Internacionales
12/1/2017|1444
La votación de la ONU y los asentamientos israelíes
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La reciente votación en la ONU, con el aval de Estados Unidos, en rechazo a la extensión de los asentamientos del sionismo sobre el territorio palestino, tuvo algo de farsesco: se produjo a pocos días de que Obama abandone su cargo. De todos modos, en esta decisión no deja de colarse el impasse de la política internacional del imperialismo, que viene haciendo aguas en diferentes frentes.
La declaración emitida por la ONU no pasa de una condena tímida y pusilánime. Rechaza nuevos asentamientos, pero no condena los concretados hasta ahora. Más que un cuestionamiento de la colonización sionista, estamos ante una oficialización de dicha práctica, con la bendición de la comunidad internacional. Como lo admite el diario Haaretz, es una decisión “sin carga efectiva”, dado que ha sido aprobada sin mecanismos sancionadores y, por lo tanto, a corto y medio plazo no deja de ser una “resolución declarativa”.
Las colonias judías en territorio palestino se vienen expandiendo en forma vertiginosa. Según organismos de derechos humanos, como B’Tselem, habría ya cerca de 500.000 israelíes, repartidos en más de un centenar de colonias. El Ministerio de la Vivienda israelí decidió lanzar licitaciones para la construcción de 238 alojamientos destinados a la población judía en dos barrios de Jerusalén este. Se trata de las primeras licitaciones desde el 26 de septiembre, cuando expiró la moratoria de diez meses sobre las nuevas construcciones en las colonias de Cisjordania. El gobierno israelí le ha dado un nuevo impulso a estos asentamientos, haciendo caso omiso a sus promesas previas.
Esta escalada ha puesto al desnudo la inviabilidad de la solución basada en la existencia de dos Estados, consagrada en su momento en los acuerdos de Oslo. El Estado de Israel sólo puede existir sobre la base del despojo y expulsión de la población palestina. No hay un punto de conciliación posible, lo que hace de Palestina una bomba de tiempo.
Trump
Trump ya ha señalado que no comparte la declaración de la ONU y que su gobierno estrechará vínculos con Israel. Esta postura se inscribe en un giro más general de la política exterior del magnate, que tiene a Irán como blanco principal.
El “lobby” sionista, con mucho peso en el partido republicano (Trump), rechaza el acuerdo nuclear alcanzado con los iraníes y es partidario de una salida militar al conflicto. Esta tendencia se ha recrudecido a partir de los avatares últimos de la guerra en la región. La caída de Aleppo y la expulsión del Isis de Mosul, que podrían precipitarse en forma inminente, dejaría un amplio corredor territorial que va desde Teherán hasta el Mediterráneo bajo el control iraní. Esto refuerza las presiones en favor de pasar de una política de compromisos a una de confrontación con el régimen de los ayathollas.
Finalizando 2016, el Congreso norteamericano votó de común acuerdo entre republicanos y demócratas (con la excepción de Sanders) extender por diez años más las sanciones económicas a Irán. Trump anticipó que no está dispuesto a ceder frente a la presiones de Teherán, y en las conversaciones con Rusia, el distanciamiento del régimen moscovita respecto de Irán sería una de las prendas de negociación.
La adaptación de años de la Autoridad Palestina a esta escalada le significó una gran pérdida de ascendiente en la población (en menor medida sucede lo mismo con Hamas). La estrategia puramente diplomática de los líderes palestinos, aprovechando los cortocircuitos entre Obama y Netanyahu, presagia un callejón sin salida ante la tendencia actual al alineamiento de Trump con el gobierno sionista. La crisis política y el agravamiento de las penurias de las masas por el efecto de la crisis económica, dejan planteada la necesidad de una nueva dirección política del pueblo palestino en su territorio histórico.