, se paran en el mismo campo práctico que el ejército ruso, aunque critiquen el carácter restauracionista, nacionalista y bonapartista de Putin.

La política de estas organizaciones es la consecuencia de una caracterización equivocada del rol de Rusia en el tablero internacional. Pues, la pretensión de equiparar a Rusia como una simple semicolonia del imperialismo mundial, representa un despropósito. Rusia se ha forjado como la segunda potencia militar del mundo, solo atrás de Estados Unidos, y ha consolidado su esfera de influencia en varias de las antiguas repúblicas soviéticas, donde marca la agenda política en función de sus intereses. Rusia lidera la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, que integra junto Bielorrusia, Kazajistán, Armenia, Kirguistán y Tayikistán. La actual incursión militar rusa apunta a recuperar a Ucrania como su propio peón en el Este europeo. El gobierno de Putin actuó para sofocar y reprimir las rebeliones populares en Bielorrusia y Kazajistan, en 2020 y 2021 respectivamente. Más atrás, jugó un papel decisivo en el sostenimiento del régimen de Bashar al-Assad, en la guerra Siria, en colaboración estrecha con el régimen iraní y chino. A su vez, Rusia ha firmado, en los últimos años, numerosísimos acuerdos de colaboración militar con países africanos. Y, al mismo tiempo, ejerce una influencia en algunos países latinoamericanos, como lo demuestra la estrechez política y comercial con los regímenes de Venezuela, Cuba y Nicaragua.

Pero así como la asimilación de Rusia con un país atrasado o semicolonial representa un despropósito, su equiparación lisa y llana con los Estados Unidos u otras grandes potencias imperialistas, también lo es. Rusia representa la doceava economía mundial, por detrás de Brasil y Corea del Sur, y su economía es altamente dependiente de la exportación de gas y petróleo. Carece, a su vez, de una moneda propia de circulación internacional. Con la disolución de la URSS, el arrebato súbito de los títulos de propiedad y del poder político por parte de la oligarquía capitalista y la burocracia restauracionista es lo que determinó el carácter transicional de la sociedad rusa. El mantenimiento de la propiedad estatizada, por parte de Putin, responde a la necesidad de apuntalar el desarrollo de la oligarquía capitalista y contrarrestar las tendencias disolventes que afloraron con la extinción de la URSS. En Rusia, al igual que en China, el Estado oficia como un gran concentrador de capital que le ha permitido a un puñado de capitalistas selectos, en vínculo estrecho con la burocracia dirigente, un crecimiento extraordinario. Es lo que permite catalogar al régimen de Putin como un régimen bonapartista. Putin, en defensa de los intereses generales de la oligarquía capitalista local, choca con el capital extranjero, que pretende avanzar en la colonización económica y financiera de los negocios que detenta hoy la burguesía rusa.

La caracterización concreta del lugar ocupado por Rusia en el escenario internacional debe conducir a la condena, sin miramientos, de la invasión de Ucrania por parte del ejército ruso.

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Política revolucionaria

La caracterización de una guerra imperialista tiene implicancias prácticas y políticas muy claras, que se diferencian de las tareas que plantea una guerra de liberación nacional. Una guerra de liberación nacional es una guerra justa, y la izquierda revolucionaria debe apoyar, sin vacilaciones, al país oprimido. Pero en una guerra interimperialista o entre potencias, el enemigo fundamental de cada pueblo está en su propio país. En este caso, la liberación nacional de Ucrania es una tarea que requiere no solamente la lucha contra el ejército de Putin sino también terminar con el gobierno de Zelenski, que actúa como agente directo de la Otan.

Es decir, la izquierda debe llamar a luchar contra la guerra y a derribar a los gobiernos que la llevan adelante, por medio de la unidad internacional de los trabajadores. Al apoyar la acción bélica de Ucrania la izquierda toma partido en una guerra de tipo imperialista por uno de sus campos, y en este caso por el campo que hoy concentra al capital financiero internacional.

La izquierda revolucionaria, junto a la denuncia de la escalada guerrerista de la OTAN y el repudio a la invasión Rusa, debe pelear por la unidad de los trabajadores y los pueblos, en primer lugar de Ucrania y de Rusia, por la caída de sus respectivos gobiernos y por gobiernos de trabajadores. Debe, a su vez, desenvolver una enérgica campaña internacional contra la escalada armamentista de las principales potencias, que ha puesto objetivamente en la agenda la cuestión de una nueva guerra mundial.

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