Los pulpos alemanes defienden al Deutsche Bank

La nacionalidad de los capitales

El derrumbe del poderoso Deutsche Bank está generando sus efectos políticos. En una verdadera reunión de emergencia de la plana mayor del gran capital alemán con el primer ministro Schröeder, los más altos representantes de Deutsche Telekom, de SAP, Allianz, Daimler y Siemens “advirtieron” al gobierno que debe bloquear a toda costa el intento de grupos financieros anglo-norteamericanos por apoderarse del Deutsche Bank, el principal banco alemán.


Según los mayores capitalistas alemanes, la banca y la industria germana necesitan de un “campeón nacional” para hacer frente a sus rivales, y advirtieron de las “desastrosas consecuencias” que causaría que el Deutsche Bank –principal financista de las grandes empresas alemanas y fuerte accionista en muchas de ellas– cayera en manos de bancos asociados a los capitalistas rivales.


La reunión fue la consecuencia de los crecientes rumores acerca de que los norteamericanos Citibank y Morgan o el británico HSBC pretenden apoderarse del Deutsche Bank. El propio presidente de este último, Josef Ackerman, reconoció que a comienzos de año mantuvo negociaciones preliminares para una fusión del Deutsche Bank con algún gran banco norteamericano (Financial Times, 18/3), mientras que el presidente del Citi reconoció que “el interés por el Deutsche Bank se mantiene” (ídem). El temor de los grandes capitalistas alemanes es que los norteamericanos estén organizando una “adquisición hostil”, es decir, comprar las acciones que no están en poder del grupo controlante del banco.


La batalla en torno del Deutsche Bank parece estar apenas en sus comienzos.


Ilustra la agudeza de la lucha interimperialista en Europa y en todo el mundo. Esta batalla ya ha provocado la división de la derecha alemana en torno “a las relaciones con Estados Unidos” (Le Monde, 19/3). Una parte de los derechistas rechazan aliarse con Bush mientras éste impulse el copamiento del Deutsche Bank.


Ilustra, finalmente, la inconsistencia de la supuesta “internacionalización” del capital. La exigencia del gran capital alemán de que el Estado defienda la existencia de un “campeón nacional” –indispensable frente a la competencia de sus rivales, apoyados por sus propios “campeones nacionales”– confirma que el capitalismo es un régimen de anarquía y rivalidades; las alianzas internacionales son apenas repartos de mercados y treguas transitorias. La crisis refuerza la insuperable contradicción del capitalismo entre su base cada vez más estrechamente nacional y la universalización de las fuerzas productivas a que ha dado lugar el desarrollo capitalista.