La tormenta perfecta: pandemia y crisis capitalista

Lo que se viene y cómo lo enfrentamos

Wall Street -y lo mismo se replicó a escala global- volvió a caer, a pesar de otra desesperada movida de la Reserva Federal. El Banco Central estadounidense anunció la eliminación de los límites a las compras de bonos del Tesoro y de activos respaldados por hipotecas, una decisión que, en los hechos, implica imprimir todo el dinero que haga falta para aportar liquidez a los mercados.


Pero el anuncio no impidió que los mercados sufrieran otro desplome y profundizaran su derrape por el avance de la pandemia y la guerra de precios en el mercado del petróleo. Pero, por ahora, nada indica que este colapso haya tocado fondo.


Lo que se prevén son caídas espectaculares de las grandes economías. Estados Unidos se contraería el segundo trimestre en un 14%; la Unión Europea, un 22% y China, un 30%. El informe de Deutsche Bank alerta que “la caída del PBI en el segundo trimestre, que anticipamos, excederá sustancialmente cualquier cosa registrada al menos desde la Segunda Guerra Mundial”.


Esta lluvia de dinero, sin embargo, no servirá para reactivar las economías. A lo sumo puede achicar daños, pero no está en condiciones de revertir las tendencias a la recesión que ya estaban en pleno desarrollo previo a la pandemia. Cada vez más analistas alertan que no estamos ante un crisis temporal y pasajera, “No se puede descartar la posibilidad de una depresión más larga y destructiva” (Wall Street Journal)”.


Crisis de solvencia 


Lo que enfrentamos es una crisis de solvencia y no simplemente de liquidez. Un universo creciente de empresas, entre ellas, las corporaciones líderes, venía sufriendo un retroceso en su producción y ventas, así como una caída de sus precios y rentabilidad. Estas han provocado una retracción creciente de sus inversiones y, al mismo tiempo, un salto sin precedente en sus niveles de endeudamiento. Las deudas corporativas, fuera del sistema bancario, pasaron desde 48 billones de dólares a 75 billones hoy, más que tres veces el PBI anual de Estados Unidos, según el Institute of International Finance. 


La guerra comercial -y agreguemos monetaria- agrava el cuadro. En lugar de una acción relativamente concertada, como existió en la crisis de 2008, cada nación o bloque actúa por su cuenta y en colisiones permanentes con los demás. Trump no se priva de azuzar a Beijing refiriéndose al “virus chino”, responsabilizándolo por la pandemia pero también a sus antiguos socios de Europa, tomando medidas inconsultas, como lo fue la suspensión de los vuelos y el cierre de fronteras. 


Los choques del gobierno norteamericano hacia afuera no han logrado evitar los enfrentamientos y divisiones fronteras dentro. Muchos gobernadores han tomado distancia de Trump. Sin cuarentena general, 12 estados, representativos del 40% de la población, han resuelto el aislamiento para sus distritos en momentos en que Estados Unidos ya superó a España y se convirtió en el segundo país con mayor cantidad de casos del mundo y con más de 100 muertos en un solo día. A pesar de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) advirtió que las medidas adoptadas para frenar los contagios eran insuficientes, Trump planteó que las restricciones para aplanar la curva de propagación del virus eran demasiado duras.


La fractura del Estado norteamericano llega al Congreso, donde republicanos y demócratas discutían y fracasaban en su intento por alcanzar un acuerdo para aprobar un rescate fiscal para la economía. El grueso del paquete presentado por la Casa Blanca está dirigido al salvataje de las corporaciones y el sistema financiero más que a las necesidades populares. La medida aprobada en la Cámara de Representantes de Estados Unidos para brindar a los trabajadores una limitada licencia remunerada, por ejemplo, excluye a los lugares de trabajo con más de 500 trabajadores -o sea, casi la mitad de la fuerza laboral.


Del mismo modo, las fisuras internas se constatan al interior de la Unión Europea. La respuesta europea está siendo nacional a falta de una respuesta contundente del Banco Central Europeo. Las cuatro grandes economías de la Unión Europea y el Reino Unido han ido anunciando planes de estímulo gigantes, que suman casi 1,5 billones de euros en líneas de crédito para sostener empresas. 


Una de las preocupaciones es que el desplome accionario corporativo sea aprovechado para compras y absorciones hostiles por parte de competidores extranjeros. La Unión Europea tiene competencias e instrumentos de sobra para actuar contra la crisis, pero su pasividad obedece a la negativa de los gobiernos más sólidos económicamente, principalmente en Alemania, Austria y Holanda, que no quieren asumir sobre sus espaladas el rescate de las naciones más endeudadas y comprometidas financieramente. Por otra parte, en particular en el caso de Alemania, es un arma para avanzar en su tutela sobre las economías más débiles del continente. El lanzamiento de eurobonos -emisiones de deuda conjuntas- viene dilatándose, aunque hay noticias de que se habría logrado un compromiso de último momento. 


Situación explosiva


A nadie se le puede escapar la explosividad de la situación. La Organización Internacional del Trabajo (OIT) ha advertido de que 25 millones de trabajadores podrían engrosar las filas de los desempleados a lo largo de los próximos meses. La crisis también llevará a una vasta expansión del subempleo. En Estados Unidos, los recortes en nóminas, el mes que viene, podrían alcanzar los dos millones -mucho más que la pérdida pico de empleos de 800.000 en marzo de 2009, durante la Gran Recesión. El ex consejero de Trump, Kevin Hassett, declaró a la CNN que Estados Unidos podría enfrentarse a otra Gran Depresión.


Los medios para contrarrestar son sensiblemente inferiores a la crisis de 2008. Los recursos, tanto monetarios y fiscales -que fueron usando y agotando en esta última década-, no son suficientes para lidiar con la envergadura de la crisis mundial. 


Importa señalar que la capacidad de suministrar crédito de la banca se ha debilitado considerablemente por los 325.000 millones de dólares pagados el año pasado por las principales entidades mundiales en dividendos y recompra de acciones. El desenlace podría comenzar en los países emergentes, donde hay 72,5 billones de dólares de deuda, gran parte de ella denominada en dólares estadounidenses. 


En un análisis de conjunto no se puede descuidar el lugar que le está reservado a China. El gigante asiático no está en condiciones de jugar el rol que desempeñó doce años atrás ni está en el ánimo de las autoridades chinas hacerlo. La demanda de China ayudó a sacar a la economía global de los días más oscuros de la crisis financiera de 2009. 


La esperanza de una reedición del pasado, sin embargo, es infundada. Beijing está adoptando un enfoque más conservador en comparación con 2009. La deuda de China es una de las más elevadas del mundo: triplica su PBI. Esa política expansiva no ha impedido la brusca desaceleración  que, antes del estallido de coronavirus, no alcanzaba al 6%, aunque hay quienes señalan que esas cifras están maquilladas.


El país asiático no está en condiciones de volver a oficiar de locomotora de la economía mundial. De modo que se abre un escenario de quiebras más masivas de sectores del capital, que es lo que ha pretendido evitar en estos años luego del hundimiento de Lehman Brothers. Esto abarca a la banca pues, pese a que los analistas hablan de que el sistema financiero es más sólido que en 2008, lo cierto es que un default corporativo arrastraría a las entidades financieras.


Nacionalizaciones y programa 


Esto ha puesto en el orden del día en la agenda de discusión la cuestión de las nacionalizaciones parciales o totales. El gobierno italiano acaba de nacionalizar Alitalia. En el Reino Unido, el gobierno conservador está estudiando un plan para adquirir participaciones en compañías aéreas y otras empresas, ya que los paquetes de estímulo económico anunciados hasta ahora no son suficientes para evitar los colapsos. En Estados Unidos, decenas de empresas estadounidenses -desde el fabricante de aviones Boeing hasta la empresa de telecomunicaciones Verizon- están presionando para que se las incluyan en los paquetes de rescate que está preparando la administración Trump. No hay que perder de vista que estos rescates van unidos a rebajas en los salarios, a recortes en condiciones de trabajo y también de puestos de trabajo. Ni siquiera es una garantía frente a los despidos. 


La clase trabajadora a escala internacional tiene que elaborar su propia respuesta para enfrentar la crisis. Esto pone en el orden del día un programa, que los trabajadores argentinos están empezando a enarbolar: prohibición de despidos y suspensiones; licencias pagas a cargo de la patronal; reparto de las horas de trabajo; interrupción de la producción no esencial para proteger a los trabajadores de una exposición innecesaria, y el control obrero y popular en todos los lugares de trabajo, estudio y vivienda para preservar la salud de los trabajadores y asegurar el cumplimiento de todos los protocolos y la puesta en marcha de todas las medidas necesarias para hacer frente a la pandemia. 


Por supuesto, esto debe estar unido a un reforzamiento del presupuesto de salud y a la centralización de todos los recursos públicos y privados en dicha área. En vez de un rescate de las corporaciones en crisis o quebradas, habría que nacionalizarlas y declararlas de utilidad pública y reacondicionarlas en el marco de un plan general de reconversión general de toda la economía, dando privilegio a la producción de equipo médico y otros insumos imprescindibles para proteger la salud pública. Las enormes ganancias acumuladas por las corporaciones tienen que ser utilizadas para hacer frente al flagelo y la actual catástrofe económica y social. La clase obrera debe tomar la iniciativa e intervenir.