Los bancos centrales “miran el abismo”

A fines de mayo pasado, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) dio a conocer unas previsiones eufóricas para la economía mundial. En poco más de un mes, alteró su pronóstico de crecimiento del producto bruto del conjunto de los países, del 2,9% al 4,3% anual para el año 2000. Encabezan el pelotón Estados Unidos, con una previsión de suba del 4,9% en el año, y la Unión Europea, con el 3,4%. La perspectiva para el 2001 es también de crecimiento, aunque a una tasa levemente inferior. La expresión del informe acerca de que Estados Unidos “vive la mayor expansión del siglo” transmite la caracterización de un sistema capitalista que se encuentra en el apogeo de su vitalidad y que todavía aspira a más.


¿Por qué entonces ese mismo informe advierte que si Estados Unidos no aumenta sustancialmente sus tasas de interés “ello podría resultar en una aguda caída en Wall Street, un derrumbe del dólar y un retroceso en la economía global?” (Financial Times, 31/5). Es decir que el pronóstico de crecimiento se encuentra absolutamente condicionado a fuertes contradicciones económicas e incluso políticas, que podrían transformar esa previsión en su contrario. El cálculo realizado por la OCDE, por lo tanto, como el de cualquier otra institución que se dedica al mismo trabajo, hace abstracción de las condiciones concretas del capitalismo y se remite a una pura proyección estadística. Esta inconsistencia retrata la completa superficialidad de la ciencia económica oficial. El mismo informe, por ejemplo, publica que las tasas de desocupación continuarán siendo altísimas, en plena ‘expansión’; del 4% en Estados Unidos y de casi el 10% en la Unión Europea, o sea el doble y más del triple, respectivamente, de los niveles que tuvieron durante la expansión económica de la posguerra. Ni qué hablar de la desocupación en los países pobres. Pero un régimen social que mantiene estructuralmente ociosos sus recursos productivos no es un régimen en expansión, históricamente hablando, sino en decadencia.


Entre burbujas y abismo


Por los mismos días en que se conociera el informe de la OCDE, también llegó a la opinión pública otro informe harto más significativo. Fue el redactado en marzo por el Banco Internacional de Basilea que reúne a todos los bancos centrales del mundo. “El grupo dice”, subtituló el Financial Times en una maravillosa expresión inconciente de dialéctica (6/6), “que la insostenible rápida expansión de Estados Unidos amenaza a la economía mundial”. En el título informa que el “BIS advierte contra un aterrizaje forzoso global”. En una palabra, que las contradicciones capitalistas se han acentuado y amenazan con explotar en un derrumbe de conjunto. De este modo, las caracterizaciones van ganando en precisión.


El BIS no es nada tacaño en sus expresiones: “La economía global –dice– se encuentra al borde del abismo”. Viniendo del más central de los bancos centrales, la afirmación no es moco de pavo. Según un experto internacional, el BIS alude con esto a la perspectiva de “un rebalanceo global horrible, focalizado en un derrumbe del dólar” (ídem, 10/6). El ‘rebalanceo’ se refiere a la expectativa de que los capitales europeos y japoneses se retiren de Estados Unidos como consecuencia del temor que provoca el alto nivel de especulación en la bolsa neoyorquina y los elevados niveles de deuda de las empresas norteamericanas. El BIS advierte incluso que Estados Unidos estaría a punto de conocer el mismo derrumbe especulativo que afectó a Japón en los ‘80, con la consecuen cia de una depresión económica que lleva ya más de una década y una pérdida patrimonial sin precedentes en la historia: 10 billones de dólares. Es la referida OCDE la que hizo este cálculo, que equivale al 14% de todos los activos de Japón (ídem, 29/5) y, naturalmente, a un porcentaje mucho mayor aun de su capital total.


Los antagonismos del ‘rebalanceo’


Al aludir al desequilibrio que percibe en la economía mundial, el informe del BIS dice que “lejos de haberse atenuado en los años recientes, en varios aspectos ha empeorado” (ídem, 7/6). Se refiere con ello al hecho de que el balance comercial de Estados Unidos registra un rojo de 400.000 millones de dólares, pero por sobre todo a que su posición financiera internacional ha pasado del equilibrio, en 1988, a una deuda externa neta de dos billones de dólares, que equivale al 20% de su producto bruto. Los dueños de la deuda externa norteamericana son los capitalistas y los estados de Japón y la Unión Europea. Pero esta cifra no revela lo que ha pasado al interior de las grandes empresas norteamericanas, que han pasado de un superávit financiero de 520.000 millones de dólares, en 1992, a un déficit financiero de 480.000 millones de dólares, en 1999; es decir que en sólo siete años se deterioraron financieramente en casi un billón de dólares y se transformaron en deudoras netas. Estos datos significan que, de un lado, la llamada ‘expansión’ del siglo ha tenido lugar como consecuencia de un hipotecamiento, éste sí sin precedentes en el siglo, del capital norteamericano, y del otro, que el rendimiento o ganancia efectiva que resultó de la aplicación de ese endeudamiento no permite levantar la hipoteca adquirida.


El panorama que surge de todo esto es claro. De una parte, si cae la Bolsa neoyorquina, como ya está ocurriendo, se reduce el valor del capital que garantiza aquella deuda y coloca entonces a los deudores en una posición de bancarrota. De otra parte, la caída de la Bolsa afecta el valor del capital de los extranjeros que invirtieron en ella, lo que produciría una retirada de fondos y por lo tanto el derrumbe del dólar. La expectativa de que esto pueda ocurrir podría llevar a los capitales extranjeros a adelantarse en la retirada, provocando con esto tanto la caída de la Bolsa como el derrumbe del dólar. Ambos fenómenos determinarían un reclamo general de los acreedores al pago de sus créditos, con la perspectiva de una quiebra generalizada. Este es el ‘horror’ que el BIS percibe en un inevitable ‘rebalanceo’ de la ‘economía global’.


La mecánica del empeoramiento


El síntoma más claro de la crisis es que el Banco Central norteamericano ha tenido que subir las tasas de interés (del 4 al 6,5%), o sea reconocer que la deuda norteamericana tiene un valor inferior al que representa y que tiene menos posibilidades de reembolso; también significa que Estados Unidos debe pagar una prima para que los inversores extranjeros mantengan activos en dólares. Este aumento de intereses, sin embargo, ha tenido un efecto perverso, al favorecer la toma de créditos en Europa, donde el interés es inferior al 4%, o en Japón, donde es inferior al 1%, para prestarlo en Estados Unidos con un diferencial extraordinario en beneficio del intermediador del prést amo. Estas operaciones han aumentando, naturalmente, el endeudamiento internacional de Estados Unidos. La salida de capital europeo hacia Norteamérica ha provocado a su turno una desvalorización tan acentuada del euro que ha provocado grandes pérdidas a los fondos especulativos que se encargan de garantizar los tipos de cambio en este tipo de operaciones (ídem, 10/6). La consecuencia de todo esto ha sido una tendencia a la suba de los intereses también fuera de Estados Unidos, lo que agrava la carga del endeudamiento en todo el mundo y con ello las posibilidades de derrumbes en las bolsas y de una depresión económica generalizada. En Argentina, Machinea precisamente atribuyó el ‘ajustazo’ a la suba de intereses en Estados Unidos, pero el ‘ajuste’ no ha logrado impedir que esa suba tenga lugar también en Argentina, acentuando la prolongada recesión del país.


Un principio de bancarrotas se ha comenzado a manifestar en la Bolsa de Nueva York, al menos en dos sectores. Uno se refiere a los que compran acciones con créditos y las entregan como garantía de nuevos créditos, lo que a fines de marzo último representaba unos 280.000 millones de dólares y era “el componente de mayor crecimiento de la deuda privada norteamericana durante el año pasado” (The Washington Post, 1/6). Como consecuencia de la caída del precio de las acciones desde marzo último, muchos de estos especuladores fueron a la quiebra o de todos modos tuvieron que vender las acciones puestas como garantía, lo que acentuó la caída bursátil. El otro sector afectado ha sido el tecnológico, cuyo panel de acciones ha caído casi un 40% desde su pico de marzo pasado (The Wall Street Journal Americas, 30/5). Como consecuencia de esto, no tiene condiciones de levantar nuevos capitales en la Bolsa, lo que ha llevado a muchos de ellos a cerrar sus puertas (International Herald Tribune, 25/5). Es decir que la “nueva economía” que debía encargarse de impulsar la expansión capitalista, se ha transformado en realidad en la primera víctima conspicua de la crisis capitalista.


De acuerdo a un informe que publica el Financial Times (14/6), de 33 empresas de Internet que salieron a levantar capital nuevo en el último año, 25 se encuentran cotizando por debajo del precio de salida. Otro análisis señala que “la deuda de las corporaciones está enviando una señal preocupante de futuros problemas. Las compañías han tomado préstamos agresivamente para financiar gastos de capital y mantener el margen de beneficios, pero un mercado menos receptivo para nuevas emisiones de acciones y el cierre virtual del mercado de alto riesgo puede poner a las compañías altamente endeudadas en serias dificultades si la economía se contrae más agudamente”.


La bomba de tiempo


La advertencia del gobernador del Banco de Japón, de que en poco tiempo más deberá subir su tasa de interés, produjo un escalofrío internacional. El Financial Times no demoró 24 horas en advertirle que no lo haga (15/6). Es que si el Banco de Japón aumentara la tasa de interés seguramente desataría una caída del dólar y quizás también del euro, y una probable cascada de derrumbes bursátiles.


Este incidente sirve para ilustrar que detrás del desequilibrio internacional se esconden profundos desequilibrios internos, no ya de cada país, sino del funcionamiento capitalista como un todo. Es que a pesar de una tasa de interés de casi cero, Japón no logra levantar su economía, las quiebras empresarias siguen, la Bolsa ha vuelto a caer y el Estado ha quedado endeudado en 10 billones de dólares –el enorme precio que se ha pagado hasta ahora para reactivar sin suceso la economía–. El gobierno japonés no puede seguir por este camino; necesita parar el endeudamiento público y el subsidio billonario al capital japonés y a la Bolsa norteamericana. Pero si lo hace, no solamente llevaría a la quiebra definitiva a muchas de sus propias empresas, sino que dejaría totalmente al desnudo el desequilibrio internacional que se ha ido potenciando en el conjunto de la economía mundial.


Algo similar se puede decir de las economías del sudeste asiático, que han vuelto a entrar en un pozo luego de la falsa recuperación posterior a la crisis financiera de 1997/98. También desde aquí se necesita repatriar capital, no mandarlo afuera, para financiar a los grupos económicos endeudados. Pero si se produjera este retorno de capital a Asia vía aumento de intereses, la Bolsa de Nueva York, los mercados de bonos nort eamericanos y el dólar sentirían a pleno el impacto.


El déficit financiero en Estados Unidos está provocando la repatriación de capital norteamericano y con ello una gran crisis en los países afectados. “Desde abril, sólo 4 de los 34 mercados emergentes monitoreados han visto ingreso de capital extranjero” (International Herald Tribune, 29/5). En consecuencia, se han desvalorizado las monedas de Europa del Este, Australia, Canadá y Nueva Zelanda. “Los inversores se están poniendo a resguardo”. Los primeros síntomas de la nueva crisis se manifiestan ya abiertamente en el llamado tercer mundo.


El conjunto del desequilibrio potencial a punto de estallar ya está provocando una acentuación de la lucha entre las distintas potencias capitalistas. Crecen las rivalidades comerciales y las políticas, en especial entre Estados Unidos y Europa y al interior de Europa misma. En el curso del desarrollo de las contradicciones explosivas del capitalismo mundial, se harán más frecuentes las crisis políticas –como las que ya afectan a América Latina.


La clase obrera debe prepararse para una nueva etapa, primero procurando entender la crisis y discutiendo su carácter.