Internacionales
22/1/1991|321
La “posguerra” ya tiene sus acuerdos secretos: El estado sionista, actor principal
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Solamente los incautos o los pillos pueden dar crédito a la especie de que el Estado sionista sería un protagonista secundario o alejado en la actual agresión imperialista contra Irak. Una de las mayores muestras de cinismo en la presente guerra es precisamente la campaña que presenta al ineficaz ataque de cohetes de Irak contra Israel como una “provocación" o a este último como una víctima inocente del conflicto. Se ha llegado al caradurismo de presentar a los sionistas nada menos que como “neutrales”.
Pero el Estado sionista ha sido un factor tan decisivo en el desencadenamiento de la presente guerra que una semana antes de la agresión “multinacional” contra Irak el ministro de relaciones exteriores de Israel, David Levy, “dejó claro —según el corresponsal del Washington Post en Jerusalen (9/1)— que Israel prefiere sufrir un ataque de cohetes por parte de Irak a un arreglo político del conflicto”. Y la explicación que daba el ministro para esta clarísima como criminal posición era que “la mayor parte de las fórmulas para tal arreglo envuelven, directa o indirectamente, algún tipo de esfuerzo internacional para contemplar los derechos de los palestinos que viven en los territorios ocupados por Israel”.
Para cualquiera que haya seguido con una mínima atención las polémicas en los Estados Unidos acerca de si debía apresurarse el lanzamiento de la guerra o continuar con el bloqueo militar, es bien conocido que el “lobby” (grupo de presión) sionista militó intensamente por el desencadenamiento de las hostilidades. Esto llegó a provocar un enfrentamiento abierto dentro del ala derecha del partido republicano, entre los fascistas William Safire (sionista) y Pat Buchanan (opuesto a la guerra).
Con relación a la discusión acerca de tos objetivos de la guerra contra Irak, entre los partidarios de la “recuperación” de Kuwait y tos que abogaban por la destrucción político-militar del Estado iraquí, el Estado sionista se inscribió naturalmente entre estos últimos. Las operaciones militares de aniquilamiento de Irak, emprendidas por el imperialismo “aliado”, muestran que también en este punto triunfaron las posiciones sionistas.
No se necesita ser demasiado perspicaz para comprender la línea política general del Estado sionista: el aniquilamiento de Irak dejaría a tos sionistas como árbitros absolutos de la fronteriza Jordania, país que contaba hasta ahora con la relativa “protección” de Saddam Hussein. A partir de aquí el Estado sionista podría imponer su “solución final” a la cuestión palestina, expulsando a los palestinos hacia la margen oriental del rio Jordán y ocupando así oficialmente la totalidad de la Cisjordania (margen occidental). El “New York Times” (20/1) pone, precisamente, en boca de un cientista político israelí, Yaron Ezrahi, la conclusión de que el desarrollo de la guerra “mina las promesas palestinas de que están preparados para convivir con Israel” y de que “aquí no hay futuro para una coexistencia”. Para el Estado sionista la guerra es un medio para modificar profundamente las relaciones internacionales actuales y posibilitar la liquidación política o física de la Intifada (levantamiento palestino) y expulsar a los palestinos de los territorios ocupados.
Uno de los principales comentaristas del Washington Post, John Groshko, hace una apreciación similar al señalar que la guerra está “revirtiendo la extendida impresión de que Shamir (el primer ministro sionista) ha sido indebidamente duro e inflexible en el tratamiento del levantamiento que lleva tres años de los palestinos en la orilla occidental y la franja de Gaza”.
A la luz de estos factores básicos resulta claro que la falta de respuesta del Estado sionista al ataque de cohetes iraquíes poco tiene que ver con la necesidad de evitar que su intervención pueda quebrar la alianza entre Estados Unidos y los Estados árabes en guerra con Irak. La ausencia de una represalia sionista está vinculada a las seguridades (secretas) que ha obtenido del gobierno norteamericano respecto a la aniquilación de Irak y al arreglo de la cuestión palestina en los términos sionistas — es decir mediante una nueva expulsión.
El balance de los acontecimientos que han llevado a la guerra muestra el protagonismo principal y hasta dominante del Estado sionista. Porque no es casual que el obstáculo a la llamada "salida política" a la crisis haya estado dada por la negativa de Estados Unidos a aceptar la convocatoria de una “conferencia internacional” sobre Palestina, incluso sin fijarle una fecha definida. Los norteamericanos se declararon dispuestos a vetar cualquier resolución en este sentido, aun cuando ello pudiera llevar a la famosa ruptura de la alianza con los países árabes. Pero la negativa a aceptar la convocatoria sin plazo de esta conferencia estaba demostrando, a su vez, que un retiro iraquí de Kuwait no hubiera puesto fin a la crisis, toda vez que las tropas norteamericanas hubieran seguido en el Golfo como garantía político-militar para el Estado sionista.
La ocupación militar del Golfo es un viejo objetivo norteamericano, al menos desde la guerra árabe-sionista del 73 y la subsiguiente crisis del petróleo. El ex presidente Carter concibió la formación de una Fuerza de Intervención Rápida para ocupar el Golfo, y esto aún más luego de la revolución iraní de 1979. Esta ocupación es el objetivo principal de la guerra. “Si la operación Tormenta del Desierto derroca a Hussein, dice Jim Hoagland del Washington Post (20/1) una fuerza de paz internacional podría ser desplegada en Irak y en Kuwait”. El sionismo ha jugado un papel tan determinante en impulsar la realización de este objetivo que, a pesar de todos los cuentos sobre su “perfil bajo” en la presente guerra o sobre su hostilidad con el régimen sirio, ha tolerado perfectamente que este último destruyera a sus rivales en el Líbano y asumiera el completo control del país, para desesperación del imperialismo francés que sostenía a tos adversarios cristianos falangistas de Siria. La razón para esta conducta del sionismo no es otra que el alineamiento de Siria en la guerra contra Irak y en la posible ocupación militar de éste. El régimen sirio acaba de manifestar su disposición de firmar la paz con Israel, un perfecto síntoma de que ya están consumados los acuerdos secretos para terminar con la Intifada y con los palestinos de Cisjordania y Gaza.
Pero si estos acuerdos secretos explican la falta de represalias del Estado sionista contra Irak, también permitirán explicar un previsible raid militar sionista en caso de un agravamiento de la guerra. Porque no se debe dar por sentado de ninguna manera que el Estado sionista esperará el fin de la guerra para recién proceder a una nueva expulsión de palestinos, y de que ello no ocurra durante la guerra misma y a través de los procedimientos militares que forman parte de esta guerra.
La hipocresía de los “formadores de opinión” de Occidente con relación al verdadero papel del sionismo en esta guerra no tiene parangón. Precisamente porque es un factor fundamental ha sido convertido en secundario. La relación establecida por el gobierno de Irak entre la crisis del Golfo y la cuestión palestina ha sido tachada de “piratería”. Solo atenúa el cinismo de las democracia occidentales la posición de la URSS de Gorbachov, que luego de autorizar la emigración en masa de judíos soviéticos para ir a poblar tos territorios ocupados por el sionismo, y luego de haber votado en el Consejo de Seguridad en acuerdo con Estados Unidos en lo referente a la no convocatoria de una conferencia internacional, ha saludado el “bajo perfil” del Estado sionista en la guerra del Golfo. Decididamente, el “comunista” Gorbachov y su KGB forman parte de la entente secreta con el sionismo para liquidar la cuestión de la autodeterminación nacional palestina.