La restauración del capitalismo en China

El proceso de restauración capitalista en China es el más profundo y osado de cuantos tienen lugar en los ex Estados obreros. Contra lo que sostienen los castristas —y su sombra rioplatense, el PC— el monopolio político de la burocracia, lejos de ser una valla a la restauración, constituye su auténtico trampolín. Aunque los castristas identifican a la dictadura de la burocracia totalitaria con el “socialismo”, lo cierto es que la burocracia es el ariete de la destrucción de la planificación estatal, del saqueo de la economía estatizada y de la restauración capitalista.


 


¿China un “estado obrero”?


El movimiento económico chino está dictado por las Bolsas de Valores de Shangai y de Shenzen y, fundamentalmente, por la de Hong Kong, la colonia que Gran Bretaña entregará a la burocracia en 1997 y que se ha convertido en la puerta de entrada de los capitales especulativos que fluyen a China. La especulación mundial considera a Hong Kong “una ciudad china más” (International Herald Tribune, 1/10), revelando  su apreciación exacta del carácter social del régimen chino. Las principales empresas chinas (sean estatales, mixtas o privadas) cotizan en la Bolsa de Hong Kong (¡y aun en las de Nueva York, Londres y Sidney!) y los capitalistas no dudan en afirmar que “tener al Banco de China en su directorio es como tener una garantía de Pekín” (International Herald Tribune, 13/7/91).


La planificación estatal juega ahora el típico papel capitalista de regulación de los ciclos del capital. En la actualidad, por ejemplo, procura “enfriar” la economía para morigerar los “excesos” de la especulación inmobiliaria, que se ha convertido en uno de los “motores” principales de la expansión económica.


El comercio exterior está en manos del capital extranjero y de las “empresas mixtas”: “Hong Kong maneja el 70% de las exportaciones chinas” (The Wall Street Journal, 3/6/91).


Las empresas estatales forman aceleradamente “holdings” que “privatizan partes crecientes del sector estatal”, en un proceso cuyo objetivo fundamental es “reconvertir a los cuadros” de parásitos burocráticos en parásitos capitalistas (ídem). (Pero, por otro lado, los trabajadores tienen prohibido —no legalmente pero sí de hecho— formar sindicatos en las empresas extranjeras: “sólo en el 1% de las 40.000 empresas extranjeras existen sindicatos” (Washington Post, 18/10), “por temor a que la existencia de sindicatos ahuyente a los inversores y (hasta) usan esa ausencia de sindicatos para atraer inversiones”, ídem).


La economía china —aun cuando el Estado goce de una relativa independencia del capital— se ha integrado plenamente a la circulación del capital mundial mediante el comercio exterior, la especulación y penetración del capital externo. En estas condiciones, China se ha transformado en un “estado obrero en descomposición o en disolución”, donde el entrelazamiento de intereses entre la burocracia y el capital mundial, que se ha tejido a la sombra de la “apertura”, ha convertido a la burocracia —y al régimen político en su conjunto— en guardián de un orden social progresivamente capitalista, que destruye concientemente las relaciones sociales creadas por la revolución de 1949.


 


¿China es una “salida”?


Hace ya más de una década, solitariamente, el Partido Obrero señaló el contenido restaurador de la política puesta en práctica con los “incentivos capitalistas para los campesinos” de 1979: la disolución de las “granjas campesinas” y de las “comunas populares”, y por sobre todo, la incorporación de Hong Kong a China, resguardando el carácter capitalista de aquélla. Pero también, “el derrumbe de los Estados obreros abre para el capitalismo la gran posibilidad de tomar el control de estas vastas naciones de millones de personas, de expropiar la propiedad estatal y tomarla bajo control, y de abrir fenomenales posibilidades de acumulación capitalista” (Informe Internacional al Vº Congreso del PO).


A diferencia de la ex URSS-Rusia, donde el marasmo productivo es fenomenal, China ha venido registrando, año tras año, sucesivos récords mundiales de crecimiento de la producción (13% anual en los últimos dos años) y de las exportaciones. Su participación en el comercio mundial se ha duplicado y registra el más abultado ingreso de capitales externos de todo el planeta. Los superbeneficios obtenidos por el capital radicado en China son insuperables en cualquier otro punto del planeta: la “China & Eastern Investment Company”, que posee acciones de 32 compañías chinas, por ejemplo, acaba de anunciar que sus beneficios crecieron nada menos que 192% este año (Financial Times, 18/11).


¿China se ha convertido entonces, en una “salida” a la crisis capitalista mundial? Esto es lo que habría que discutir.


La penetración capitalista ha sido enormemente destructiva para China considerada en su conjunto, algo que cuestiona —o cuando menos relativiza, y mucho— la tesis de que el capitalismo ha provocado una “explosión de las fuerzas productivas” en China. La diferenciación social, regional y entre el campo y las ciudades se ha agudizado hasta alcanzar límites intolerables: el ingreso promedio en la región de Shenzen —una de las “beneficiadas”— es de 1.720 dólares anuales, nueve veces superior al promedio nacional (191 dólares) y ¡treinta y tres veces superior al de las provincias más alejadas de la costa! (52 dólares). La situación en el campo, donde viven más de 900 millones de personas, es sencillamente de un retroceso sin límites: “el campo está superpoblado, la tierra no puede alimentar a su población (¡y encima debe alimentar a las ciudades!), hay más de cien millones de campesinos desocupados y el subempleo es masivo, por decenas de millones, los campesinos van a las ciudades de la costa a buscar trabajo … en determinadas regiones alejadas de la costa, un tercio de la población está por debajo de los niveles de pobreza … la educación en el campo ha retrocedido desde el lanzamiento de la reforma” (Le Monde Diplomatique, octubre de 1993). “… el 95% de la población por debajo del nivel de pobreza vive en el campo” (Financial Times, 18/11). “La aparente prosperidad de China —afirma un estudio de Vaclav Smil, de la Universidad de Manitoba (Canadá)— se asienta en décadas de prácticas industriales y agrícolas ecológicamente desastrosas, es inherentemente frágil y se enfrenta con una multitud de desafíos entrelazados que son aparentemente insuperables” (Los Angeles Times, 6/11).


“El ‘boom’  de las provincias costeras se debe a la reubicación de las industrias de Taiwán y Hong Kong para aprovechar los bajos salarios chinos, pero el resto de China está peor que lo que nunca estuvo”,  resumió hace pocas semanas un ejecutivo de una de las grandes “tradings” de Hong Kong (Los Angeles Times, 6/11). La penetración capitalista, en consecuencia, ha potenciado todas las tendencias centrífugas que el mercado mundial ejerce sobre China.


 


Crisis especulativa y crisis política


Durante 1992 se produjo un espectacular crecimiento de la especulación inmobiliaria; sólo en los primeros cuatro meses de ese año, la inversión en propiedades y construcción aumentó un 70%. Se construyeron decenas de hoteles “cinco estrellas” y miles de mansiones y oficinas de lujo y hasta canchas de golf en todo el país. Semejante “boom”, puramente especulativo, fue posible por el


relajamiento oficial a las restricciones a la compra-venta de tierras (dictadas por el XIVº Congreso del PCCh) y la descontrolada emisión y expansión del crédito que promovió la burocracia. Entonces, de las inversiones de Hong Kong, más de un tercio se destinó a la especulación inmobiliaria (Le Monde, 4/6) … pero los fondos que Hong Kong volcó sobre China provenían de los “fondos mutuales” norteamericanos (International Herald Tribune, 1/10). Es que, sintomáticamente, las disposiciones del XIVº Congreso, al coincidir con la baja de las tasas de interés norteamericanas sirvieron para darle una “salida” a los capitales especulativos que no encontraban aplicación en la Bolsa de New York.


La especulación inmobiliaria le dio a la burocracia la oportunidad de enriquecerse rápidamente. Los burócratas desviaron a la especulación créditos por 38.000 millones de dólares destinados a la construcción pública de obras de infraestructura o al pago de las cosechas a los campesinos. Incluso, las autoridades locales “expropiaron tierras de labranza para destinarlas a la especulación a cambio de indemnizaciones (a los campesinos) ridículamente bajas” (Le Monde Diplomatique, octubre de 1993). Pero la ola especulativa produjo un descalabro económico de grandes proporciones: la emisión de moneda y el crédito fuera de control produjeron un estallido inflacionario y un endeudamiento generalizado de las empresas, privadas y estatales. Los sistemas financiero y cambiario “paralelos” manejan un monto de préstamos y de divisas similar a los oficiales (Le Monde Diplomatique, octubre de 1993; Financial Times, 2/6/93). La burocracia, en todos sus niveles, ha fugado —gracias al comercio exterior, a las empresas mixtas y a los sistemas “paralelos” financiero y de cambios— nada menos que 53.000 millones de dólares sólo entre 1990 y 1991, y se estima una cifra superior a los 30.000 millones en 1992 (Le Monde Diplomatique, octubre de 1993).


La “cura” que emprendió la burocracia central (restricción del crédito y de la creación de moneda para frenar la inflación) “es peor que la enfermedad … porque pone en peligro la inversión” (The New York Times, 12/11) y lleva a una caída de la producción y a la insolvencia de centenares de empresas estatales, que ante el corte del crédito no llegan a reunir los fondos necesarios para pagar los sueldos de sus trabajadores. Pero las autoridades locales y provinciales —que gracias a su entrelazamiento con los capitalistas han ganado una enorme “autonomía” de Pekín— están resistiendo por métodos de toda índole, legales e ilegales, la pretensión de la burocracia central de restringir el crédito. Así, han obligado al gobierno a “flexibilizar” su política … relanzando la orgía de deudas y especulación. El recule de la burocracia central pone de manifiesto la debilidad del régimen político burocrático, su fractura y disgregación interna bajo las presiones de los intereses capitalistas asociados a cada camarilla burocrática.


China no ha podido escapar a las tendencias a la especulación cada vez más descontrolada que domina al capitalismo mundial y que constituye el único medio —parasitario y destructivo— para sostener la tasa de beneficio y evitar el hundimiento de la enorme masa de capital ficticio que circula por los mercados mundiales. “El carácter puramente especulativo (capitalista) de la presente crisis china —caracterizó el PO— ilustra sobradamente sobre las características parasitarias y destructivas del ‘boom’, sobre la avanzada transformación social de la burocracia china en clase capitalista y sobre el carácter del Estado que defiende estas relaciones sociales” (En Defensa del Marxismo, Nº 6, julio de 1993).


El ciclo de “boom-austeridad” es el segundo que se produce desde el comienzo de las “reformas”. “La situación actual recuerda el lanzamiento del plan de austeridad de 1988 pero en un contexto diferente, porque el boom 1990/93 reintrodujo a una escala todavía más impresionante los males de origen del parate de 1988” (Le Monde Diplomatique, octubre de 1993).


Las principales consecuencias de la crisis serán políticas. El parate de 1988 produjo la ola de malestar social que culminó en las movilizaciones estudiantiles y en la masacre de Tien An Men (1989). Hoy, “un poder debilitado enfrenta la agitación, e incluso, rebeliones campesinas” en decenas de regiones, en protesta contra los altos impuestos, la expropiación de propiedades, el aumento de los precios de los productos industriales, el pago de la cosecha “en bonos”, y la creciente pauperización relativa del campo respecto de las ciudades. “Se creería estar viendo una película o leer un libro de antes de la revolución”,  dice Le Monde Diplomatique (octubre de 1993), que no deja de recordar que se trata de “un fenómeno revelador de una situación de crisis social y, quizás, anunciador de un fin de régimen en China. En el pasado, e incluso hasta en el siglo XX, es la rebelión campesina la que termina con una dinastía, determina la desaparición de un régimen”. Pero junto con las rebeliones en el campo han comenzado a producirse huelgas obreras, formalmente prohibidas, en las empresas extranjeras, contra los bajos salarios, las normas de trabajo o la brutalidad de las patronales (ver aparte). El temor de la burocracia al levantamiento de las masas es tan profundo que “algunas de (sus) recientes políticas deben ser vistas a la luz de la necesidad de detener las fricciones sociales que emanan de la desigual distribución del ingreso” (The Wall Street Journal, 19/10).


En sus primeros pasos en China, y sin arriesgar montos significativos de capital, los capitalistas aprovecharon la superexplotación de una fuerza de trabajo irrisoriamente barata, las generosas exenciones impositivas y las materias primas subsidiadas para montar miles de empresas en la “zonas económicas especiales” de la costa. Estas empresas se especializaron en la producción para la exportación, particularmente de productos cuyos mercados mundiales estaban dominados por las potencias imperialistas rivales. De esta manera, hoy “los productos textiles chinos inundan los mercados norteamericanos y europeos, al punto que EE.UU. y Europa llegaron a un pre-acuerdo de intercambio textil con el fin de cerrar sus mercados a los chinos” (Prensa Obrera, Nº 405, 28/10)… es decir, a los capitalistas radicados en China. El “boom” chino se ha convertido, así, en un escenario y en un instrumento de la guerra comercial entre las principales potencias.


El “boom” chino ha servido, además, para ampliar radicalmente la oferta de fuerza de trabajo a disposición del capital mundial … lo que le ha permitido “acotar las presiones salariales” en las metrópolis (Ambito Financiero, 5/11) y brindarle al capitalismo una masa de mano de obra barata a la cual echar mano para aumentar la producción sin que esto implique un “brusco empinamiento” de los costos salariales (ídem). Pero como los mercados mundiales están completamente saturados y la perspectiva de un aumento global de la producción está descartada por unos cuantos años, el “boom” chino —lo mismo que el derrumbe de los Estados obreros europeos— ha potenciado la tendencia deflacionaria (caída de los precios por debajo de los costos de producción) que golpea al capitalismo mundial.


 


Pronóstico


El fraccionamiento de la burocracia en camarillas ligadas a intereses capitalistas particulares y “la debilidad del régimen político y del Estado” (Current History, setiembre de 1992) plantean la perspectiva de “una plétora de repúblicas bananeras, donde todo estará permitido” (Le Monde Diplomatique, octubre de 1993). No es al pasar que un enviado especial de El País  de Madrid afirma que “la transición (después de la muerte de Deng Xiaoping) puede ser mucho peor que en la antigua Unión Soviética o incluso que en la misma Yugoslavia” (La República, 30/9).


Pero también para el capitalismo mundial, la crisis china tendrá consecuencias devastadoras. Basta recordar que, hace cien años, después de un gigantesco festival especulativo, el hundimiento de un “mercado emergente” —la Argentina en 1890— mandó a la quiebra a la mitad de los bancos ingleses. La “globalización” de las finanzas mundiales y el “encadenamiento” de operaciones especulativas de alto riesgo a través de todos los mercados mundiales aumentan la potencialidad destructiva de una crisis de fondo en China.


Antes de encontrar una “salida” en China, el capitalismo mundial y la propia China deberán pasar todavía por crisis y conmociones económicas de enormes proporciones, por levantamientos populares y por crisis revolucionarias. Esta es la caracterización que el PO formuló en su Vº Congreso (“la crisis social en China tiende a crear la misma crisis que se ha producido en la URSS y a abrir una nueva etapa revolucionaria” —Informe Internacional al Vº Congreso) y que reafirma de cara a su VIº Congreso (“frente a la agudización de las contradicciones sociales y frente a un gobierno que es débil y es percibido como tal, una nueva revolución en China no sólo es posible. Es inevitable” — Elementos para el debate de la situación mundial, En Defensa del Marxismo, Nº 6, julio de 1993).