Los crímenes de las fuerzas represivas y el Covid-19 en Nigeria

Un organismo de Derechos Humanos denuncia 18 ejecuciones durante la cuarentena

Las fuerzas policiales, militares y del servicio penitenciario de Nigeria han sido acusadas de 18 asesinatos en el transcurso de la cuarentena por el Covid-19 (que se extiende en varios estados desde el 30 de marzo), de acuerdo a una denuncia de la Comisión Nacional de Derechos Humanos del país ubicado en el occidente de África.


El informe, difundido por la agencia Reuters, consigna también que el organismo en cuestión ha recibido más de 100 denuncias por violación de los derechos humanos en el período señalado.


El gobierno de Muhammadu Buhari y las fuerzas represivas están usando la cuarentena como un pretexto para reforzar la militarización del país, saqueado por los grandes pulpos petroleros internacionales mientras cerca de la mitad de su población vive en la pobreza extrema.


Mientras las fuerzas de seguridad aplican métodos brutales contra la población empobrecida, las compañías imperialistas infringen la cuarentena a su antojo. El sitio Sahara Reporters (16/4) ha revelado que Chevron alojó a un centenar de trabajadores recién llegados del extranjero en un hotel, violando las normativas que indican que estos deberían permanecer cerrados. Más aún, el hotel obligó a sus empleados a romper la cuarentena para atenderlos, sin ninguna forma de protección. Nigeria es el principal productor petrolero de África. Dos tercios de sus ingresos dependen del crudo. Las compañías son amas del país.


El contexto político


Nigeria se encuentra en una situación de virtual guerra civil desde 2009, cuando el grupo islamista Boko Haram reforzó sus posiciones en el norte musulmán (el sur, en cambio, es mayoritariamente cristiano). El ejército nigeriano opera en conexión con milicias y fuerzas paraestatales. En el curso del conflicto han muerto 35 mil personas y dos millones se encuentran desplazadas. Uno de los episodios más tristes y recordados de la guerra es el secuestro de más de 200 alumnas en una escuela de la localidad de Chibok, a manos de Boko Haram, en 2014. La mayor parte de ellas aún se encuentran desaparecidas.


Los campamentos de refugiados de la provincia norteña de Borno son la desmentida más brutal a cualquier supuesta estrategia sanitaria de parte del gobierno: más de 1,5 millones de personas viven allí hacinadas, en condiciones infrahumanas. La región ya viene padeciendo brotes de malaria, sarampión y cólera, además de miles de casos de desnutrición. En esos sitios, hay que hacer largas colas para acceder a un poco de agua potable, según las denuncias de Médicos Sin Fronteras. El ingreso del Covid-19 a alguno de estos campos abriría paso a una masacre a gran escala.


Si bien los sectores islamistas vienen de sufrir una división, puesto que Boko Haram rompió con el Estado Islámico, conservan un amplio poder de fuego y administran política y económicamente numerosas áreas del norte. El conflicto se ha ido extendiendo a los vecinos Camerún, Níger y Chad, en los alrededores del lago del mismo nombre, envolviendo también a sus respectivos estados. Un dato a tener en cuenta es que la guerra y el acelerado desecamiento del lago, como resultado del calentamiento global, ha provocado un acelerado desplazamiento de comunidades pastoriles desde el norte hacia el delta del río Níger y el sur, lo que está en la base de los sangrientos choques intercomunitarios con agricultores de esos lugares.


El cuadro de disgregación se completa con las milicias que operan en la zona del delta, que practican atentados contra las instalaciones de las compañías petroleras. En esa región está muy extendido el rechazo a estas empresas debido a la depredación ambiental. Aquí ha surgido el grupo de los Vengadores del Delta, aparentemente no ligado al islamismo, que lucha por la formación de un nuevo estado.


En contraste con el enorme retroceso que han sufrido en Medio Oriente, los grupos islamistas parecen haberse reforzado en Nigeria y en el Sahel Occidental (Malí, Burkina Faso, Mauritania, etc.), explotando el odio de comunidades muy empobrecidas con sus respectivos estados y con el imperialismo. “En paralelo al incremento de ataques y muertes, un creciente sentimiento antifrancés se extiende por la región a lomos de grupos que se definen como anticolonialistas”, decía el diario madrileño El País (14/1) en ocasión de la reciente cumbre del presidente galo Emmanuel Macron con mandatarios del Sahel. La potencia europea tiene 4500 efectivos desplegados en la región, como parte de la Operación Barkhane. En menor proporción, también hay tropas inglesas y españolas en el área.


El imperialismo defiende a capa y espada su dominación en el África, que en el último periodo se ha transformado además en un área de disputa con China, que impulsa préstamos, monumentales obras de infraestructura e incluso bases militares (en Djiboutti, sobre el Mar Rojo). En el último período, China ha desplazado a Estados Unidos y Francia como el principal socio comercial de Nigeria y viene incluso de pertrechar al país con armamento militar -vehículos de combate y artillería- para enfrentar a la insurgencia, por orden de 150 millones de dólares (Defensa.com, 14/4). De todos modos, la presencia aún dominante de las potencias capitalistas se verifica en el lugar que ocupan compañías como Shell y Chevron. Con todo, Nigeria viene siendo severamente golpeada por el derrumbe de los precios internacionales del crudo.


Las masas nigerianas se encuentran aprisionadas por el imperialismo y sus títeres políticos locales, mientras las fuerzas islamistas sólo le ofrecen como alternativa el oscurantismo. La salida la marcan los vecinos pueblos del norte, como Argelia y Sudán, que se levantaron en busca de un futuro.