Las obreras textiles de la India y Myanmar, en pie de lucha

Una nueva ola de lucha de las trabajadores textiles recorre el continente asiático, especialmente India y Myanmar (la ex Birmania). Las protestas se hicieron sentir este junio en la India (Bengalore), protagonizadas por trabajadoras de la fábrica Euro Clothing Company –II, perteneciente al gigante Gokaldas Exports, cuya manufactura es comercializada por la empresa sueca H&M. Esta patronal ha dejado a más de 1.300 empleadas sin el cobro de sus salarios. Las luchas del personal textil son un eslabón más de las acciones emprendidas por distintos sectores de la clase obrera india, como lo fue una reciente acción llevada a cabo por trabajadores de la construcción, reclamando la prohibición de despidos y un seguro al parado, o por la inmensa movilización de trabajadores migrantes en la capital de Maharashtra.


A su vez, en mayo, se han producido batallas contra los 324 despidos en la fábrica Rui Ning de Myanmar, de los cuales 298 afectados estaban sindicalizados. Entre estos trabajadores despedidos se encontraba el propio presidente del sindicato, fundado hace pocos días. Portavoces de la protesta apuntaron contra Amancio Ortega, uno de los grandes capitalistas españoles, dueño del grupo Inditex, que tiene a Zara como una de sus principales marcas. Lo mismo sucedió en las fábricas Huabo Times y Myan Mode, cuyas producciones son destinadas a grandes marcas como Primark, Mango y Zara. La patronal de Huabo Times despidió a más de 100 trabajadores, entre ellos varios afiliados al sindicato, incluidos cuatro dirigentes.  En marzo, la fábrica Myan Mode (la mitad de su producción corresponde a Zara) despidió 571 trabajadoras de un total de 1.270, 520 de ellas estaban organizadas en el sindicato de empresa (El Salto 23/6). Las obreras no solo han repudiado el accionar anti-sindical de la compañía, sino que además reclamaron por barbijos y por el cumplimiento de un protocolo sanitario con distanciamiento social, violado desde un principio por la patronal.


Como antecedente inmediato de las actuales luchas, a principios del mes de febrero, 15.000 obreros textiles irrumpieron en las calles de Myanmar reclamando la reincorporación de 260 despedidos por intentar organizar una medida de fuerza en pos de conquistar un aumento salarial, el pase a planta permanente de los precarizados y el fin de las horas extra excesivas.


En Myanmar, la explotación capitalista ha alcanzado dimensiones descomunales. Allí funcionan alrededor de 400 fábricas textiles con 40.000 trabajadores, en su mayoría mujeres, sujetas a salarios de hambre y a jornadas de hasta 14 horas diarias, seis días a la semana. Del mismo modo, el trabajo infantil es moneda corriente en estas tierras.


El común denominador de la mayoría de los conflictos es la tentativa patronal de desarticular cualquier organización obrera que surja al calor de la superexplotación a la que son sometidos el conjunto de los trabajadores en el continente. Un informe compartido por Global Labor Justice indica que las trabajadoras textiles de Asia constituyen la mayor parte de las trabajadoras textiles del mundo. El desarrollo de un proceso de organización entre semejante masa de trabajadoras y trabajadores podría ser una gran amenaza para el capital que recurre a la superexplotación para intentar remontar su crisis. En Bangladesh, en  tanto, las obreras textiles salieron a las calles en abril para reclamar el pago de sueldos atrasados.


Una conclusión elemental que se desprende de estos episodios es la necesidad de profundizar el rumbo tomado por las trabajadoras y trabajadores de la industria textil. Los gobiernos de Myanmar y de la India defienden intereses antagónicos a los de la clase obrera birmana e india. Por un lado, el gobierno de Myanmar, comandado por la Liga Nacional de la Democracia (LND) de la premio Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi, lleva adelante una política de persecución a los trabajadores, y sostiene un régimen estatal ultra-represivo (gran parte de los escaños parlamentarios pertenecen a las Fuerzas Armadas), además de una política genocida hacia la minoría musulmana rohingya. De igual manera, el gobierno del hinduista Narendra Modi, de fuertes lazos con el capital extranjero y con Donald Trump, conduce un programa de ataque en regla contra los trabajadores (reforma laboral, entre otros), al servicio de las grandes corporaciones, que utilizan los suelos de Asia para explotar mano de obra barata. Solo la organización independiente de las masas puede abrir una perspectiva de salida a la barbarie capitalista.