Los disturbios en Irlanda del Norte y las consecuencias del Brexit

Las islas británicas están conmocionadas por el crecimiento de los disturbios y choques que se vienen sucediendo los últimos días en Belfast, la capital de Irlanda del Norte, así como en otras ciudades. Si bien una parte de los mismos han sido llevados a cabo por activistas de la causa republicana –los partidarios de una Irlanda unida-, se trataría tan solo de acciones de respuesta a la creciente actividad violenta desplegada por grupos unionistas, quienes defienden la permanencia de Irlanda del Norte en el Reino Unido al ser uno de los “países constituyentes” del reino. Las escenas de jóvenes, en algunos casos niños, arrojando cócteles molotov y las decenas de heridos, entre civiles y policías, han sido hechos que coparon los medios de comunicación y que volvieron a colocar a la cuestión irlandesa sobre la mesa.

Es el Brexit…

El reanudamiento de la tensión alrededor del problema irlandés no es una novedad para los observadores del panorama político, más allá de la dimensión de los episodios. Se trata de una de las consecuencias, casi previstas, del Brexit, que fuera rechazado por un 56% de los votantes norirlandeses en el plebiscito que tuvo lugar para decidir la salida del Reino Unido de la Unión Europea. Con el mencionado divorcio se replanteó el problema de la frontera entre la República de Irlanda e Irlanda del Norte, virtualmente inexistente desde los acuerdos de Viernes Santo (1998) y desde la pertenencia de ambos Estados al mercado común europeo. Los mencionados acuerdos pusieron fin a décadas de enfrentamientos sobre la base del reconocimiento de la pertenencia de la ex provincia del Úlster al Reino Unido, y de la renuncia a métodos violentos para cambiar ese status para el norte de la isla irlandesa. Los acuerdos permitieron, además del levantamiento de toda barrera física entre los dos Estados, la posibilidad de que los ciudadanos norirlandeses pudieran optar tanto por la nacionalidad británica como por la irlandesa.

Con el Brexit, se extendió la preocupación entre el establishment de todo el continente acerca de la posibilidad de que si se volviera a establecer una frontera rígida entre Irlanda e Irlanda del Norte eso hiciera resurgir la lucha nacional por la unidad irlandesa, además de acarrear problemas económicos a la isla, que funciona de manera integrada en cuanto al desenvolvimiento productivo. En la medida en la cual la Unión Europea reclamaba un control de las mercaderías que ingresaran a su mercado común, se le exigió en las negociaciones al Reino Unido que se estableciera la fiscalización correspondiente entre Irlanda del Norte y el resto del reino, poniendo en pie, en los hechos, una frontera al interior del Estado británico.

La resolución de la cuestión a través de una separación de hecho de Irlanda del Norte respecto del resto de Reino Unido exasperó los ánimos entre los unionistas, que ven la medida como un alejamiento del Estado británico y un acercamiento con el sur. El profundamente unionista Partido Unionista Democrático (DUP), a cargo del gobierno norirlandés, es un aliado del gobierno conservador de Boris Johnson en el contexto de la política británica, pero se sintió estafado por el resultado de las negociaciones acerca del problema de la frontera. Detrás de la agitación y los disturbios unionistas se encontraría la reactivación de grupos políticos descendientes de los paramilitares que atacaban a los militantes republicanos en la etapa previa a los acuerdos de paz, así como la venia del DUP que se expresa incluso en una crítica a la “dureza” (sic) con la que la policía estaría actuando contra los unionistas. La dirigencia del DUP estaría buscando generar una polarización que le permita recobrar su alicaída imagen entre su base protestante, así como presionar a Londres y a Bruselas por una revisión del problema de los controles fronterizos.

… pero no solo el Brexit

El otro disparador, circunstancial, de la agitación unionista ha sido la falta de sanciones hacia dirigentes del Sinn Fein que participaron junto con miles de personas, en el contexto de las restricciones por la pandemia, del funeral de Bobby Storey, uno de los líderes del IRA. Sinn Fein, un sucedáneo del IRA luego del desarme, es el segundo partido en importancia en Irlanda del Norte, siendo el más importante de entre los que levantan la unidad de Irlanda. En la República de Irlanda esta organización también viene aumentando su popularidad, siendo el principal partido opositor.

De hecho, Sinn Fein forma parte del gobierno norirlandés. Es que el régimen político parido por los acuerdos del Viernes Santo posee características segregacionistas; cada candidato debe designarse como unionista o republicano y el nombramiento del primer ministro debe contar con el acuerdo de ambas “comunidades” en el parlamento local. La falta de consonancia llevó a la parálisis al gobierno norirlandés, por lo que la región fue gobernada directamente por Londres durante tres años hasta principios de 2021. La segregación se reproduce en el plano geográfico, ya que siguen existiendo barrios identificados como católicos, históricamente republicanos, o protestantes, partidarios del Reino Unido. El Sinn Fein viene escalando posiciones en las elecciones norirlandesas y en la actualidad cuenta con solo un parlamentario menos que el DUP.

Como contrapartida, la adhesión al DUP viene decayendo. Es que en el conjunto del Reino Unido el deterioro de la situación social y económica, a lo que se suma el desastre de la política de Londres alrededor de la pandemia, está llevando a virajes políticos y a un reverdecer del nacionalismo entre los “países constituyentes”. En Escocia se avizora, en las elecciones de mayo, un triunfo categórico de los partidos que promueven la escisión, los cuales, con toda seguridad, se embarcarán en un nuevo plebiscito independentista.

El descalabro económico británico fue profundizado por el Brexit, que ha provocado, a cuatro meses de su concreción, una caída del 40% en las exportaciones británicas hacia la UE, una baja adicional de más del 2% en el PBI (El País, 2/4) y la fuga de empresas e inversiones hacia otras plazas europeas.

La situación actual vuelve a poner sobre la mesa la necesidad de retomar el planteo de una Irlanda unificada, con absoluta libertad de credos, y el fin de ese reducto del imperialismo británico en la isla celta que constituye Irlanda del Norte, país sostenido por Londres, fruto de la ocupación histórica de los ingleses sobre su isla vecina. Sin embargo, la perspectiva de un avance en ese objetivo choca con la política conciliadora del Sinn Fein y otras fuerzas republicanas adaptadas desde hace décadas al status quo impuesto por Inglaterra y al régimen burgués en el conjunto de las islas. La unidad de Irlanda exige una confrontación de fondo contra el imperialismo inglés y la Unión Europa ajustadora, tarea que solo puede ser emprendida por la clase obrera, como parte de la lucha por una unidad socialista del viejo continente.

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