Internacionales
7/3/2025
Los alcances de la política imperialista de Trump en Ucrania y el rearme europeo

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El presidente ucraniano Volodomir Zelensky, junto a Trump
La diatriba de Donald Trump y su vice J.D. Vence en el salón Oval con el presidente ucraniano Volodomir Zelensky puso de manifiesto no solo quién es el amo y quién un mero peón en la guerra en Ucrania, sino además que Estados Unidos está dispuesto a dejar desangrar a Ucrania hasta tanto el gobierno de Kiev se avenga a aceptar todos los términos de “paz” que impone Trump.
Intento de sometimiento a Ucrania y Europa
El acuerdo de minerales y tierras raras, en caso de firmarse, más allá de que se morigeró en sus condiciones iniciales, sigue configurando un trato leonino para Ucrania, puesto que cede a EEUU el 50% de las ganancias que arroje la explotación minera ucraniana, debiendo garantizar primero, en forma exclusiva, la devolución de los 350 mil millones de dólares que Trump reclama en concepto de la ayuda estadounidense. Y todo ello, sin que EEUU ponga un dólar para la reconstrucción de Ucrania.
Ucrania tendría a futuro, una vez pagado lo que Trump reclama, una participación en las ganancias, pero la explotación se hará con compañías norteamericanas, las que no van a compartir su tecnología con la parte ucraniana. Es decir que, si un día las empresas de EEUU deciden irse, porque por ejemplo los yacimientos no disponen de los recursos que Kiev afirma que existen, Ucrania no podrá continuar la producción por la suya.
De momento, la discusión frente a las cámaras en el salón Oval malogró la firma del tratado entre EEUU y Ucrania. Y, si bien en oportunidades anteriores la firma no se concretó por objeciones de la parte ucraniana, esta vez, el gabinete de ministros de Kiev ya había emitido una resolución autorizando a Zelensky a firmar el tratado.
Claramente, el margen de maniobra de Kiev se estrecha. La situación del frente de combate, que con estos cambios geopolíticos encarados por Trump queda en un segundo plano, obligará a que Zelensky regrese a la Casa Blanca arrastrándose. Más aún, porque se conoció el 4 de marzo que EEUU suspendió no solo el suministro de nuevas armas, sino fundamentalmente, que EEUU suspendió la provisión de inteligencia militar a Ucrania.
El corte de la inteligencia militar “podría obstaculizar seriamente la capacidad de las tropas ucranianas para atacar a las fuerzas rusas" (Financial Times, 5/3). "La cooperación con los servicios de inteligencia estadounidenses fue esencial para que Ucrania pudiera identificar y atacar objetivos militares rusos", indica el medio londinense.
La Unión Europea (UE) quedó descolocada. Su posición es la de la continuidad de la guerra. No por casualidad, recientemente, nombró como jefa de la diplomacia a la estonia Kaja Kalas, una anti-rusa, que cada vez que puede plantea la posición más desembozada del imperialismo respecto a que Rusia debe ser particionada como la ex – Yugoslavia. Además, declaró que el “mundo libre” necesita un nuevo líder frente a lo que considera una defección de Trump.
Por supuesto, hay intereses económicos detrás que determinan que Europa pretenda continuar con los esfuerzos bélicos de Ucrania. Particularmente, se enfrenta ante la situación de que EEUU le está mexicaneando las tierras raras y minerales de Ucrania, dado que firmaron con Kiev un tratado de asociación en la materia, allá por 2021 y, también se sospecha fundadamente, que gran parte de los recursos ucranianos fueron entregados a Reino Unido.
Para abonar a esta suposición, cuando Zelensky fue echado de la Casa Blanca, se dirigió a Londres y el primer ministro Keir Starmer le concedió un préstamo de 2.600 millones de libras esterlinas para producción militar en Ucrania. De ahí que Trump haya repetido varias veces que los europeos ya tenían garantizada su inversión en Ucrania, en tanto que EEUU no, por culpa, claro está, “del tonto Biden”.

Pero el sablazo a los europeos no termina ahí con la pérdida de tierras raras ucranianas a manos de EEUU y Rusia, sino que, como ya dijimos en artículos anteriores, Trump dejó claro que, si Europa pretende enviar tropas a Ucrania, éstas no estarán amparadas por el artículo 5 de seguridad colectiva de la Otan, es decir que no estarán bajo el paraguas nuclear de EEUU. Naturalmente, Trump y su equipo ya dejaron en claro que la única garantía de seguridad que Ucrania necesita es la colonización económica con la instalación de empresas norteamericanas. Y del mismo modo, Rusia declaró que rechaza tajantemente el envío de tropas europeas a Ucrania.
Si sumamos este cuadro al hecho de que EEUU anunció que fijaría un 25% de aranceles a todas las importaciones de la UE, es decir, el inicio de una guerra comercial, la cuestión que surge no es solo la de la Otan como tal, que es un tema en sí, sino la de la continuidad misma de la Unión Europea, en la que, dicho sea de paso, la Casa Blanca no se cansa de meter cuñas políticas, como lo mostró la participación de algunos dirigentes políticos de la ultraderecha europea en la trumpista Conferencia de Acción Política en Washington.
En este contexto, el anuncio de la titular de la Comisión Europea, Úrsula Von Der Leyen, acerca de un rearme europeo sobre la base de un paquete de 800 mil millones de euros, habrá que ver primero si supera las contradicciones internas de la Unión Europea, donde no hay una unanimidad al respecto y, segundo, qué curso toma ese eventual rearme dado que, claro está, la colocación ingente de dinero no se traduce en la existencia inmediata de un complejo militar industrial europeo autónomo.
El rearme europeo, eventualmente, podrá ser un factor de generación de nuevas guerras en el futuro, más no llegará a tiempo para socorrer a una Ucrania que se encuentra entre la espada y la pared. Por lo pronto, Europa podrá suplir algunas de las carencias generadas por el corte del grifo de Washington, pero Ucrania rápidamente experimentará un serio problema en su defensa antiaérea.
De ahí que el presidente francés Emmanuel Macron, y ahora Zelensky, propongan un alto al fuego parcial en el aire y en el mar. Eso no quiere decir que quieran implementar gradualmente un proceso de paz, sino que buscan circunscribir la guerra al ámbito terrestre, a sabiendas de que no contarán con los medios para defender objetivos estratégicos de la aviación rusa y que no podrán garantizar el transporte marítimo de suministros. Una propuesta que busca tomar por tontos a los rusos y que es poco realista. La respuesta de Putin llegó rápido. Tildó a Macron de un Napoleón que se olvidó lo que le pasó a dicho emperador cuando invadió a Rusia.
En ese contexto, con ejércitos europeos que ni de cerca se acercan al ejército ruso (o al ucraniano), se entiende que “Europa no quiere cortar del todo el cordón umbilical del aliado americano. La futura arquitectura de seguridad de Ucrania aún depende de EE UU. La mayoría de países europeos no quiere sumarse a la futura coalición si Washington no se involucra de alguna forma —aunque no sea con tropas sobre el terreno, pero sí con apoyo aéreo e inteligencia—, porque consideran que es imprescindible para que el modelo sea robusto y verdaderamente disuasorio frente al presidente ruso, Vladímir Putin” (El País, 5/3).
Autonomía estratégica frente a China
Al día de hoy, China domina el mercado mundial de producción de tierras raras, no solo por poseer las reservas minerales y haber alcanzado acuerdos de explotación en distintas partes del globo, principalmente en África, sino porque también es líder en la alta tecnología que se necesita para su extracción y refinamiento.
En ese sentido, EEUU tiene una dependencia casi total respecto de China para su provisión de tierras raras que, como ya se ha explicado en un artículo reciente de Rafael Santos, tiene aplicaciones indispensables para la industria de defensa, computación cuántica, inteligencia artificial, desarrollo aeroespacial, etc.
En un mundo donde China tiene aproximadamente el 38% de las tierras raras, donde la sigue Vietnam con un 18%, luego Brasil con un 16%, atrás India y Rusia con un 11% (casualmente, todos Brics), en tanto Ucrania poseería el 5% de las tierras raras del planeta, para EEUU asegurarse de su posesión exclusiva sería un paso importante, ya que tiene reservas en su país equivalentes al 1,6%. Claramente, las apetencias anexionistas de Trump sobre Groenlandia también apuntan a aumentar esa “reserva” yanqui de tierras raras y minerales estratégicos.
¿Qué gana Rusia?
Rusia afirma que inició su guerra reaccionaria para evitar el ingreso de Ucrania en la Otan. Pareciera que, si nos atenemos al pie de la letra, ese objetivo fue conseguido por Putin, puesto que ello prácticamente ya no está en discusión desde que la administración norteamericana se puso firme al respecto.
Además, naturalmente, por la vía de la negociación con EEUU y el sometimiento conjunto a Ucrania, Rusia podría obtener el reconocimiento internacional de los territorios ocupados en el Donbas, incluso mediante una ampliación de las conquistas territoriales en la mesa de negociaciones.
Del mismo modo, la prolongación de la guerra sin el apoyo de EEUU, sea porque Ucrania se retoba y/o porque la Unión Europea se envalentona, supone una ventaja adicional para Putin, dado que, sin el apoyo militar de Trump, Rusia ampliaría su actual superioridad en el frente, pudiéndose provocar un colapso estratégico de la defensa ucraniana.
Además, el levantamiento de las sanciones supondría una vuelta al comercio internacional para Rusia con mayor holgura (las sanciones nunca la sustrajeron del mercado mundial, sino que afectaron más a Europa), lo que permitiría al Kremlin recuperar cierta autonomía estratégica aflojando el abrazo del oso que le impone el régimen chino, algo que se sabe tiene en vilo a Putin.
Sin embargo, de llegar a un acuerdo rápido con EEUU, no hay que perder de vista que a Rusia ya la engañaron muchas veces en el pasado. Estos días, el gobierno de Trump desclasificó la famosa minuta de la reunión de 1991 en el Kremlin, donde EEUU se comprometió ante Gorbachov a no extender la Otan más allá de Alemania. Ni qué decir que la presente guerra es una consecuencia natural de la violación sistemática de los tratados Minsk 1 y 2 por parte de Ucrania y la Otan.
Un acuerdo que reconociera las ganancias territoriales del Kremlin desde 2014 implicaría una victoria de Moscú en la guerra. De todos modos, en términos territoriales, como ya hemos analizado en el último artículo para Prensa Obrera, Putin no alcanzó la totalidad de sus objetivos estratégicos en materia militar, y el objetivo un nuevo tratado de seguridad europea parece quedar lejos frente al proceso de rearme europeo.
Perspectivas
Así las cosas, Ucrania se debate entre dos variantes: la capitulación frente a EEUU, por la entrega de recursos estratégicos del país, y también frente a Rusia, por la renuncia a la soberanía de los territorios ocupados por el Kremlin; o bien, si no acepta esta sombría perspectiva, seguir la guerra sin el apoyo de EEUU y con una asistencia europea insuficiente. Una calamidad que ampliaría considerablemente la destrucción y la muerte en Ucrania.
Pero con independencia del desenlace de las negociaciones, las tendencias a una nueva guerra mundial no han quedado canceladas. De hecho, el propósito de fondo de Trump al buscar un acuerdo con Rusia consiste en separar al Kremlin de China y liberarse las manos para ir a fondo contra el gigante asiático. Y el régimen de Xi Jinping, por su parte, ya declaró por estos días que está preparado para la confrontación con EEUU en la guerra comercial y la militar.
La dicotomía histórica de la humanidad sigue siendo la misma: socialismo o barbarie.
