La miseria como cuna de la democracia

La restauración del capitalismo en Rusia y en Europa del este fue impulsada con las banderas de la democracia. Detrás del reclamo de los derechos individuales, en un cuadro de desigualdad social y de opresión política, se escondía, de un lado, el derecho del imperialismo a conquistar el mercado ruso, del otro, el apetito de la burocracia de convertir sus privilegios en derecho a la propiedad. Bajo una fachada de parlamentarismo, se ha instaurado en los ex estados obreros el despotismo político de una oligarquía financiera e intermediaria del capital internacional.


Pero ¿quién dijo que la causa de la democracia en Rusia está perdida? Todo lo contrario. El semanario inglés, The Economist (1/8), acaba de probar que nada fructifica tanto la posibilidad de un régimen democrático como una extendida miseria social. Y vaya si la hay en Rusia, donde el 57% de la población se encuentra debajo de la línea de pobreza y unas 15 millones de personas están amenazadas de morirse de hambre.


La germinación de un régimen democrático en estas condiciones es casi un juego de niños. Es que la miseria engendra la caridad y la filantropía; éstas crean las organizaciones no gubernamentales; con estas organizaciones nace la sociedad civil; y, como todo el mundo sabe, la sociedad civil es la osamenta de la democracia. No sería la primera vez, sin embargo, que el camino de la democracia capitalista es pavimentado por un tupido sendero de cadáveres.


The Economist informa que, de la nada, ya existen hoy 60.000 organizaciones de caridad independientes en Rusia. Esta irrupción ha permitido que los gobiernos regionales se pudiesen desprender de la atención de la asistencia social. Ahora, frente al poder, dice el semanario, se yerguen organizaciones que le disputan y reclaman. Ha nacido la semilla de la democracia.


Pero toda semilla requiere riego. ¿Quién ‘riega’ entonces a las organizaciones de caridad no gubernamentales en Rusia? The Economist se lamenta por el primitivismo del sistema bancario ruso, que no permite el uso de cheques, transferencias y tarjetas de crédito. Pero no hay que desesperar, porque de acuerdo a la revista, la caridad que otorgan las empresas está creciendo, aunque, lamenta la publicación, esto ocurre en forma anónima y no con la generosidad vibrante que despliegan en Occidente. De todos modos, las organizaciones de caridad se van consolidando, como lo prueba la Fundación de Ayuda de Caridad, que financia el gobierno británico. Esta fundación enseña relaciones públicas y métodos para recaudar fondos. Es decir, que la democracia de la caridad se reproduce a sí misma como lo haría en cualquier tejido canceroso.


La perspectiva de todo esto, para The Economist, es que estas organizaciones puedan transformarse en verdaderamente grandes. Al autor de semejante planteo ni se le ocurre, parece, que para que ello ocurra las privaciones del pueblo ruso también deberían crecer. Se trata, con todo, de un olvido menor, porque lo que la sociedad civil rusa necesita no son partidos revolucionarios fuertes, sindicatos independientes, órganos populares de poder, una fuerte actividad cultural de las masas… sino un cementerio social de organizaciones de caridad no gubernamentales.