Los Estados Unidos Socialistas de Europa

Contra el derrumbre político y la miseria social

La crisis en Francia está mostrando la necesidad de una perspectiva estratégica, de un programa, de nuevos métodos de lucha.


Los partidos y grupos políticos y su forma de ejercer el poder no corresponden de ninguna manera a las relaciones entre las clases. Lo mismo sucede en Italia, Alemania… en definitiva, en Europa. En Francia, Chirac ya no tiene siquiera un partido político que lo apoye y su principal rival es Nicolás Sarkozy, presidente de la UMP, que acaba de ser nombrado ministro del Interior y de hecho vice-primer ministro y jura que va a acabar en 2007 con el chiraquismo y sus concesiones y va a buscar la colaboración con la administración de Bush y un gobierno de guerra social. La ejecución dictada el 29 de mayo se postergaría apenas dos años. ¿Y mientras tanto?


La dirección del Partido Socialista separó a Laurent Fabius de su seno y adelantó el Congreso para noviembre. Por ahora hay una respuesta de circunstancias, y las definiciones más serias quedaron postergadas. El Consejo Nacional del Partido Comunista, reunido el fin de semana del 11 y 12 de junio, decidió que el próximo paso estratégico son las presidenciales de 2007, que habrá un candidato comunista y que se buscará la unidad de toda la izquierda, esto es con el PS. También Attac indica desde ya que “hay que elaborar las alternativas al neoliberalismo con la perspectiva de las elecciones de 2007”. Se niega a que los colectivos unitarios se transformen en “estructuras de recomposición partidaria”, porque se quiere guardar el monopolio de la proposición política. Se trata de negociar con el Consejo Europeo y de ir a Bruselas. Lo que interesa es renegociar el Tratado. Las direcciones sindicales desaparecen y ya esperan el mes de septiembre. La LCR dice que sí a cada uno y a todos, que es la forma de decir no a una perspectiva independiente.


 


El carácter de la construcción europea


La legitimación del Consejo Europeo, “para que demuestre su voluntad de conciliar la construcción europea con los intereses expresados por los pueblos europeos” (declaración de Attac), y la reivindicación de la renegociación constituyen un intento de salvar la continuidad de las instituciones de Bruselas. Ignora completamente el contenido del voto “no” en el referéndum y el repudio popular a Bruselas.


La capital europea se ha vuelto imprescindible para los diferentes componentes del capital y de la burguesía, aunque de una manera heterogénea. Cada burguesía quiere subvenciones y apoyo para sus negocios. Francia, en su caso, no puede admitir que se toque a su agricultura. La capacidad de financiamiento del presupuesto es mínima. Inglaterra insistirá con la postura de la Unión Europea como zona de libre intercambio.


Históricamente —y conceptualmente— el desarrollo del capitalismo se organiza alrededor de una escisión entre economía y política. La explotación de la clase obrera no requiere de una coacción extraeconómica y de una intervención directa e inmediata del poder estatal: el Estado es una estructura política destinada a organizar la expresión de los intereses de clase, y de sus fracciones, en sus fases de conflicto y de acuerdo. Sirviendo a la clase burguesa, se eleva como un árbitro entre las clases y se perfecciona en su forma democrática. ¿Y las así llamadas “cuestiones sociales”? Se ha oscilado entre considerarlas como el objeto de una relación de fuerzas y de un contrato entre las clases —paritarias para los salarios y las condiciones de trabajo, por ejemplo— o una imposición del Estado a través del debate político y las leyes. Claro que el desarrollo concreto es mucho más híbrido que los esquemas, pero estos lineamientos pueden ayudarnos a entender qué es la construcción europea.


En cuanto a las relaciones entre la clase explotadora y la clase explotada, habida cuenta que la burguesía prefiere tratar en forma competitiva con el obrero individual, se ha oscilado entre darle a todos los aspectos de la relación de trabajo un carácter contractual basado en la relación de fuerzas —contrato colectivo, paritarias— u otorgarle un carácter coactivo a partir del aparato del Estado como relación política, leyes y decretos.


Ahora bien. La Unión Europea se organiza sobre una base diferente. Es una burocracia estatal que impone sus decisiones a las clases sociales prácticamente sin control político. Decide y ajusta aspectos centrales de las formas de explotación de los trabajadores y de las condiciones de vida, sin rendición de cuentas y sin que los trabajadores y sus organizaciones puedan hacer valer sus intereses.


Tomemos el caso de las directivas y ahora de la “directiva Bolkenstein”. Esta directiva pretende una disminución brutal de los salarios en los sectores de servicios porque en cada país se podrá contratar a obreros de otro país, con el salario del país de origen y no del país de trabajo. La fijación del salario como precio de la fuerza de trabajo queda librada a la pura voluntad del capitalista, en función de una directiva que no puede ser objeto, por definición, de ninguna oposición política. Lo que queda planteado claramente, luego de los referéndums de Francia y Holanda, es el boicot a toda directiva de Bruselas que degrade las condiciones de vida de la población, el salario obrero, las condiciones de trabajo. Las condiciones están perfectamente reunidas para una campaña de boicot. Se opera en sentido contrario con las orientaciones de Attac y del PC, en particular.


Attac y la izquierda proceden a dos operaciones suicidas: por un lado, imaginan una Europa que había sido en el pasado un paso adelante y ahora defienden una “Europa democrática y social” (y solidaria, feminista, medioambientalista y otros adjetivos más) olvidando simplemente el carácter de esta Europa desde 1957 (para ponerle un punto de partida, con el Tratado de Roma), como imperialista, reaccionaria, antidemocrática.


Por ejemplo, Attac solicita que la UE incremente su “ayuda al desarrollo” al 0,7% del PBI. Aquí habría que aplicar el viejo principio de que primero hay que luchar contra su propia burguesía, su propio imperialismo.


 


Por los Estados Unidos Socialistas de Europa


En un artículo de junio de 1923 sobre las nuevas perspectivas en Europa, Trotsky llega a la siguiente conclusión: “Estimo que, en forma paralela a la consigna ‘gobierno obrero-campesino’, resulta oportuno plantear la consigna de ‘Estados Unidos de Europa’. Solamente con la combinación de estas dos consignas vamos a tener una respuesta definida, sistemática y progresiva a las cuestiones más candentes del desarrollo europeo”.


Las relaciones con Estados Unidos son una de estas cuestiones acuciantes. Es obvio que las relaciones entre el capitalismo europeo y el imperialismo norteamericano están en la base de la política y la economía mundiales por lo menos desde fines de la Primera Guerra Mundial y constituyen un eje estratégico en la explicación de la evolución de Europa.


Estados Unidos es a la vez una fuerza que ha impulsado la reconstrucción europea —como una forma necesaria de organización de la economía mundial y de disciplinamiento de la clase obrera y de los pueblos— y el sometimiento del Viejo Continente a su hegemonía. La construcción europea está destinada también a poner ciertos límites a las formas de esta hegemonía y sobre todo a su tendencia a ser ejercida de forma irrestricta. Pretende incluso favorecer la intervención de las burguesías europeas en el reparto del mundo.


No obstante, el esfuerzo que va desde la Comunidad del Carbón y el Acero en adelante, incluida la creación del euro, no ha logrado cristalizar en un “capital europeo”, distinto y autónomo del imperialismo norteamericano y los capitales asiáticos. La referencia siguen siendo los capitales nacionales. El euro impide, por ejemplo, las devaluaciones competitivas, pero observamos en Italia y Alemania todas las tendencias a la disgregación que emergen y se desarrollan con la crisis económica.


La ampliación de la Unión Europea a 25, que explica en parte la decisión de adoptar una “Constitución”, sanciona a su manera el fracaso del capital europeo, de la misma manera que la unificación alemana sanciona el fracaso del capital alemán. Las enormes subvenciones parasitarias evitan por ahora una rebelión social abierta en las ciudades alemanas orientales, pero el mismo procedimiento no puede aplicarse a los países de Europa del Este.


La ampliación, en cambio, ha sido una excelente operación para el imperialismo norteamericano, desde el punto de vista militar, político, económico. Los aparatos políticos de estos países contribuyen muy poco, y más bien debilitan, la mentada construcción europea. Tienen en cambio todos los rasgos de la gangrena mafiosa de una clase explotadora de opereta, apoyada en el imperialismo y no en su propia capacidad de desarrollo. La supuesta unidad europea se está transformando en su decadencia.


La Unión Europea es todo lo contrario de una protección contra el parasitismo imperialista. Es un agente de la miseria, la flexibilidad, la degradación de las condiciones de vida y de trabajo. Hay que hacer el inventario de cómo se está generalizando la miseria en Europa, de cómo avanza una verdadera catástrofe social. Es válido para todo el continente y para cada país en particular. Francia es un buen ejemplo. A esta miseria hay que entenderla junto a los fenómenos de inmigración en masa, resultado de las relaciones coloniales con el Mediterráneo y Africa.


Como explicaba Trotsky, la combinación de gobiernos obreros y campesinos y de Estados Unidos de Europa genera en síntesis la consigna de Estados Unidos Socialistas de Europa. No es una forma ideal de organización de la sociedad sino una expresión de la imbricación entre los pueblos europeos y de su unidad en la lucha contra el capitalismo y el imperialismo.


No tiene nada de casual que Trotsky y el movimiento obrero revolucionario hayan desarrollado esta consigna de Estados Unidos Socialistas de Europa primero en 1915, ante la Primera Guerra Mundial, y la hayan retomado con la Tercera Internacional en 1923, con el combate por el frente único. La respuesta unitaria del movimiento obrero y de masas ante la catástrofe capitalista reside en esta orientación. Sin un ataque contra la propiedad privada y las instituciones del Estado burgués, sin el desarrollo de formas de doble poder, no puede hacerse frente a las necesidades más profundas del movimiento obrero y de la población oprimida, en un cuadro de unidad europea.


Uno de los talones de Aquiles del actual movimiento de masas en Francia contra la Unión Europea es que ninguna organización levanta un programa socialista, esto es, trata de estructurar la actividad del movimiento de masas como una movilización contra el capitalismo, su política y la catástrofe social y política que conlleva. El horizonte político se limita al democratismo; los programas económicos, a un keynesianismo sin reformas. Así se puede diluir toda la energía existente, mientras la burguesía desarrolla su guerra de clases y prepara sus soluciones para salir de la crisis.


Urge restablecer el programa de los Estados Unidos Socialistas de Europa y de las reivindicaciones transitorias del movimiento obrero, popular, democrático.