La muerte de Ciro Bustos

El ex compañero del Che falleció el 1 de enero a los 85 años.


El 1 de enero de este año murió en el exilio, en la ciudad sueca de Malmö, a los 85 años, Ciro Bustos, quien fuera compañero de lucha del Che Guevara y de Jorge Ricardo Masetti en el Ejército Guerrillero del Pueblo, primero, y en la guerrilla boliviana después. Bustos fue condenado durante décadas por la propaganda del aparato castrista a jugar el papel de delator, por contraposición al intelectual y políticamente insignificante “teórico” del foquismo, Régis Debray, en una suerte de caricatura del cuento de Borges, "Tema del traidor y del héroe". Curiosamente, ese es el papel que desempeña también en una de las biografías del Che más reveladoras y críticas del castrismo: La vida en rojo, de Jorge Castañeda. Durante décadas Bustos guardó silencio en la oscuridad del exilio sueco, hasta que fue persuadido a escribir sus memorias por otro biógrafo del Che, Jon Lee Anderson. Dichas memorias, publicadas en el año 2000 con el título El Che quiere verte, constituyen uno de los documentos más reveladores que poseemos sobre la historia de la revolución cubana, el carácter del foquismo y la suerte política y personal del Che. (Todas las citas en este artículo son tomadas de la edición publicada en 2007 con el título El Che quiere verte: La historia jamás contada del Che en Bolivia, Buenos Aires: Javier Vergara Editor.)


Ciro Bustos nació en Mendoza, Argentina, en 1932. Pintor de profesión, estudió en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Nacional de Cuyo. Atraído por la Revolución Cubana, en 1961 viajó a La Habana, donde conoció al Che, que lo incluyó en el grupo que eligió para llevar a cabo su proyecto revolucionario en Argentina, parte de su “plan continental” para establecer una base guerrillera en norte de Argentina y en el sur de Bolivia y Perú. Como miembro de dicho grupo, que contaba con tan solo media docena de personas, y junto con Jorge Masetti, Bustos fue miembro del núcleo fundador del Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP), que operó en la provincia de Salta en 1963-1964. Después del fracaso de ese intento, el Che convocó a Bustos para su proyecto de guerrilla en la región de Ñancahuazú de Bolivia. Después de la derrota de este nuevo proyecto, Bustos fue condenado en la ciudad boliviana de Camiri a 30 años de prisión. Liberado en 1970 por el gobierno del general Juan José Torres en Bolivia, vivió bajo el gobierno de Allende en Chile y se trasladó a Argentina poco antes del golpe de estado de Pinochet en 1973, sólo para ser obligado a abandonar su país poco antes del golpe de estado de 1976. Partió al exilio en Malmö, Suecia, donde escribió sus memorias y donde fallecería 40 años después.


En sus memorias Ciro Bustos relata que, en la primera mitad del año 1961, fue invitado a cenar por una pareja de médicos residentes en Cuba, enviados por el Partido Comunista argentino, y que la mujer le dijo: “Te veo muy entusiasmado con la revolución, Ciro. Temo que tu desilusión va a ser muy dolorosa. Los comunistas de este país ya están saliendo, como las ratas, de entre las grietas debajo de la cama y lo van invadiendo todo para quedarse con el queso” (p. 64). Bustos cuenta que ya para la “segunda mitad del año 61” el “sectarismo estalinista” estaba haciendo estragos en la dirigencia de la revolución cubana (p. 58), lo que produjo, entre otras cosas, “la susceptibilidad de Masetti, muy agudizada por las maniobras de los viejos comunistas cubanos para desalojarlo del cargo en Prensa Latina, a pesar de ser el fundador” por iniciativa del Che (p. 113). Hacia el final de sus memorias, Bustos recuerda el testimonio de Gabriel García Márquez en El olor de la guayaba. García Márquez, un ex-corresponsal de Prensa Latina, se había propuesto escribir un relato sobre el creador de la agencia y viajó a La Habana a fin de obtener información sobre él y su obra. “Y lo que pasó es que se encontró con que no había nada. Ni un dato, ni un recorte, ni una referencia, ni una cronografía del acontecimiento periodístico que significó la aparición de Prensa Latina y, menos que nada, ni una nota sobre su director, Jorge Ricardo Masetti, a quien García Márquez considera ‘el protagonista de la mayor hazaña del periodismo latinoamericano’. Los entretelones de la ‘desaparición’ burocrática de la figura del argentino fueron tapados por la noticia de su desaparición física… Junto con él, desapareció de los archivos cubanos cualquier dato sobre el proyecto del Che para la instalación de una guerrilla en la Argentina; la creación del grupo a cargo de Masetti, cómo fue integrado y por quiénes; su entrenamiento y la ayuda prestada por el Ministro del Interior (Ramiro Valdés, comandante de la vanguardia en la columna “Ciro Redondo” del Che), y la consiguiente jefatura absoluta, independiente y personal del Che sobre el grupo argentino desde su génesis, jefatura a ejercer directamente una vez instalado el foco en Salta.” (p. 461)


Foquismo y revolución


Che dejó perfectamente claro a sus reclutas que el compromiso con su proyecto era “más un compromiso de muerte que de vida” (p. 72), diciéndoles: "Hagan de cuenta, desde ahora, que ya están muertos. Lo que vivan de aquí en adelante, será de prestado” (p. 98). Esta concepción guevarista de la política revolucionaria como una empresa suicida proviene de la concepción del Che de la propaganda armada como el demiurgo de las condiciones subjetivas, pero su urgencia por establecer grupos guerrilleros en América Latina también debe verse como una serie de intentos cada vez más desesperados de rescatar a la revolución cubana del abrazo mortal del estalinismo. Bustos lo afirma claramente: “El proyecto del socialismo yacía hecho añicos por la enfermedad mortal del estalinismo, pero la necesidad acuciante de la revolución, antes de que fuera demasiado tarde, era nuestra causa” (p. 88). Al mismo tiempo, Bustos menciona un encuentro del grupo que conformaría el EGP con el Che, en el cual recuerda “haber preguntado si algún tipo de organización nos apoyaría en nuestros propósitos al llegar allí. Respuesta: ninguna; crearla era parte de la tarea. Creo haber manifestado un cierto grado de incredulidad ante tamaña desproporción, media docena de hombres frente a millones. Recuerdo la respuesta: en Cuba fueron apenas un puñado y ganaron. Creo haber insistido que, en Cuba, había sido un puñado —mucho mayor en el momento del desembarco—, pero que, además, esperaba listo el Movimiento 26 de Julio” (p. 99) Y Bustos constata retrospectivamente sobre el proyecto foquista del Che: “Era mi propia voluntad, nadie me imponía nada, pero la idea de un grupo pequeño, al margen de todo contexto político o popular, la daba a la idea un carácter aventurero alejado de lo racional” (p. 73).


Las memorias de Bustos relatan en detalle la odisea torturada del “ejército de los cinco locos” desde Cuba a través de Praga, Argel (un intento de Masetti y Che de liberarse de su dependencia del aparato estalinista) y Bolivia hasta Argentina, desde noviembre de 1962 hasta junio de 1963. Bustos estaba a cargo de las comunicaciones del grupo con Cuba y recuerda vívidamente esta referencia a la revolución cubana en uno de los mensajes: “Los mensajes eran evidentemente contradictorios. En uno que ayudé a descifrar, el Che decía –tengo la frase grabada en la memoria: ‘Nuestra atalaya se hunde lenta pero inexorablemente’. Y añadía que nosotros ya deberíamos estar operando en la zona. ‘Hunde’ no quiere decir ‘es derrotada’ o ‘es invadida’ solamente. Quiere decir que algo con presencia propia desaparece, se sumerge. Y atalaya es la isla, Cuba, el lugar más alto, desde donde uno puede estar subido y mirar más allá. Frente a un texto así, otros, que hablaban de esperar, de ser pacientes, de hacer prácticas y estudiar o comer bien, no iban.” (p. 120).


La experiencia de la guerrilla salteña del EGP, que tuvo su “más sólida estructura política de respaldo” en “el grupo de Pasado y Presente de Córdoba” (p. 195) terminó en un completo desastre: 12 guerrilleros muertos y 13 guerrilleros prisioneros y condenados (p. 205). Bustos partió para Cuba con José María “Pancho” Aricó para plantear ante el Che un balance crítico del fracaso de la experiencia foquista, pero “la reunión se extendió más de dos o tres horas –nocturnas, claro– y Pancho olvidó lo que quería decir… El Che hizo uso de la palabra casi en forma exclusiva… relegando a Pancho al papel de testigo informático que, no obstante, daba muestras de un creciente entusiasmo y un total acuerdo” (p. 214). Esta anécdota da cuenta de la casi absoluta subordinación al líder carismático y de la consecuente ausencia de balances políticos que caracterizó a las experiencias foquistas latinoamericanas en los años 60 y 70.


En enero de 1967 Bustos recibió la visita de Tamara “Tania” Bunke, la guerrillera de origen alemán que moriría junto con el Che en la selva boliviana, la cual pronunció la frase: “El Che quiere verte”. Bustos en consecuencia partió a encontrarse con el Che en la selva boliviana de Ñancahuazú. Su impresión del encuentro con el Che, que tuvo lugar justo antes del inicio de los combates pero luego de que se produjeran deserciones que terminaron delatando la presencia de la guerrilla, fue lamentable. Bustos describe al Che como un “profeta en andrajos” y recuerda que “su ropa destrozada colgaba en jirones”, agregando: “No era un uniforme de combate cualquiera. Vestía el traje de la miseria universal, raído y mugriento” (p. 288).


Estos comienzos desastrosos en ningún momento indujeron al Che a cambiar sus planes. Bustos reporta la siguiente conversación con el Che:


“–Objetivo estratégico: toma del poder político en la Argentina ¿Estás de acuerdo?


“–Por supuesto –contesté.


“–Quiero entrar al país por la zona donde ustedes andaban, con dos columnas de unos cien hombres, argentinos, en un plazo no mayor de dos años. Tu trabajo desde ahora será mandármelos.” (p. 300)


De Salta a Bolivia


Bustos recuerda la enorme reticencia de los cuadros del EGP “después del desastre salteño” a “mandar jóvenes inexpertos a una región sin infraestructura, ni política ni militar, que mínimamente garantizara su funcionamiento” –una zona, además, rodeada de fuerzas armadas hostiles y donde ya había sido llevada a cabo una reforma agraria parcial. “Era repetir lo sucedido: quedar aislados, sin capacidad militar, sin infraestructura de abastecimientos y, peor ahora, sin retaguardia. La dirección nacional rechazaba la idea de abrir un foco. Pero no se contaba con un plan semejante a éste, directamente a cargo del Che, lo que volvía confuso el mandato del que yo era portador.” (p. 300)


Bustos intentó separarse de las guerrillas a fin de cumplir su mandato de activar al aparato urbano del EGP en Argentina, que había permanecido sustancialmente intacto, para apoyar el proyecto del Che en Latinoamérica, pero fue capturado junto con Régis Debray, que también se había separado de las guerrillas con el fin bastante más prosaico de salvar su propio pellejo, y un fotógrafo freelance, George Andrew Roth, el 20 de abril de 1967. Esto se produjo simultáneamente con la primera emboscada de la guerrilla al ejército boliviano, en la que éste sufrió varios muertos y heridos, así como la captura de un mayor, un capitán y muchos soldados. A pesar de este triunfo temprano, las perspectivas de la guerrilla boliviana del Che eran sombrías: el contacto con el mundo exterior se había perdido, los suministros eran bajos, el número de enfermos (debido, entre otras cosas, a la desnutrición) aumentaba y no existían perspectivas realistas de reclutamiento entre la población local.


Las instrucciones de Bustos eran preservar a toda costa la red de la guerrilla en Argentina (entonces bajo la dictadura militar de Juan Carlos Onganía). En cuanto a los guerrilleros de Ñancahuazú, el Che le indicó que evitase revelar la presencia de los cubanos. En cuanto a la presencia del Che, sólo se revelaría si quedara claro que el ejército ya lo sabía, y luego se le debía dar la mayor publicidad posible para tratar de romper el aislamiento de las guerrillas. Según Bustos: “No tenía ninguna importancia lo que Debray o yo dijéramos ni en qué momento; ellos ya lo sabían… se había establecido ya la presencia del Che bajo el nombre de Ramón, así como la del grupo de cubanos bajo sus órdenes, la de peruanos y, por supuesto, la de los bolivianos acaudillados por miembros o ex miembros del PC local” (p. 373). En estas condiciones, Bustos dibujó bocetos de la guerrilla, los cuales más tarde condujeron a la acusación de que fue él quien había traicionado al Che, aunque según uno de los agentes de la CIA, que habló años después, Régis Debray “cantó como un canario” (citado por Jon Lee Anderson en la introducción a la versión inglesa de las memorias de Bustos, Che Wants to See You: The Untold Story of Che in Bolivia, Verso, 2013, p. xiv).


Bustos afirma que Fidel Castro y los dirigentes cubanos abandonaron al Che y a sus guerrilleros a su suerte luego de la debacle inicial, y aduce como prueba la retirada del hombre de la inteligencia cubana en Bolivia, Renán Montero, alias Iván: “Renán (Iván, en Cuba, durante nuestro entrenamiento), fue retirado de su base en La Paz al finalizar marzo, inmediatamente después del primer combate, sin ser reemplazado nunca (insólita información conocida por mí recién muchos años después). Ana María [la esposa de Bustos] volvió a la Argentina y trasmitió los informes textuales para enviar a Cuba. La dirección en Córdoba designó a un adherente de la revista Pasado y Presente, sin prontuario político-policial —al que yo conocía como ‘El Gordo’—para que viajara de inmediato a La Habana. Pero, al llegar a destino, en el aeropuerto mismo, fue interrogado por la seguridad cubana, la cual, tras hacerse cargo del mensaje dactilografiado y embutido, lo montó en el mismo avión en que había llegado y lo expulsó de regreso a Praga, sin darle ninguna explicación. La Habana había tomado decidido partido por el apoyo exclusivo a la figura internacional del francés. Nunca más intentaron establecer ningún tipo de contacto con nadie de la organización ciudadana del Ejército Guerrillero del Pueblo en la Argentina, fundada por el Che” (p. 388). En consonancia con esta línea, “la revolución cubana no acercó ni un dólar a la defensa ni al sostenimiento de la familia abandonada [Bustos tenía dos hijas]” (p. 393), mientras el estado cubano derramaba atenciones sobre Debray, quien en realidad no las necesitaba (su madre era una parlamentaria gaullista de París y él gozaba de la protección personal del general Charles de Gaulle). Fue en la cárcel de Camiri que la noticia del asesinato del Che Guevara, acaecido el 9 de octubre de 1967, llegó a oídos de Bustos. Tanto él como Debray fueron condenados a 30 años de prisión pero finalmente liberados en diciembre de 1970, después de casi cuatro años, por el gobierno del general Juan José Torres.


Durante su estadía en prisión, el diario de Che fue entregado al gobierno cubano (que lo publicó inmediatamente) por Antonio Arguedas, ministro del interior en el gobierno del presidente Barrientos, ex comunista y agente de la CIA confeso durante los últimos seis años. "Arguedas vivió un tiempo en Cuba (como Ramón Mercader, el asesino de Trotsky), fue honrado allí, se lo calificó de ‘compañero’, asistió a los actos del 26 de Julio como invitado en el palco de la Plaza de la Revolución y retornó a Bolivia dos golpes de astado más tarde.” (p. 430).


Bustos limpia el registro revolucionario de Masetti y rechaza como infundada la acusación de que Masetti ejecutó a dos de sus propios hombres debido a su extracción judía: “Masetti no ignoraba que el porcentaje de judíos entre nuestras bases urbanas era notorio, igual que en toda la izquierda argentina, donde el que no era judío era casado con una judía, o a la inversa. Casi se podía decir que la mitad de la dirección nacional del EGP se componía en esos términos y Masetti lo sabía, y nunca me dijo ni una palabra en contra, siendo de mi responsabilidad. Por lo demás, era imposible imaginar a Masetti cayendo en el antisemitismo a la sombra del Che.” (p. 181)


Castrismo y peronismo


Bustos defiende la verdad histórica contra “la intención de los cubanos del Departamento América de peronizar nuestra experiencia, a pesar de los testimonios en contra” (p. 466). Esta falsificación histórica de las posiciones del Che, que tuvo su origen en los lazos del castrismo con el tercer gobierno de Perón (cuando Argentina restauró relaciones diplomáticas y comerciales con Cuba) y con Montoneros (recordemos que Firmenich y la plana mayor de Montoneros estuvieron exiliados en Cuba), fue supervisada por Fidel Castro pero dirigida desde el Ministerio de Interior cubano por “Barbarroja” Piñeiro. “La extracción política interna y la apoyatura ya lograda por el EGP en la Argentina —reclutamiento, red ciudadana, organización y dirección política en el país (cosa de la que soy testigo promocional)—, en la versión distribuida por ‘Barbarroja’ cambió desde la realidad de nuestros contactos, las bases y cuadros desprendidos del PC, a un sostén político y económico del peronismo —jamás antes ocurrido— relacionado con John W. Cooke, ex delegado de Perón, con quien no hicimos nunca relación alguna —aparte de la amistad anterior, ocasional y personal—, y a quien el Che mismo dejó ignorante del proyecto, a pesar de sus simpatías por el ‘Gordo Cooke’. El Che veía un peligro latente en la heterogeneidad del peronismo, que volvía inseguras todas las vinculaciones funcionales, además de los riesgos derivados de su nombre mezclado en ello.” (pp. 462-463)


Debemos a Bustos todos estos datos preciosos para el historiador y para el revolucionario que intenta hacer un balance crítico de la experiencia cubana y del foquismo. De lo que sus memorias carecen, es de lo que adolece el guevarismo en general: una concepción marxista de la política revolucionaria que vea en los trabajadores asalariados (y no en los pequeños propietarios campesinos de los países semicoloniales) al sujeto revolucionario, y que consecuentemente luche por la independencia política de la clase obrera a través de la conformación de un partido obrero con la perspectiva estratégica de un gobierno de los trabajadores, de la abolición del trabajo asalariado y de la extinción gradual del estado. Como ya lo expresamos en ocasión de la muerte reciente de Fidel Castro, los trabajadores, serán los continuadores genuinos, y al mismo tiempo los superadores, de la revolución cubana.