Líbano, tras la caída del gobierno

El colosal estallido en el puerto que ha hecho estragos en Beirut y la posterior renuncia del primer ministro Hassan Diab, forzada por la rebelión popular, han colocado al Líbano en un limbo sin salida clara a la vista, mientras la debacle social se ahonda. Se asiste al agravamiento significativo de una larga crisis del régimen político, que tiene su base en la incapacidad de los partidos de gobierno de abrir un rumbo para el país, de un lado, y del otro una intensa movilización de la población explotada, que no ha constituido aún una alternativa política de fondo para superar este impasse.

El régimen de reparto de cargos entre los partidos de base religiosa-sectaria (chiítas, sunnitas, cristianos, etc.) había recibido un golpe prominente en octubre de 2019, cuando la rebelión popular colocó al mismo como su enemigo e impuso la caída del anterior primer ministro, Hariri. Ahora, la renuncia de Diab vino a asestar un golpe a un hombre que -pese a contar con el apoyo de Hezbollah y sus aliados- se había presentado a sí mismo (e insistió en ello en su discurso de partida) como un “tecnócrata” independiente de ese régimen corrupto. Las cartas de la burguesía aparecen cada vez más marcadas.

Si el desempleo y el colapso de la infraestructura no dejaron de crecer, tal como se reclamó en varias movilizaciones masivas durante 2020, con el estallido de Beirut, el país (endeudado en un 170% de su PBI) se coloca en un panorama de barbarie. La reconstrucción de la capital se cifra en más de 15 mil millones de dólares, y a los edificios destruidos se suman otros tantos en riesgo de colapso. La red eléctrica suministra la mitad de lo necesario y 300.000 personas se quedaron sin hogar. El hacinamiento resultante, sumado a los daños en hospitales y la saturación de los restantes con heridos, y al traslado de estos sin medidas preventivas, han incidido en un salto dramático de la pandemia de coronavirus (según cifras oficiales, 3.500 de los 10.000 infectados en el país son posteriores al estallido). “La clase media se fue con la explosión. Vienen a buscar ropa, medicamentos, comida”, describía un voluntario a Al Jazeera.

Hezbollah se encuentra golpeado por este desmadre, con fuertes expresiones populares en su contra, más cuando controlaba la zona del puerto donde se ocasionó la explosión advertida hace años. Pero lo cierto es que todos los partidos del régimen contaban con funcionarios allí. En un sentido más general, todos han cogobernado ignorando las alertas y son corresponsables del marasmo del país. Vale recordar que, a fines de 2019, las calles reclamaban “que se vayan todos”.

Mientras el pueblo se esfuerza por sobrevivir y los voluntarios protagonizan la ayuda a las víctimas, la principal respuesta del Estado -antes y después de la renuncia- es la militarización de la ciudad y la represión. La brutal acción del Ejército, las Fuerzas de Seguridad internas y agentes de civil contra una protesta- el sábado 8- concluyó con 728 heridos. Ahora, el Parlamento acaba de aprobar un estado de emergencia planteado por Diab, que otorga superpoderes contra la libertad de expresión, de reunión y de prensa, avala los allanamientos y arrestos preventivos y el juzgamiento de individuos por tribunales militares.

Laberinto

Mientras Diab continúa como mandatario interino, aunque sin poder proponer leyes o emitir decretos, reina la confusión entre los analistas sobre la salida del laberinto. Diab anunció elecciones anticipadas, algo que sin embargo Hezbollah y sus aliados -del sector pro-iraní- rechazan, oponiéndole el planteo de un “gobierno de unidad nacional”.

Las posibilidades de este se ven severamente cuestionadas, tanto por la demanda de los manifestantes de que renuncie también el presidente Michel Aoun -que es quien debería convocar al Parlamento para que designe un nuevo primer ministro- como por el hecho de que el imperialismo francés y estadounidense  buscan explotar la crisis para golpear a Hezbollah y, por elevación, a su aliado Irán. Como parte de su esfuerzo por tutelar el proceso político, han condicionado la entrega de la mayor parte de fondos de reconstrucción a la demanda de reformas políticas, algo duramente criticado por Irán. En este cuadro, el FBI acaba de incorporarse a las investigaciones sobre la explosión del puerto y, por otro lado, el secretario general de Hezbollah advierte sobre la amenaza de fuerzas políticas que intentan “derrocar al Estado y empujar al Líbano al borde de una guerra civil para servir intereses personales y extranjeros” (The Daily Star Lebanon, 14/8).

Con todo, la carta del imperialismo tampoco asoma con claridad ni resulta unívoca: desde el bloque de Hariri y sus aliados derechistas se ha hablado de promover una vuelta de este al gobierno, pero también de postular a un “independiente”, Nawaf Salab (quien fuera representante de Líbano para la ONU en Estados Unidos). Según algunas fuentes, Francia y Estados Unidos coincidirían en este segundo plan, aunque otros señalan que Francia se inclina por Hariri.

Desde este sector proimperialista se ha hablado de ir a una nueva ley electoral, e incluso un aliado de Hezbollah -el presidente del Parlamento, Nabih Berri- colocó la necesidad de una reforma, que establezca elecciones sin divisiones sectarias, aunque solo para la Cámara Baja. Si bien es de dudosa viabilidad, y en todo caso deberá atravesar profundos choques, se trata de un planteo que busca montarse sobre la demanda de cambio de los manifestantes para salvaguardar el dominio de la llamada “cleptocracia”.

Organizarse

En este escenario convulso e incierto, y con semejante despliegue de uniformados en las calles, no se descarta -como sugiere un general retirado en una entrevista- la posibilidad de un gobierno militar, o cointegrado por militares, para “controlar la calle” (Tehran Times, 12/8).

El movimiento popular tiene como desafío inmediato rechazar el estado de emergencia y cualquier salida militar, defendiendo su derecho a protesta. Y estructurar la energía que ha sabido mostrar en las manifestaciones, y en las acciones solidarias tras el estallido, en una organización independiente de los partidos del régimen y el imperialismo, que han hecho de todo Líbano un cráter.