La separación de Escocia y el derrumbe del imperialismo británico



El trabajo de demolición política que desarrolla la crisis mundial a veces resulta lento, pero siempre es implacable. El jueves 18 podría poner fin a la unidad política del Reino Unido, al cabo de 307 años. La unión de los parlamentos de Escocia y de Inglaterra, en 1707, fue un paso político de magnitud en el desarrollo de lo que sería el primer imperialismo moderno de la historia. Resultó de un pacto estatal entre los colonizadores terratenientes de las Planicies Altas, que se apropiarían de Irlanda, y el capital comercial inglés, lanzado a la conquista del mercado mundial. Retirada de todas sus colonias y semicolonias, replegada sobre sí misma en la City de Londres -ella misma dominada desde hace tiempo por el capital norteamericano-, el cetro de Gran Bretaña quedaría encogido a Inglaterra, lo cual representa un golpe fuerte al capital bancario.


Terror en la City


La posibilidad de una victoria del separatismo ha provocado un principio de pánico en el capital financiero internacional, que tiene como una de sus residencias a Edimburgo, la capital escocesa. El pulpo Lloyds y el Royal Bank of Scotland, con residencia en Escocia y activos equivalentes al 1.500% del PBI del territorio, se han apresurado a anunciar su eventual retiro, porque la independencia los privaría del socorro financiero del Banco de Inglaterra. Durante la crisis que comenzó en 2007, fueron varias veces rescatados por la entidad que maneja la libra esterlina. Una advertencia similar ha hecho la Shell, aunque nada amenaza sus explotaciones petroleras en el Mar del Norte. Para Rupert Murdoch, el siniestro magnate de las comunicaciones, australiano, la separación de Escocia representa una deliciosa venganza contra sus pares ingleses, que lo tuvieron que castigar por su sistema de espionaje privado.


La tendencia independentista en Escocia tiene su punto de arranque en el gobierno de Margaret Thatcher, aunque el nacionalismo político escocés (SNP) data de 1934. La enorme austeridad impuesta por el thatcherismo cobró caracteres nacionalistas, en la misma medida en que era derrotada la resistencia social de los sindicatos y el Partido Laborista de Gran Bretaña pasaba a colaborar con el ajuste. El descubrimiento del petróleo agravó la situación, porque promovió la desindustrialización del conjunto del Reino, mientras enriquecía a la elite financiera. Esta oligarquía procuró contener el movimiento nacionalista con concesiones autonomistas sucesivas.


Ahora, sin embargo, enfrenta la secesión de Escocia, cuando las rivalidades de la City de Londres con la banca de Francfort amenazan con provocar el retiro de Gran Bretaña de la Unión Europea. La City reclama privilegios especiales frente a la presión de Alemania para unificar a la banca europea con una legislación común de rescate frente a las quiebras. Para 2017, un año después de que se concrete una separación eventual de Escocia, está previsto un referendo para determinar la continuidad del Reino Unido (que para entonces ya no sería tal) en la Unión Europea. Para complicar aún más la crisis política, Escocia tendría derecho a votar en las elecciones británicas del año que viene, porque su separación no se hará efectiva hasta un año más tarde. La sobrevivencia del partido conservador (los torys) se encuentra amenazada, incluso, por la aparición de un rival derechista: la Ukip.


Cuestión nacional


No debe confundirse, sin embargo, la desintegración de la vieja Albion con un progresismo del nacionalismo escocés o de la separación. A diferencia del nacionalismo chovinista de la Lega Nord, en Italia, el SNP ha asumido colores centroizquierdistas, pero esto no determina su contenido progresista, ya que el centroizquierdismo se transforma rápidamente en su contrario. El campo independentista reclama la continuidad de la monarquía de los Windsor, el mantenimiento de la libra y la tutela del Banco de Inglaterra, la pertenencia a la Unión Europea y a la Otan. Bajo la presión del nacionalismo, los sindicatos han perdido su unidad en todo el territorio de Gran Bretaña, salvo excepciones, lo cual constituye una expresión del debilitamiento del movimiento obrero. La división del proletariado de Escocia y de Inglaterra es una ofrenda preciosa del nacionalismo al capital mundial. En estas condiciones el frente único por el Sí desarrollado por la mayor parte de la izquierda en Escocia, es contrarrevolucionario.


Las aspiraciones nacionales no pueden ser caracterizadas a partir de criterios abstractos o arbitrarios sino del lugar que ocupan y de la función que cumplen en el desarrollo histórico. La agenda del Sí a la separación excluye la reivindicación democrática fundamental de las Islas -¡la República! Como ocurría en las vísperas de la unión de 1707, plantea compartir el rey y separar los parlamentos. Si esto tiene algún sentido, significa otorgar a la monarquía poder de veto sobre cuestiones fundamentales, tanto domésticas como relativas a la guerra. En los últimos diez años, Elizabeth ejerció el veto real doscientas veces. La separación de Escocia tampoco resulta una necesidad para un desarrollo de las fuerzas productivas -emerge como una disputa en torno al reparto del ingreso nacional del Reino Unido. Si el nacionalismo no consigue una unión monetaria entre Escocia e Inglaterra, Escocia se verá obligada a construir su propia moneda por medio de una enorme deuda pública. Esto implicará enormes sacrificios para los trabajadores y el cambio de relato del SNP, del centroizquierdismo al derechismo. Fiel a su historia, el nacionalismo escocés no reivindica, ni aun cuando busca la separación de Inglaterra, la unidad e independencia de Irlanda.


Sí o No, dos variantes del derrumbe


Escocia no es una colonia interior histórica del Reino Unido -no tiene nada que ver en esto con Irlanda-, sino que ha formado parte, históricamente, del entramado del imperialismo británico. La crisis del capital inglés no es provocada por el independentismo escocés sino al revés -éste ha sido exacerbado por la crisis mundial de ese capital. El epicentro de la crisis no está al norte de la frontera sino al interior de la City. Una victoria del No a la separación atenuaría en lo inmediato, por cierto, los golpes de la crisis, apenas los aplazaría y los haría más intensos.


En oposición al Sí, reivindicamos la unidad del proletariado de Gran Bretaña; en oposición al No (y también al Sí), la destitución de la monarquía y del régimen de lores, y una República Socialista de Gran Bretaña, bajo la forma unitaria o federativa que establezcan los trabajadores.


Jorge Altamira