Londres: derrota de “la city”

En Londres acaba de ser pulverizado uno de los mitos políticos más difundidos de estos tiempos: que para ganar una elección hay que presentarse como un político ‘moderado’, es decir como un sirviente del gran capital. Ken Livingstone, apodado ‘Ken el Rojo’, un hombre exhibido por la prensa conservadora como un demonio anticapitalista, acaba de ganar por abrumadora mayoría las elecciones municipales de Londres.


Livingstone proviene del ala izquierda del laborismo. Fue expulsado del partido por Blair, por criticar públicamente el giro derechista del ‘nuevo laborismo’. Su victoria ha significado una derrota particular para Tony Blair, cuyo candidato salió tercero (detrás de los conservadores).


La campaña de Livingstone estuvo centrada en la denuncia de la privatización del subte que plantean los laboristas, en el reclamo de la defensa de la salud y la educación públicas, en la defensa del empleo, el salario y la vivienda popular, en la denuncia de los abusos racistas de la policía. Utilizó como bandera electoral su anterior paso por el Consejo Legislativo del Gran Londres (CGL, entre 1981 y 1986). Entonces impulsó una rebaja de la tarifa del transporte público del 25% (que fue vetada por el gobierno conservador), impidió numerosos desalojos de familias trabajadoras, apoyó la histórica huelga de los mineros contra la Thatcher y respaldó las luchas por los derechos de los inmigrantes y los homosexuales. Sobre todo, Livingstone convirtió al CGL en un centro político de denuncia de la política de la Thatcher, que lo disolvió en 1986.


¿Por qué prendió esta campaña? En los últimos veinte años, bajo los conservadores primero y los laboristas después, Londres ha acentuado su condición de “centro financiero y turístico”. Se han construido torres de oficinas, restaurantes, teatros y hoteles de lujo y todo un nuevo distrito financiero en los terrenos que ocupaban los muelles. Ha florecido una ciudad parasitaria alimentada por la especulación inmobiliaria y la “patria contratista”. En contraste, han cerrado numerosas fábricas y el puerto; se han perdido un millón de puestos de trabajo en la industria; la tasa de desempleo duplica el promedio nacional; la población trabajadora se ha empobrecido brutalmente (un tercio de las familias de Londres recibe alguna forma de asistencia social; hay 55.000 sin techo en la ciudad).


Los obreros y los desempleados de Londres y una parte de su clase media han votado contra “una ciudad de especuladores y banqueros”. ¿Livingstone pondrá en pie una “ciudad para los trabajadores”? La respuesta, desgraciadamente, es no.


Livingstone no plantea la movilización de la clase obrera y los explotados para imponer sus reivindicaciones. Al contrario, en su paso por el CGL renunció sistemáticamente a llamar a la movilización para defender sus proyectos. Cuando el gobierno conservador anuló su rebaja del transporte, rechazó llamar a la huelga general (como reclamaban entonces los sindicatos del sector); cuando la Thatcher disolvió el CGL, se rindió sin lucha. Llega al gobierno sin un partido que lo respalde (no presentó lista a la asamblea legislativa municipal) y a poco de ganar planteó una política de colaboración con el partido oficial. Se opone al control obrero y plantea la ampliación de la red de subterráneos mediante la emisión de bonos (que serán pagados mediante impuestos por toda la población) y no mediante impuestos a las grandes fortunas. La izquierda británica –que formó una alianza para presentar una lista común en las elecciones a legisladores y que apoyó la candidatura a intendente de Livingstone– lo califica con razón de reformista y oportunista.


Pero Livingstone se ha presentado con un discurso a la izquierda del partido laborista, que ha quebrado la disciplina partidaria y que ha enfrentado a Tony Blair. Su victoria es un indicio de rebelión entre los trabajadores que habitualmente votan al laborismo.