Las elecciones europeas, un preámbulo de la guerra en Europa

La “democracia” de Bruselas y los grupos fascistizantes pregonan una carnicería entre pueblos

Las elecciones son del 6 al 9 de junio

Los gobiernos de las “democracias” europeas se están involucrando cada vez más en la guerra imperialista. De un primer apoyo financiero y en material bélico se ha ido escalando y estamos ante un nuevo salto. En lo que prometen como el inicio de un compromiso más decidido en el conflicto, las dos cabezas de la Unión Europea (UE) acaban de enviar en misión oficial a sus tropas de élite para entrenar a los combatientes ucranianos, además de autorizar, en sintonía con Estados Unidos, el uso de su armamento para ampliar el radio de ataque directamente sobre suelo ruso, lo cual fue considerado por el presidente de aquel país, Vladimir Putin, no ya como un apoyo “defensivo” a Ucrania, sino como un acto de guerra que será respondido con ataques a objetivos militares en territorio europeo. En reiteradas declaraciones, tanto Putin como su segundo  Dmitri Medvédev, entre otros voceros del régimen, insistieron que en una confrontación de esta magnitud está abierta la posibilidad de utilizar armas nucleares “tácticas”, un eufemismo para referirse a una bomba atómica equivalente a la que lanzó la aviación yanki durante la Segunda Guerra, devastando las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki. Como desde hace muchas décadas no ocurría, estamos a las puertas de una guerra que amenaza con un nivel de destrucción difícil de prever. Este es el verdadero contenido y el verdadero debate de las elecciones europeas de este domingo.

Los comicios europeos no eligen un “gobierno europeo”, ni un “distrito único” europeo, sino que cada país elige a sus parlamentarios nacionales, los cuales, en general, tienden a agruparse en grandes bloques políticos por afinidad ideológica. El parlamento europeo, a su vez, ungirá luego representantes ejecutivos con el concurso de los jefes de Estado. Se trata de instancias políticas deliberadamente disociadas de la realidad cotidiana de los millones de trabajadores, donde suele participar un porcentaje bajo del padrón electoral. La gran burguesía europea diseñó este mecanismo artificial para imponer con mayor soltura la sumisión de los pueblos a la “democracia del euro” germano-francés, regimentando a los países más débiles con préstamos a tasa de usura y medidas de austeridad fiscal, uno de cuyos puntos más representativos se vivió en la prolongada crisis griega, que desató masivas huelgas generales y el surgimiento de variantes gubernamentales que se reclamaban de izquierda -algo impensado en largas décadas anteriores.

La escalada de la guerra en Europa y el impasse económico de la región, que no logra recuperar los niveles previos a la crisis y la pandemia, están llevando a una volatilidad política que rompe con la rutina de la elección. Así lo entiende, desde ya, el bloque que sustenta a la actual presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, que se encuentra sopesando qué alianza parlamentaria le permitiría alcanzar la continuidad. El gran debate es si el bloque de la derecha tradicional europea (PPE), de momento mayoritario junto con aliados (Liberales) y satélites, sostendrá su coalición con el sector de las distintas ramas de la socialdemocracia o, en su lugar, sellará una alianza con una porción de la ultraderecha, más precisamente en torno a la premier italiana Giorgia Meloni, es decir, del sector que plantea cambiar la UE “desde adentro”. Por supuesto, no será indoloro. A pesar de los esfuerzos de Meloni por acercarse, continúan las divergencias sobre temas clave, como el ritmo en la escalada belicista. La mandataria italiana se ha pronunciado en contra de intervenir sobre suelo ruso, restringiendo las operaciones al territorio ucraniano en disputa. Se expresan por esta vía no una política independiente ni pacifista, sino las presiones tanto de sus socios, que brindan un apoyo tácito a Rusia, como de la posibilidad de recambio presidencial estadounidense con Donald Trump, que favorece un reparto de Ucrania para concentrar mejor las energías contra China. Por supuesto, una salida de este tipo no zanjaría las disputas de fondo. Como ya ocurrió con los acuerdos Minsk en 2014, lo que se quiere firmar hoy puede ser desconocido mañana.

La posibilidad de incorporar a Meloni y a otras fuerzas a un esquema de gobierno europeo genera ruido entre el bloque liberal, una de cuyas cabezas es el presidente francés Macron, pero también apoyos. El vocero de la burguesía financiera The Economist plantea abiertamente que Meloni sea sumada ante la posibilidad de que se genere una crisis institucional por la ausencia de una mayoría clara en momentos de guerra: “descartar trabajar con ella por una cuestión de principios sería miope (…) Es más, llegar a un acuerdo podría tener una ventaja adicional: dividir a la derecha populista entre sus elementos más moderados y extremos” (1/6). Con elementos “extremos” se refieren explícitamente a Marine Le Pen, cuyos vínculos políticos y financieros continúan en cuestión. En las últimas semanas la prensa europeísta levantó nuevos “escándalos” de financiamiento de las campañas de los ultras por parte de Rusia y/o China, entre otros los ultras holandeses, daneses, alemanes y a Matteo Salvini, que integra la coalición de gobierno italiano con Meloni. Por su parte, Viktor Orbán, primer ministro de Hungría y simpatizante de Putin, expresó que atacar Rusia sería como apagar un incendio con un lanzallamas. La lealtad política de este sector de ultraderecha hacia Putin continúa siendo un escollo, cuya resolución está, por otro lado, también cruzada por la elección estadounidense de noviembre.

Es necesario señalar que ya existe un trabajo mancomunado previo entre la derecha tradicional europeísta y la ultraderecha de Meloni. Mientras que algunos analistas reseñan que la docilidad de la italiana respondería al peso de los compromisos de la deuda en su país, lo cierto es que Meloni -procedente de un partido que reclama la continuidad política y organizativa del fascismo histórico- evitó y de momento continúa evitando patear el tablero e ir a una confrontación con la Comisión Europea, y evita y continúa evitando imponer por la fuerza los intereses de la burguesía italiana en su propio país, hipotéticamente en detrimento del capital alemán. Por añadidura, tampoco fue a una confrontación, en lo esencial, en el manejo de la fenomenal crisis migratoria en el puerto de Lampedusa, donde Meloni y von der Leyen actuaron en forma conjunta. Meloni es la única figura de peso que encabeza personalmente la campaña a las europeas, lo cual le ha permitido imponerse sobre sus aliados-rivales de la derecha italiana. Así y todo, está lejos de un apoyo mayoritario. Los sondeos la dan en un 27% de los votos. La semana pasada, Meloni fue la oradora principal del homenaje en el parlamento italiano al célebre diputado socialista Giacomo Matteotti, asesinado hace 100 años por bandas fascistas. Se trató de un acto de fuerte contenido simbólico en vistas de una “reconciliación” final.

Un acuerdo formal de la derecha tradicional con la ultraderecha (a expensas de la socialdemocracia que, de momento, se opone), ya sea en forma de convivencia o de fagocitación, constituiría una modificación del cuadro político y necesariamente traería cambios en la agenda europea. Von der Leyen ha dado señales de apertura en esa dirección al declarar que en un nuevo mandato reduciría las incumbencias de la cartera ambiental, responsable de las políticas de la llamada “agenda 2030” de transición energética, uno de los puntos más cuestionados por la burguesía tradicional que sustenta a Meloni y a otros líderes similares. Esta pelea involucra también a la deuda de los países con el Banco Central Europeo y al sistema de tributo, donde existe una tentativa de cortar el grifo y aplicar recortes de austeridad, lo cual ya acarreó maremotos políticos en el periodo anterior. Ninguno de los países ha logrado volver al nivel de desendeudamiento que reportaban con anterioridad a la crisis de 2008. Durante décadas, más allá de disputas y alternancias, la derecha y las variantes socialdemócratas convivieron y codirigieron la UE. Uno de sus puntos políticos de unión era la idea de un “cordón sanitario” contra la ultraderecha y los grupos de antecedentes nazi-fascistas, a quienes responsabilizaban, lavando culpas propias, de la totalidad de los males de la guerra. Así, ambos planteaban rechazar coaliciones con los ultra para ir a un acuerdo con “el mal menor” europeísta, y “no volver al pasado” de las rivalidades nacionales. Ahora, está en debate la integración política de la ultraderecha dispuesta a moderarse dentro de los marcos europeos y adoptar una postura contraria a Rusia y a China. Los frentes políticos con la ultraderecha ya son un hecho en España y ahora también en Holanda, permitiendo a la burguesía “histórica” naturalizar los ataques contra los trabajadores y preparar el camino para una ofensiva mayor. Pero no se trata de temas menores sino del eje de décadas de los grupos ultra, lo que está provocando una fractura más profunda en su interior.

Imágenes paganas 

La volatilidad política en Europa está dando lugar a realineamientos impensados. El caso más llamativo tal vez sea el de Alemania. Allí, el partido nazi AfD  incurrió en un sincericidio al reversionar la frase histórica de los ultras alemanes, pasando de “mi abuelo no fue un criminal” -una defensa de la “obediencia debida” de las tropas nazis-, por una reivindicación de las tropas de voluntarios nazis con un escandaloso “no todo SS fue un criminal”. Esto llevó tanto a una notoria caída en su intención de voto como a la ruptura pública de su principal aliada europea, la francesa Marine Le Pen, cuyo delfín lidera con holgura las encuestas de su país. Se trata de desavenencias que pueden dejar fuera de juego a uno de los dos bloques de la ultraderecha, Identidad y Democracia, reputado como de mayores roces con la UE y de simpatías pro Putin.

Los vínculos entre la ultraderecha alemana y francesa vienen de larga data. El partido que Marine Le Pen heredó de su padre Jean-Marie fue fundado con el apoyo explícito de los franceses colaboracionistas de los nazis bajo la ocupación, y contó con la presencia estelar de activistas alemanes que lucieron, como si se tratase de un traje de gala, una vez más su uniforme de guerra nazi, el mismo que los partisanos habían desterrado para siempre tras la liberación de París en 1944. La ruptura de Marine Le Pen con el grupo alemán por sus expresiones pro nazi es un correlato de su viraje político y económico. Bajo su égida, la fuerza de ultraderecha icónica de Europa pasó de plantear la salida de la UE a abrazarla, de repudiar el euro a promoverlo, y de criticar al empresariado –con una tónica populista y demagógica- a adoptar su programa. Es una lectura compartida que ha sido este viraje estratégico -y no las excentricidades típicas de la derecha-, en combinación  con la crisis de los partidos del régimen, lo que le permitió perforar su techo político y catapultarse como una líder nacional. Así y todo, la gran burguesía aún no la considera un elemento de plena confianza, y apuesta a variantes de emergencia. Es de notar el empeño titánico que continúa colocando el periódico Le Figaro, vocero del imperialismo francés, en levantar al candidato del Partido Socialista, tras el cual propone que se agrupen en un gran acuerdo nacional los restos de los partidos históricos y los nuevos emergentes por izquierda identificados en la figura de Jean-Luc Mélenchon.

Un dilema similar vive la burguesía alemana. En un comunicado profusamente difundido por la cadena DW, las grandes empresas del país llaman a “no votar” al partido nazi AfD, que se ubicaría segundo con entre el 10 y el 15% de los votos. No son compañías menores. Encabezan el Deutsche Bank, Bayer, BMW, Volkswagen, Mercedes, Allianz, y se suman las firmas del ámbito público, la federación industrial y la federación sindical mayoritaria (DGB). La razón explícita es la propuesta del AfD de cerrar las fronteras y expulsar a los migrantes. Ironías de la historia, la burguesía que realizó oscuros negocios durante el nazismo no quiere, por ahora, aplastar a las burguesías rivales con los aspirantes a dictadores, sino que se conforma con continuar beneficiándose de la mano de obra barata que le provee la periferia europea. La inmigración masiva tiene sus causas en las sucesivas guerras y expoliaciones coloniales. Su abordaje implica un llamado a terminar con el imperialismo. La burguesía lo entiende de otro modo, y abre o cierra la migración según necesite fomentar más o menos la competencia entre trabajadores. En ausencia de una política revolucionaria, la ultraderecha logró capitalizar en la mayoría de los países europeos el descontento, incluyendo capas enteras de trabajadores, desde una perspectiva reaccionaria. Esta postura, contraria al interés de la clase obrera, está siendo adoptada por una de las escisiones de Die Linke (la centroizquierda alemana), que obtendría algunos escaños apelando a votantes superpuestos con AfD.

El nivel de progreso de la ultraderecha en Europa es muy heterogéneo. Sus dos principales figuras, Meloni y Le Pen, avanzaron resignando sus planteos estratégicos y solo tras el desangre de los partidos tradicionales. En España, tras la crisis abierta con el movimiento de los indignados, que dio origen a Podemos y fuerza a múltiples grupos que reivindican la autonomía nacional referenciándose en la izquierda, y en forma más tardía a otros por derecha como Ciudadanos o Vox, está dando lugar a una recomposición de los partidos tradicionales, bien que habilitando vasos comunicantes. En países más influyentes de la UE, entre los que se debe incluir desde ya a Alemania, pero también a Polonia, gobiernan partidos de la derecha tradicional que se oponen a un acuerdo con los ultras. A pesar de que se espera un crecimiento electoral, la formación de un bloque común de la ultraderecha tras las elecciones, aunque no pueda descartarse plenamente, está cuestionada. Ni hablar de la “internacional” de la derecha que promueve Santiago Abascal, el lumpen que dirige Vox, cuyos deseos suenan apresurados.

El problema no se reduce a las posiciones contrapuestas en las elecciones europeas sobre la guerra o la migración, sino a que la gran burguesía europea continúa eligiendo, de momento, una variable dentro de los marcos del sistema. El programa del fascismo en Europa implica necesariamente una confrontación para alzarse fuera del marco de la UE, algo que Inglaterra, con un gobierno conservador, practicó sin demasiado éxito en el Brexit. Ni este camino de vinculación privilegiada con Estados Unidos por sobre el eje germano-francés, ni la confrontación abierta con Estados Unidos aparecen como variantes razonables para la gran burguesía en un escenario de guerra. Fue Ursula von der Leyen quien más insistió en que Europa debía rearmarse y reintroducir el servicio militar obligatorio. El aumento del presupuesto militar en todos los Estados europeos, sin embargo, no está siendo acompañado por un incremento equivalente del aporte a la membresía de la OTAN, que continúa debajo de los porcentajes estipulados. Debe recordarse que Donald Trump advirtió que, de ser electo, dejaría que Putin invada cualquier país de la OTAN que no haya hecho los pagos correspondientes. La guerra y la crisis auguran un cuadro muy dinámico, donde la advertencia de enfrentar a la ultraderecha, que no puede ser subestimada, debe ir necesariamente acompañada de un impulso contra los gobiernos que sostienen la guerra.

La izquierda

El bloque de la izquierda en el parlamento europeo, que representa la centroizquierda política, aparece desdibujado en esta elección, y probablemente reduzca su caudal electoral. No ha podido revertir esta situación a pesar de que ha existido una ebullición popular en favor de la causa palestina y, en algunos países, han acontecido huelgas generales en el periodo anterior y una recomposición del movimiento obrero, como en Francia. La razón central que le ha impedido capitalizar el colapso europeo es que continúa fresca la desilusión tras su rol gubernamental, donde aplicaron todas las políticas de austeridad demandadas por la Comisión Europea. Es el caso de Syriza en Grecia, Podemos en la coalición con el PSOE de España o el Bloco de Esquerda en Portugal. Este sector ha tenido, no obstante, algunos casos de campañas izquierdizantes, como el de La Francia Insumisa (Mélenchon), que llama a consagrar diputados “combativos” y se posicionan en favor de Palestina. Conviven aquí, por otro lado, expresiones que han rechazado el aumento del presupuesto militar en sus países con aquellos que lo han avalado o dejado correr, en una muestra de total demagogia política. La guerra en Ucrania suele figurar en sus campañas, y existen registros de una amplia gama de posiciones, desde quienes apoyan en forma abierta o velada al bando de la OTAN a quienes entienden a Putin como un contrapeso antiimperialista. Además de un gran bloque que no vería con malos ojos una paz imperialista bajo la égida de la Unión Europea. Sus aliados principales, el bloque de los Verdes, han hecho causa común con sus burguesías en relación a la guerra y al estipendio para la guerra.

En Francia, se registra la participación por primera vez del NPA Révolutionnaires, animado por L’Etincelle y A&R. Su campaña consigna una pertenencia genérica al mundo obrero, pero elude cualquier referencia a la situación concreta de Francia, de la UE y de la guerra imperialista. ¿Qué posición adoptan ante la voluntad del presidente Emmanuel Macron de enviar obreros a inmolarse en la guerra imperialista? No lo sabemos. Esta falta de claridad sobre un tema de primer orden denota una adaptación a las presiones de la burguesía francesa, elemento que fue señalado por la organización Lutte Ouvrière, que rechaza la guerra imperialista, como el principal impedimento para realizar un frente de la izquierda en las elecciones. La pelea en las calles contra los gobiernos de la guerra y contra la ultraderecha ha sido tomada por algunos sectores obreros, juveniles y de movimientos populares, bajo distintas formas. Pero sin duda el camino más prometedor han sido las movilizaciones contra las bases militares, tanto de la OTAN como de las fuerzas armadas de cada país europeo, promovida por los grupos internacionalistas que denuncian la responsabilidad de ambos bandos en la carnicería imperialista, así como también el bloque al envío de armamento que se registró en manos de algunos sindicatos en Grecia, Italia y otros países.

Un contraste con otros bloques lo constituye la campaña del grupo griego NAR, que presenta lista apuntando a reagrupar revolucionarios en Grecia y en otros enclaves de Europa. Su ángulo es una posición internacionalista frente a la guerra, a lo cual añaden la consigna de ruptura de la Unión Europea. A nuestro entender, la UE constituye un recurso reaccionario de la burguesía imperialista para hacer frente a la decadencia irreversible de sus Estados, de ningún modo un ente progresivo que lograría superar las contradicciones nacionales en forma pacífica e indolora, ni mucho menos un ámbito para el desarrollo de las fuerzas productivas que permitiría una transición socialista. La crisis primero, y hoy la guerra, están poniendo de relieve que la UE y el Euro son instrumentos que aceleran el derrumbe capitalista y que arrojan nueva luz sobre el carácter reaccionario de los Estados nacionales, responsables de dos guerras mundiales. La ruptura de la UE y el abandono del Euro, por lo tanto, está colocado en las antípodas del retorno nostálgico a las viejas monedas nacionales (dracma, lira, franco, etc), lo que equivaldría a colocar expectativas en la recomposición de sectores de las burguesías nacionales. Lejos de la campaña reaccionaria y chovinista de la ultraderecha y el fascismo, la ruptura de la UE debe ser considerada en base a un planteo de rechazo al belicismo y la austeridad, y de defensa de las conquistas obreras, lo cual inscribe la ruptura de la UE como un episodio de la revolución socialista. La guerra y la crisis ponen como nunca de relieve la centralidad de pelear por gobiernos de trabajadores dentro de eventuales fronteras nacionales, no como regresión histórica, sino como un paso hacia una federación socialista de Europa.

El XXIX Congreso del PO abordará las consecuencias de las elecciones europeas y del curso de la guerra imperialista entre sus deliberaciones.