Las lecciones políticas de Baltimore


El 12 de abril, un joven negro llamado Freddie Gray fue detenido por la policía de Baltimore. Una hora más tarde estaba en coma, con el 80% de su espina dorsal dañada, su espalda rota y su laringe aplastada. Murió una semana más tarde. Un levantamiento popular protagonizado por la juventud negra llevó a la ocupación de la ciudad por la Guardia Nacional y, por primera vez en la presidencia Obama, al toque de queda desde las 10 de la noche hasta las 5 horas de la mañana.


Gray es la octava víctima negra muerta en estas circunstancias en el último año. Pero la lista es engañosa. En el caso de Walter Scott (Carolina del Sur), el crimen sólo fue conocido por el video de un transeúnte. Si se tomaba la versión del policía, era un caso de fuerza mayor. Es decir, ¿cuántas muertes de este tipo son tapadas en Estados Unidos bajo la carátula “uso necesario de la fuerza frente a un supuesto delincuente”?


Baltimore es una ciudad devastada, con sus acerías cerradas y un 60% de desocupación, concentrada en los jóvenes. Esto conduce a la caracterización simplificada de que todo es producto de la pobreza, la brutalidad de una policía superada y la desesperanza de la juventud.


 


 


Operación de Estado


 


 


El discurso del Presidente “negro” sobre el asesinato de Gray desnuda una política. Luego de las condolencias del caso condenó “la violencia sin sentido” y atacó a los jóvenes protagonistas del levantamiento que deben ser tratados, dijo, como “criminales”.


Es el caso de recordar lo actuado por el gobierno al juzgarse el crimen del joven Brown, en Ferguson. En lugar de presentar cargos para una acusación formal el Estado convocó a un grand jury -un jurado que decide si hay o no mérito para enjuiciar- que reemplazó el juicio público por una audiencia secreta, a puertas cerradas, en la cual la evidencia fue controlada por la fiscalía. Todo esto llevó al dictamen que absolvió al oficial Wilson y a un segundo levantamiento en la ciudad.


La operación de impunidad fue guiada por el propio gobierno “negro”, como lo reconoció el fiscal que actuó en el caso. ¿Las razones? La decisión de reforzar una política de represión frente al malestar social generalizado. No se trata sóo de la impunidad. Desde Ferguson, el Departamento de Seguridad Nacional ha provisto los departamentos de policía con un arsenal escalofriante: balas de punta hueca, chalecos antibalas de última generación, armas automáticas, rifles de francotirador, etc.


Obama ejecuta una política centrada en cerrar filas frente a una conmoción social que se extiende: “tenemos protestas en distintas comunidades una vez a la semana o cada dos semanas”, dijo en su discurso.


Es, naturalmente, una política que lleva al aislamiento y a nuevas crisis. El estado de Estados Unidos tiene uno de los mayores porcentajes de juventud abandonada en las cárceles y las formas de represión más brutales dentro de sus fronteras.


 


 


No es un problema de raza


 


 


El alcalde de Baltimore es un demócrata negro. El jefe de policía también es negro. El número de afroamericanos electos en el país pasó de 1.500 en 1970 a 9.000 en 2006. A partir de los levantamientos del '60 y la ley que habilitó a los negros a votar (1965), se ha producido una enorme cooptación de afroamericanos -el presidente “negro” es emblemático- que rivalizan en la defensa del actual régimen social.


No es un problema de raza, sino de clase…