La oposición en Serbia es pro-imperialista

“No queremos el colapso social y económico de Serbia” (La Nación, 15/12).


Con estas palabras, pronunciadas al término de una reunión de la UE en Dublin (Irlanda), Carl Bildt, antiguo enviado especial de la Unión Europea a la ex Yugoslavia, dejó perfectamente en claro la posición del imperialismo mundial frente al régimen de Milosevic, jaqueado por una movilización popular callejera que ya ha cumplido más de un mes.


Su significado exacto lo reiteró Lamberto Dini, canciller italiano, de visita en Belgrado en una misión que, según algunos, contó además con el apoyo norteamericano (United Press, 12/12). Después de reunirse con Milosevic y sus opositores, Dini declaró que “las demandas de la oposición son irreales … debe repensar sus objetivos … la reposición de los resultados electorales no es una carta que sirva de base para el diálogo entre las partes” (International Herald Tribune, 13/12). Según Dini —y no es el único—, la oposición debería ‘olvidarse’ de las elecciones pasadas y ‘concentrarse’ en las presidenciales del año próximo. El reciente reconocimiento, por parte de una misión ‘mediadora’ de la Unión Europea, encabezada por Felipe González, de la victoria de la oposición en las recientes elecciones municipales, anuladas por Milosevic, debe entenderse, entonces, como una ‘satisfacción moral’ ofrecida a los opositores para que cesen en las movilizaciones y se preparen ‘para el futuro’. Se reitera el operativo político imperialista, cuyo objetivo es vaciar las movilizaciones de masas, es decir, salvar a Milosevic.


La oposición


La oposición ha dado muestras de esta ‘razonabilidad’. Vesna Pesic (Alianza Cívica) y Zoran Djindjic (Partido Demócrata), dirigentes de dos de los tres partidos de la oposición, se han declarado partidarios de “hacer una pausa en las movilizaciones” y de “abrir un diálogo con el gobierno” (Le Monde, 11/12). Para ambos, “un compromiso político (con Milosevic y, claro, con el imperialismo) es indispensable” (porque) “reclamar la caída de Milosevic es inútil y peligroso” (ídem). Esta oposición se manifiesta partidaria de ‘esperar’ hasta las elecciones de 1997, que deberían ser supervisadas por los ‘organismos internacionales’, es decir, que se realicen bajo el arbitraje imperialista.


La oposición es un frente heterogéneo de partidos pequeñoburgueses “sin ninguna tradición en la clase obrera” (International Herald Tribune, 12/12). Tienen en común con Milosevic sus planteos privatizadores y su apoyo a la ‘solución’imperialista de la guerra de Bosnia (los acuerdos de Dayton). Algunos de estos opositores —como el Partido Demócrata de Zoran Djindjic o el Movimiento de Renovación Serbia de Vus Draskovic— eran nacionalistas a principios de los 90, impulsaron la guerra contra los bosnios y los croatas y coquetearon con Milosevic. Sólo Vesna Pesic planteó, desde el principio, su oposición a la guerra.


Junto con la oposición —aunque no disuelta en ella— se movilizan los estudiantes, que realizan marchas separadas. Una parte de la prensa presenta a los estudiantes como fieramente nacionalistas, que repudian a Milosevic por ‘abandonar’ a los serbios de Croacia y de Bosnia. Según el International Herald Tribune (11/12), una de sus dirigentes sostiene que “no somos el movimiento estudiantil; somos el movimiento estudiantil serbio”, para remarcar ese carácter ‘nacional’. Es difícil, sin embargo, decir si se trata de una pintura real del movimiento estudiantil en su conjunto, esto porque durante la guerra, los estudiantes serbios eludieron masivamente el servicio militar.


La crisis económica en primer plano


A pesar de todas estas maniobras y del carácter de la oposición, Milosevic no está seguro en el poder. El derrumbe económico ha pegado un salto en el último mes, al punto que pocos creen que Milosevic pueda evitar un estallido hiperinflacionario en los próximos meses.


Para ‘comprar’ la ‘paz social’, Milosevic ha pagado aceleradamente gran parte de los salarios, las jubilaciones, las becas estudiantiles y los beneficios sociales adeudados por más de un año. Sin reservas —agotadas por la guerra, las sanciones imperialistas y el saqueo burocrático—, el Banco Central ha recurrido a una emisión monetaria descontrolada: en consecuencia, “después de un año de relativa estabilidad, el dinar otra vez comienza a derrumbarse” (The New York Times, 16/12). En apenas un mes, el dinar ha perdido el 15% de su poder adquisitivo y se anuncia una próxima devaluación, que dispararía una “hiperinflación de varios cientos por ciento” (ídem).


En un país con una desocupación superior al 50%, en el que el poder adquisitivo de los salarios y jubilaciones —cuando se cobran— apenas alcanza el 10% de los de antes de la guerra, y con la ‘lava’ de las manifestaciones populares masivas todavía caliente, un ‘golpe’ hiperinflacionario puede ser el tiro de gracia para el gobierno.


La clase obrera


La posibilidad de que la clase obrera se sumara a las manifestaciones y de que comenzaran huelgas contra Milosevic, fue cuidadosamente monitoreada por el imperialismo, el gobierno y la propia oposición. Es que para todos estaba claro que una movilización masiva de la clase obrera habría significado el fin de Milosevic.


Recién después de tres semanas de manifestaciones, apareció el primer contingente obrero diferenciado: 10.000 trabajadores marcharon detrás de las banderas del sindicato independiente. ¿Dónde habían estado hasta entonces? Según uno de los dirigentes sindicales, los trabajadores habían participado en las manifestaciones como individuos, desorganizados. La aparición del primer contingente obrero se ha conjugado con las primeras huelgas en Belgrado, Nis y otras ciudades.


La intervención de la clase obrera en la crisis política serbia no puede medirse con los patrones ‘normales’. Como consecuencia de la guerra, de las sanciones y del vaciamiento industrial, “los centros industriales muestran un estado de descomposición avanzado” (Le Monde, 11/12). Más del 50% de los obreros están desocupados; las fábricas apenas producen con una dotación mínima, por lo que los paros son difícilmente ‘visibles’; los desocupados —que siguen cobrando un salario mínimo de sus empresas, equivalente a un subsidio— han encontrado otros empleos ‘informales’; su participación en las manifestaciones, por lo tanto, no se contabiliza.


La razón fundamental por la cual la clase obrera ha tenido una participación secundaria es, sin embargo, la negativa de la oposición —nacionalista y privatista— a movilizarla. Según la aguda observación de un corresponsal, “para la oposición, las movilizaciones deben molestar lo menos posible a la población a fin de no convertirse rápidamente en impopulares. Por eso ha preferido la participación de abogados y de artistas antes que la de empleados de comercio, choferes de colectivos o de taxis y funcionarios de las empresas públicas de electricidad o de teléfonos” (Le Monde, 11/12).


Por su carácter de clase, la oposición ha sido la principal auxiliar de Milosevic.