Internacionales
26/11/2016
La muerte de Fidel Castro
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Con la muerte de Fidel Castro, a los 90 años de edad, desaparece uno de los revolucionarios más importantes del siglo XX. Castro personificó, en su larga vida, el derrotero de la revolución cubana, desde su etapa democrática inicial hasta la confrontación con el imperialismo y la burguesía cubana, para derivar, en el transcurso de su primera década, en una adaptación al estalinismo que marcaría su derrotero futuro. La larga estadía de Castro en el poder (1959-2008), marca claramente su rol bonapartista en este proceso, arbitrando entre las masas cubanas, armadas en milicias pero desprovistas de la posibilidad de organizarse en un marco clasista, por un lado, y el imperialismo y el aparato estalinista, por el otro.
Esta caracterización revela tanto los alcances como las limitaciones del proceso revolucionario que Castro arbitró durante medio siglo: una revolución en la que, a pesar de haberse expropiado el capital, la clase obrera no apareció como el sujeto revolucionario, organizado como tal y separado programáticamente de las otras clases, sino subordinada políticamente a una dirección de origen pequeñoburgués. El surgimiento de una burocracia privilegiada y la adaptación al estalinismo mundial (la Unión Soviética) y local (el Partido Socialista Popular, ex-Partido Comunista de Cuba, que había participado en un gobierno de coalición con Batista), condujo al nuevo estado revolucionario a suprimir a los trotskistas cubanos en 1965 y al alejamiento del Che de la dirección revolucionaria, lo cual conduciría a su muerte en Bolivia en 1967, a la edad de 39 años. Su trágica muerte es testimonio no sólo de las divergencias que la presión del estalinismo generó en el seno de la cúpula revolucionaria cubana entre el ala izquierda liderada por el Che y el ala centrista dirigida por Castro, sino del fracaso de la estrategia foquista del Che, quien, en un retorno a las teorías de los populistas rusos, postulaba que el sujeto revolucionario no eran los trabajadores asalariados sino los pequeños propietarios campesinos de los países semicoloniales.
Los trotskistas cubanos, abandonados a su suerte por la mayoría de las corrientes trotskistas mundiales, creían que el nuevo estado era un estado obrero; a pesar de ello, fueron suprimidos por demandar que no hubiera listas únicas de candidatos confeccionadas por el partido gobernante en las elecciones a los sindicatos, la convocatoria a un Congreso Nacional de la Central de Trabajadores de Cuba Revolucionaria con nuevos líderes y delegados libremente elegidos; el establecimiento de Consejos de Trabajadores para controlar, a través de sus delegados, la administración del Estado cubano, y el derecho de todas las tendencias políticas que apoyaran la Revolución a la libertad de expresión.
La historia de Cuba luego de su alineamiento con el estalinismo es un testimonio a los límites infranqueables de los procesos permanentistas en los que la burguesía es expropiada y las masas movilizadas para combatir al imperialismo sin que la clase obrera juegue un rol dirigente en este proceso. Otro tanto cabe decir de la política exterior cubana luego de su alineamiento con el estalinismo, desde el apoyo de Castro a la invasión soviética en Checoslovaquia en 1968 a su apoyo a los frentes populares en Chile y Nicaragua en los años setenta y ochenta. En el marco de esta adaptación al estalinismo, el asesino de Trotsky, Ramón Mercader, encontró refugio y murió en Cuba en 1978.
Hechas estas salvedades, que explican por qué nos reivindicamos trotskistas y no castristas o guevaristas, cabe señalar que, en cierto modo, somos hijos de la revolución cubana, ya que el Partido Obrero nació en 1964, cinco años después de la revolución y al calor de la misma. Nuestros debates con el foquismo en el pasado y con el curso actual de la burocracia cubana, cuya política de concesiones crecientes al imperialismo amenaza con llevar a la restauración del capitalismo en la isla, no deben oscurecer los grandes logros sociales de la revolución ni la deuda política que tenemos con el gigantesco impulso que los revolucionarios cubanos dieron a la izquierda latinoamericana. Nuestra tarea como revolucionarios es asimilar críticamente estas experiencias y expliárselas a los trabajadores, que serán los continuadores genuinos de la revolución cubana.
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