Las elecciones no cancelan la crisis política en Israel

Israel fue a las urnas este martes por cuarta vez en dos años para tratar de salir de un pantano político. Desde la ruptura de la coalición de gobierno que lideraba el primer ministro Benjamin Netanyahu en 2019, el país atravesó sucesivas elecciones sin que surgiera de ellas una mayoría parlamentaria sólida. Tras los comicios de marzo de 2020, se formó un gobierno de “unidad nacional” entre los dos principales rivales, Netanyahu y Benny Gantz (exmilitar que comandó las fuerzas de invasión de Gaza en 2014), pero este naufragó a los pocos meses debido a brutales disputas de poder, lo que precipitó la última votación.

Los comicios de este martes vuelven a arrojar un escenario de gran fragmentación, incluso mayor a la que ya existía, lo que complica la formación de un nuevo gobierno (se necesita sumar 61 bancas, la mitad más uno de la Knéset). Se han iniciado negociaciones a todas las bandas para evitar una quinta elección, que podría repetir los mismos resultados de este martes y prolongar de ese modo la impasse. En las urnas, comienza a notarse un desgaste. La participación cayó al 67%, que es el nivel más bajo desde 2009.

El Likud, partido de Netanyahu, fue otra vez la primera fuerza, con 30 bancas. Pero perdió seis escaños respecto a la elección anterior (los resultados que damos son con el 90% de actas escrutadas, puede haber pequeñas variaciones en el reparto final de espacios). Se vio afectado por un desprendimiento, Nueva Esperanza, que obtuvo seis legisladores. Pero además, el gobierno ha tenido que lidiar con las consecuencias de la pandemia, que agravaron la crisis económica y social, llevando a una caída del 6% del PBI en 2020 y a una suba del desempleo que superaba el 19% en febrero (Xinhua, 15/2). En estas condiciones, no le sirvió a Netanyahu para sumar bancas ni el éxito del plan de vacunación ni la demagogia para atraer a una porción del voto árabe.

Para Netanyahu, mantenerse en el poder resulta clave para evadir las múltiples causas de corrupción que pesan en su contra. Sus primeras negociaciones irán dirigidas a los partidos de la derecha ultraortodoxa, que sumaron nuevamente 17 bancas; a la extrema derecha de Naftali Bennet (exministro de defensa de Netanyahu, que logró 7 lugares) y al Partido Religioso Sionista, con 6. Aun así, esta combinación no le da los 61 diputados necesarios, con lo que tendría que recurrir a fuerzas de otro espectro político.

En segundo lugar quedó Yesh Atid (en teoría, de centro), del periodista Yair Lapid, con 17 escaños, quien se transforma en líder de la oposición y buscará forjar una coalición que desplace del poder a Netanyahu. Lapid integraba la desaparecida alianza Azul y Blanco, que obtuvo 33 bancas en marzo pasado y feneció cuando Gantz decidió integrarse al gobierno de unidad con Netanyahu. Dicho pacto fue un ancla para Gantz, que cayó a ocho escaños en esta elección. Los primeros socios que podría sumar Lapid son los centroizquierdistas Meretz y el laborismo (conjuntamente suben de 7 a 12 bancas). Pero esto no le alcanza para formar una mayoría, por lo que debería recurrir a negociaciones adicionales con los partidos árabes y la derecha.

La vieja Lista Conjunta de los partidos árabes, que había sido tercera fuerza en la elección pasada con 15 escaños, se dividió esta vez en dos bloques y cayó a 10 diputados (5 para la Lista Arabe Unida y 5 para el Ra’am). Si ya se había agrietado el año pasado respecto a la posibilidad de formar gobierno con Gantz (el Balad rechazó esa variante, debido al papel de aquel en la invasión de Gaza), ahora directamente se quebró, con un ala dispuesta inclusive a una colaboración política con Netanyahu. Se trata del Ra’am, dirigido por Mansour Abbas, quien se ofrece al mejor postor, dado que no descarta tampoco sumarse a un gobierno con Lapid.

Las negociaciones estarán marcadas por la más completa falta de principios. Se discuten todo tipo de combinaciones políticas. Basta recordar que el gobierno anterior surgió de un acuerdo entre los dos principales rivales, que se habían atacado durante toda la campaña electoral. Lo que lubricó aquel acuerdo fue el reparto de cargos. La cantidad de ministerios se elevó al número récord de 36.

Pero además, las negociaciones pueden combinarse con fuertes choques políticos. Yesh Atid y Yisrael Beitenu (partido del exministro Avigdor Lieberman, un derechista laico que rompió con Netanyahu en 2019 y centró sus campañas electorales en denunciar los privilegios de los ultraortodoxos) evalúan copar puestos claves de la Knéset y presentar un proyecto que impida a Netanyahu competir en una eventual quinta elección (Jerusalem Post, 24/3). Por supuesto, el primer ministro no se quedaría de brazos cruzados.

Más allá de estos choques, los principales partidos del arco político israelí comparten la política de sojuzgamiento del pueblo palestino. El 2020 fue uno de los años récord en la construcción de asentamientos. Y son tributarios del “acuerdo del siglo”, un plan del imperialismo para profundizar la anexión de Cisjordania (el cual incluye la apropiación del valle del Jordán), que fue suspendido -pero no abandonado- a raíz de la crisis sanitaria.

A la barbarie del sionismo, es necesario oponerle la lucha por una Palestina única, laica y socialista, como parte de una federación socialista de pueblos de Medio Oriente.

 

Elecciones de marzo de 2021 (cantidad de bancas, con el 90% de votos escrutados)

Likud (Netanyahu): 30

Yesh Atid (“centro”): 17

Shas (ultraortodoxos): 9

Azul y Blanco (Gantz): 8

UTJ (ultraortodoxos): 7

Laboristas: 7

Israel Nuestra Casa (derecha laica): 7

Yamina (derecha): 7

Nueva Esperanza (ruptura del Likud): 6

Partido Religioso Sionista: 6

Lista Arabe Unida: 5

Ra’am (árabe): 5

Meretz (centroizquierda): 5

 

 

Elecciones marzo 2020

Likud (Netanyahu): 36

Azul y Blanco (Gantz-Lapid): 33

Lista Conjunta (árabes): 15

Shas (ultraortodoxos): 9

Laborista-Meretz (centroizquierda): 7

Israel Nuestra Casa (derecha laica): 7

UTJ (ultraortodoxos): 7

Yamina (derecha): 6