Internacionales
26/4/2017
Los brotes grises de la crisis mundial
The Economist se copia de Macri.
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Algunas voces en los círculos financieros aseguran que lo peor de la crisis ha quedado atrás. The Economist resalta que “la economía mundial mira hacia arriba, al fin” (17/3). Hoy, casi diez años después de la crisis financiera de 2008, “está en marcha un alza económica amplia (…) En Estados Unidos, Europa, Asia y los mercados emergentes, por primera vez desde la breve recuperación en 2010, todas las hornillas están encendidas a la vez” (ídem). El semanario destaca un conjunto de señales auspiciosas. La FED elevó las tasas por segunda vez en tres meses; lo cual sería un indicador del “vigor de la economía estadounidense. Esto ha ido de la mano, según esta visión, con un punto de inflexión en la deflación de los precios, expresado en la recuperación de los precios de carbón, del acero, del hierro y también del petróleo. Este aumento de las materias primas habría disminuido los temores por la capacidad excesiva de China y por una devaluación del yuan. Esta recuperación de los commodities constituiría un alivio y aliento para países emergentes, de modo tal que “Brasil y Rusia añadan crecimiento al PBI mundial este año, en lugar de restarle”.
Este panorama tiene, sin embargo, una base absolutamente precaria. Estos "brotes verdes”, si se los puede llamar así, se han asentado en nuevos rescates del Estado, que han demandado un inyección gigantesca de fondos. Para estabilizar el yuan, China tuvo que gastar 300 mil millones de dólares de sus reservas y, al mismo tiempo, reforzar el control de capitales, para evitar su fuga al exterior. Simultáneamente, los bancos chinos flexibilizaron más el crédito para estimular la economía. El Banco Central Europeo (BCE) viene sosteniendo la economía del continente absorbiendo la deuda de los países miembro. Estos cartuchos, sin embargo, se están agotando. El endeudamiento chino, como ya señalamos, es una bomba de tiempo. El BCE, a su turno, está alcanzando los límites legales del programa de compra de bonos que ha usado para mantener barato el dinero en las economías débiles. Tomado de conjunto, el peso de la crisis viene siendo asumido por los bancos centrales, cuya situación está cada vez más comprometida. Este rescate, sin embargo, no ha redundado en un aumento de la productividad ni tampoco de la inversión. “El crecimiento de la productividad en el mundo rico sigue siendo débil (…) y en Estados Unidos la creciente confianza empresarial aún tiene que traducirse en un aumento de la inversión” (ídem). Esto es lo que explica el escenario volátil que se vive a nivel global. Los precios del petróleo cayeron 10% en marzo por renovados temores de exceso de oferta –una caída sostenida perjudicaría las economías de los países productores más de lo que beneficiaría a los consumidores. Bastó una sucesión de reveses de Trump en su debut, para que la Bolsa se estremeciera y se registraran caídas pronunciadas. Aunque ha recuperado su ritmo alcista, se trata de un primer aviso de lo que se prepara. La euforia bursátil y empresarial se ha disparado por las promesas de desregulación y un impulso fiscal cuya fragilidad, sin embargo, está a la vista. Este optimismo está llamado a convertirse en decepción proporcional a las contradicciones y el impasse en que están entrando los planes del magnate.
El tema explosivo, de cara a los próximos estallidos y bancarrotas, lo tenemos, en primer lugar, en la estatización de las deudas bancarias y estatales, a manos de los bancos centrales. Es decir la conversión del Banco Central en acreedor mayoritario del propio Estado. En varios casos, el Banco Central es ya dueño de parte del capital accionario de las compañías mismas, en especial en Japón. En Europa, la compra de deuda privada de baja calidad es indiscriminada en planes que aún continúan. Y en Estados Unidos han elevado el balance de la FED a seis veces el tamaño previo a la crisis de 2008.
El colapso próximo envolverá al crédito público, a la moneda, al mismo dinero. Estados Unidos lleva aquí la ventaja principal, porque tiene un Banco Central único, a diferencia de la zona euro, y una moneda que tiene una aceptación generalizada fuera de sus fronteras.