Internacionales
27/6/1996|500
La ruleta rusa está cargada
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Sólo algunas incógnitas se interponen en el camino a una segunda presidencia de Yeltsin, luego de los sucesos que siguieron al primer turno electoral.
Como se previó en el número anterior de PO, la incorporación al gobierno del candidato que salió en tercer lugar con el 15% de los votos, el general Lebed, se produjo en forma inmediata y provocó una crisis igualmente inmediata que derribó al ministro de Defensa y a los tres funcionarios más cercanos de Yeltsin. La fracción que se alzó con el triunfo responde a los intereses de los privatizadores a ultranza de la propiedad pública de Rusia, del capital extranjero y del Banco Mundial. El nacionalista Lebed vio, de esta manera, cómo su carrera de funcionario civil debutaba arbitrando en favor de los monopolios yanquis. Ocurre que el ahora ex jefe de la seguridad de Yeltsin, el general Korjakov, había logrado impedir, en nombre del ‘lobby’ petrolero ruso, que prosperara una exigencia del Banco Mundial para liberar las exportaciones de petróleo que habría dejado ociosas a las refinerías nacionales y aumentado sideralmente el precio del combustible. Este mismo Korjakov fue el principal impulsor de la guerra en Chechenia, en este caso con el visto bueno del imperialismo, para asegurar que el petróleo de Azerbaidjan pasara por un oleoducto controlado por el Estado ruso.
Desde el punto de vista de los resultados del segundo turno, este descabezamiento palaciego de una importante fracción del poder anuncia que el gobierno no mezquinará los recursos para alzarse con la victoria. La designación de Lebed y la consiguiente ampliación de la base gubernamental, asegura menos una mayoría electoral para Yeltsin que la decisión de ir a fondo en el fraude electoral o en un golpe de Estado. De acuerdo a los interesantes cables que envía la corresponsal de Clarín, Paula Lugones, “según la prensa local, en las elecciones del 16 de junio habría habido un fraude a favor de Yeltsin de un 4%, lo que significaría que el presidente obtuvo 31,48% y Ziuganov 32,24%”; el porcentaje adulterado equivale a cerca de cuatro millones de votos. La corresponsal agrega que “el presidente conocía las verdaderas cifras de las encuestas y comenzó a preparar su escenario poselectoral desde antes de los comicios. Incluso, se cree, colaborando con dinero para la campaña de Lebed”. Yeltsin acaba de negarse, otra vez, a reglamentar la ley que establece el mecanismo de transmisión del mando presidencial, con el pretexto de que hacerlo serviría a una tentativa de golpe de estado ‘comunista’. Pero la ausencia de una norma legal en este asunto permitiría a Yeltsin mantenerse en el gobierno aun sin dejar de reconocer los resultados del segundo turno.
La incógnita es si el sector desplazado está dispuesto a movilizar al aparato industrial y estatal que representa, para promover una victoria del partido comunista y asegurarle la llegada al gobierno. Pero el partido comunista, en cuanto tal, ha acentuado su línea de capitulación ante el gobierno, ahora con la decisión de no realizar ninguna campaña electoral en los diez días que faltan para la segunda vuelta. Antes, Ziuganov había aceptado el “fraude tolerable” del primer turno, dando autoridad de este modo a una victoria de Yeltsin, que le permitió a éste tomar la iniciativa de los recambios de gobierno y mantener el liderazgo en la acción política. La dirección del PC está convencida de que su base social no le permite gobernar Rusia, y procura por eso una cooptación por parte de los banqueros e industriales que se han apoderado de las riquezas del país.
El proceso electoral ha dejado al desnudo la desintegración extrema del frente burocrático-capitalista que gobierna Rusia. En estas condiciones, una nueva presidencia de Yeltsin no debe iniciar un período de estabilización política, sino una acentuación de la crisis en todos los planos y, como consecuencia, la perspectiva más probable de una interrupción más o menos rápida de ese segundo mandato.