Internacionales
15/6/2006|950
La muerte de Zarkawi “no resuelve nada”
Sintomas revolucionarios en Irak
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Los norteamericanos calificaron a la muerte de Abú Al-Zarkawi, el jefe de Al Qaeda en Irak, como un “punto de viraje” de la guerra. Carecen de imaginación y, sobre todo, de memoria. Ya habían calificado de la misma manera la detención de Saddam, la destrucción de Falluja, la realización de elecciones, la aprobación de la Constitución y la asunción del primer gobierno “autónomo” (sólo por citar los diversos “puntos de viraje” más relevantes para los ocupantes). Volverá a suceder lo mismo con la muerte de Zarkawi. Un editorialista la define como “una buena noticia que no resuelve nada” (Le Monde, 9/6). ¿Por qué? Porque la “resistencia” tiene, en su inmensa mayoría, un origen “iraquí”.
La muerte de Zarkawi, por otro lado, no ayuda un ápice a resolver la violenta crisis política del gobierno de “unidad nacional”. Sus componentes respaldan a diferentes mili-das que mantienen una lucha más o menos abierta. Mucho menos ayuda a detener las masacres y las “limpiezas étnicas* destinadas a producir zonas “étnicamente puras”, en lo que parece ser un anticipo de la partición del país. Más de cien mil iraquíes han debido abandonar sus hogares. Este frágil gobierno central es lo único que detiene el estallido de una guerra civil abierta promovida por las pol encías regionales (Arabia Saudita, Irán, Turauía).
Basora
El nuevo gobierno fracasó en su intento de “pacificar" Basora mediante la instauración del “estado de emergencia”. Basora es la principal ciudad del sur y cabeza de una provincia rica en petróleo (además del único puerto de salida de las exportaciones iraquíes). Hasta hace unos meses se la presentaba como uno de los pocos lugares “pacificados” de Irak.
Según el gobierno, habría que poner fin a la “violencia sectaria", que en el último mes causó más de doscientos muertos. Pero la intervención “pacificadora” le causó a las fuerzas británicas (que ocupan Basora) varias bajas y uno de sus helicópteros derribados.
La “violencia sectaria” parece ser, sin embargo, una cortina de humo. A comienzos de mayo, según Assad Kareem, presidente del sindicato petrolero, miles de trabajadores salieron a las calles de Basora para protestar contra el altísimo desempleo y la corrupción oficial. Acusaban al gobierno local (encabezado por el partido Sciri, islámico shiíta) de robarse los fondos enviados para la “reconstrucción” y de contrabandear, en su propio beneficio, la producción petrolera local. Continúa Kareem: los británicos, aliados del gobierno local, dispararon contra la multitud desde helicópteros. Entonces, desde la multitud se disparó contra uno de los helicópteros, que fue derribado.
Las protestas son alimentadas por la miseria y la ausencia de los servicios elementales (recolección de residuos, agua, electricidad). Según el relato de Amjad Al Jawahary, representante del movimiento sindical iraquí en Estados Unidos, la frustración por las condiciones de vida provocó en los últimos meses “un montón de huelgas y manifestaciones, incluidas de los policías y militares” (IPS, 26/5).
Fadil el Sharaa, vocero del clérigo shiíta Maqdata Sadr (el más popular entre las capas más empobrecidas de la población), denuncia que “las fuerzas británicas y el gobernador quieren atribuir los asesinatos a los conflictos sectarios” (ídem). La tesis de la “lucha sectaria” oculta una rebelión popular y un levantamiento contra el ocupante. Las masacres que están teniendo lugar tienen que ver con la represión del gobierno y con la autodefensa frente a ella Irán y Arabia Saudita En todo el sur iraquí se deja sentir una fuerte influencia política del vecino Irán. Los clérigos shiítas tienen el poder y aplican, como en Irán, las normas del Corán a la vida civil. Los ocupantes denuncian que existe una fuerte infiltración iraní en las milicias y, a través de éstas, en la policía. Otros sugieren que la influencia iraní se vehiculiza directamente a través del gobierno central. Estas milicias, que visten uniformes oficiales y están armadas por el ejército norteamericano, asesinan de manera sistemática a los opositores políticos del gobierno y fuerzan a emigrar a la minoría sunita que habita en la región. Furat al Shara, cabeza del partido oficialista en Basora, dice que la vía para la “pacificación” del sur de Irak es “simple”: que los ocupantes “acepten que habrá un gobierno islámico” (Kaight Ridder, 26/5).
Según un funcionario del propio Ministerio de Defensa, el temor a la “influencia iraní” en el sur de Irak ha llevado a las potencias de la región, en particular a Arabia Saudita, a financiar a las pequeñas facciones sunitas que combaten en Basora contra el gobierno shiíta. Para los ocupantes la situación es grave: su línea de abastecimientos depende de Basora (es el único puerto y, además, lugar de paso de las carreteras que vienen de Kuwait).
Bajo la pesada losa de la ocupación y de sus crímenes cotidianos contra la población civil, comienzan a delinearse alternativas de salida: la tendencia a una guerra civil de clanes y milicias, sostenidas por diferentes potencias extranjeras, choca con la tendencia a una rebelión popular contra los ocupantes y sus agentes.