Las favelas de Río, militarizadas

El operativo militar en las favelas de Río de Janeiro no fue dirigido contra el narcotráfico sino contra la supervivencia, molesta e intolerable, de viejas formas superadas del comercio de drogas. De pasada, el gobierno brasileño logró un viejo objetivo: militarizar los morros de Río, imponer al pobrerío la disciplina de los tanques. En ese sentido, fue muy claro y explícito el comandante del ejército, general Enzo Pieri: antes de fin año se instalará en las favelas un “cuerpo de paz al estilo de Haití”. Es decir, una fuerza de ocupación.

Esos 500 narcotraficantes cercados por los militares en el Complejo Alemao pidieron, antes del asalto final, la intermediación de José Junior, fundador de una ONG que da servicios asistenciales en las favelas. Junior habló con ellos y después contó algunas cosas interesantes. Por ejemplo:

“Los vi moralmente vencidos (…) Me dijeron que querían negociar. Les respondí que sólo les quedaba el camino de la rendición… Estaban personal, física y moralmente arrasados (…) En las favelas todavía hay venta de drogas, pero el volumen ya no es el mismo de antes. Tampoco existe la antigua ostentación de armas” (Clarín, 2/12).

La explicación para ese derrumbe es sencilla y catastrófica. La guerra territorial por el control de las zonas de distribución de drogas es cosa del pasado. Ahora, la droga se distribuye por un sistema de delivery -más rápido, discreto, desarmado- que no necesita controlar un territorio y, por lo tanto, tiene costos mucho menores. Y de eso se encarga directamente la policía.

“Los milicianos son policías”

Luiz Eduardo Soares, ex secretario nacional de Seguridad durante el primer gobierno de Lula, describe en dos de sus libros (“Tropa de Elite”, I y II) esa trama entre narcotraficantes, policías y políticos, y el desenvolvimiento de una lucha que ahora encontró un punto de inflexión. En esos textos, Soares advierte que la policía, encargada en el pasado de proveer armas y servicios varios a las bandas de narcos, se ha hecho cargo ella misma de la distribución, combinada con el comercio ilegal de armas y las redes de trata de personas. Ahora, en una entrevista con el diario Folha de Sao Paulo, Soares dice: “Los milicianos son policías, no tienen costos de organización ni problemas de acceso a las armas (…) Son mucho más fuertes, más numerosos y tienen mayor capacidad de organización”. También, dice el especialista, poseen una mejor visión de los negocios.

Los narcotraficantes trataron de resistirse a esas transformaciones y lo hicieron a su manera. Desde hace unos cuantos años, libran una guerra de bandas contra la policía que antes los protegía, y por eso se habían aliado grupos antagónicos como el Comando Vermelho y Amigos dos Amigos. En setiembre del año pasado, Río asistió a una batalla entre los viejos narcos y la policía, en la cual los primeros llegaron a derribar un helicóptero policial con un disparo de bazuca. Ahora, eso se acabó por la intervención del ejército.

Por otra parte, aquellas antiguas bandas de narcos habían impuesto en las favelas una suerte de Estado propio. Ellos tenían en sus manos el poder de policía, imponían su propia ley y hasta brindaban servicios sociales. En determinado momento, ese estado de cosas se volvió políticamente insostenible. Aquello duró mientras la acumulación capitalista extraordinaria que permite el narcotráfico necesitó de ellos. Ahora no los necesita más, por eso los masacraron y por eso estaban “moralmente arrasados”. Se terminó.

Ahora las favelas quedaron bajo control militar y del narcotráfico se encarga la policía sin mayores molestias. Seguramente, como advirtieron varios analistas, no dará resultado la política del puro caveirao (el carro blindado) y se harán concesiones a los habitantes de las favelas. Pero esos morros de Río, una de las zonas más conflictivas de Brasil, están militarizados -lo cual, seguramente, dará a Dilma Rousseff una porción más de tranquilidad a la hora de aplicar los ajustes que se vienen.