La ofensiva de los talibanes y el fracaso norteamericano

En los últimos días, los talibanes capturaron siete capitales provinciales en Afganistán, incluyendo la importante ciudad de Kunduz. Asimismo, combaten cerca de Mazar-I-Sharif, una urbe clave del norte del país. La milicia islámica asegura controlar ya el 80% del territorio nacional, lo que aun en caso de ser falso, no debe ser demasiado exagerado. El propio presidente norteamericano, Joe Biden, afirmó que los talibanes están en su momento más fuerte desde 2001.

El avance militar talibán se produce en consonancia con la retirada de las tropas norteamericanas y de la Otan, que terminará de concretarse en septiembre. Al cabo de veinte años de ocupación, el balance para el imperialismo es nefasto: no solo se empantanó en la zona, sino que los talibanes pueden recuperar el poder.

Estados Unidos, que llegó a desplegar 100 mil soldados en el país en tiempos de Barack Obama, emprendió ya bajo el mandato de este último un recorte de la presencia militar, ante la falta de resultados y la impopularidad de una guerra que dejó más de 2.400 norteamericanos muertos. Bajo el gobierno de Trump, se abrió un período de negociaciones que culminó en febrero de 2020 con el compromiso de retiro de las tropas, a cambio del establecimiento de una mesa de diálogo entre los talibanes y el gobierno afgano. La derrota estadounidense en el terreno es una expresión más del declive de su hegemonía global.

Las negociaciones entre el gobierno de Ashraf Ghani y los talibanes se iniciaron a mediados del año pasado, pero rápidamente se estancaron. Frente a la actual ofensiva de la milicia sunnita, que fue precedida por la toma de localidades más pequeñas, funcionarios oficiales han pedido directamente el auxilio extranjero. Y si bien es cierto que las tropas norteamericanas efectuaron bombardeos de posiciones de la insurgencia en los últimos días, el gobierno de Biden ha sido enfático en que no cancelará la retirada.

En este escenario, el gobierno local, fuertemente debilitado, alienta el desarrollo y la coordinación de milicias civiles capitaneadas por los llamados “señores de la guerra”, caudillos regionales que pelearon contra los soviéticos en los 80 y que contribuyeron a derrocar a los talibanes a fines de 2001, agrupados en la vieja Alianza del Norte.

Impacto regional

La salida del imperialismo de Afganistán y el avance simultáneo de los talibanes crean un cuadro convulsivo en toda la región. Esto ha empujado a Irán, Rusia y China a una intervención más decidida en el conflicto. Funcionarios del gigante asiático, que comparte una frontera de 60 kilómetros con el país montañoso, recibieron a una delegación de la milicia islamista y la reconocieron como “una fuerza militar y política fundamental”, además de alentar la continuidad de las conversaciones de paz. Beijing reclama a los talibanes que impidan los ataques contra su territorio por parte de los grupos islámicos que promueven la independencia de Xinjiang. A la vez, le preocupa que la desestabilización afgana obstaculice el desarrollo de la nueva ruta de la seda, que incluye importantes obras de infraestructura en el área (El Tribuno, 8/8).

Rusia, en tanto, inició ejercicios militares conjuntos con Uzbekistán y Tayikistán, países vecinos de Afganistán que integran la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), hegemonizada por Moscú. El gobierno de Putin posee bases militares en Tayikistán y Kirguistán. Paralelamente, recibió también a referentes de los talibanes.

Irán, que tiene un gobierno shiíta, efectuó reuniones pragmáticas con referentes de la milicia islámica. Ocurre que es uno de los países que siente más directamente los cimbronazos de su vecino, en especial los desplazamientos masivos de la población.

Tanto el imperialismo como China y Rusia ejercen una presión para que se alcance un acuerdo político que limite a los talibanes y al mismo tiempo impida un mayor descalabro del país. En aras de una normalización, esta semana se llevarán a cabo en Qatar reuniones que incluirán a norteamericanos, europeos, chinos, rusos, el gobierno afgano y quizás también a la milicia islámica. Habrá que ver si los emplazamientos internacionales hacen mella en la dirigencia talibán, o bien continúa su ofensiva.

El imperialismo, que hoy se bate en retirada, puso su bota en Afganistán con el pretexto de la lucha contra el terrorismo y la libertad de sus habitantes. Deja un país devastado por la pobreza y donde el único logro parece haber sido el crecimiento del opio y la heroína, cuya producción equivale ya a un tercio del PBI local.

Al horror de la guerra imperialista, hay que oponerle la movilización internacional de los trabajadores.