Los tanques a Ucrania y el recrudecimiento de la guerra

Tanques Leopard

La confirmación del envío de decenas de tanques a Ucrania por parte de Estados Unidos y Alemania marca un nuevo hito en la guerra, en tanto constituye un involucramiento aún mayor de las potencias de la Otan en el terreno.

Rusia ha calificado la decisión como una provocación. Además de Washington y Berlín, otros numerosos Estados europeos enviarían vehículos militares. En junio pasado, recordemos, el imperialismo había autorizado el otorgamiento a Kiev del sistema lanzamisiles Himars. Hasta aquí, solo en concepto de armas y material de seguridad, la Casa Blanca proporcionó ya al régimen de Volodomir Zelensky unos 27 mil millones de dólares (La Nación, 26/1).

Debido al carácter de la medida, el envío de los tanques Leopard y Abrams no ha estado exento de controversias. Al interior de Alemania, desató una crisis en la coalición de gobierno, en la que los verdes alentaban el envío del material y los socialdemócratas (fuerza a la que pertenece el canciller Olaf Scholz) eran reticentes. Scholz expresó abiertamente su temor a que la situación “degenere en un conflicto [directo] entre Rusia y la Otan”.

Pero además, Berlín no quería exponerse solo, y exigió como condición que la Casa Blanca también ponga sus tanques. Solo en esas condiciones, Scholz terminó cediendo.

Los tanques no entrarán enseguida en el teatro de operaciones. Los cálculos más optimistas consideran que recién llegarán en marzo. Antes, las potencias deben instruir a los soldados ucranianos en su manejo, además de resolver el problema del traslado -los cargamentos serán blancos militares de Moscú. Un obstáculo adicional es el mantenimiento de los vehículos, que consumen muchísimo combustible.

El hecho de que los tanques lleguen en tan largo plazo es un indicio de que la guerra tiene todavía mucho hilo en el carretel. Fuentes ucranianas esperan para la primavera boreal una nueva ofensiva rusa.

En términos militares, los tanques no son la panacea, pero podrían darle “dinamismo” a las fuerzas ucranianas, según algunos analistas. Desde hace meses, el conflicto se caracteriza por una durísima y desgastante “guerra de trincheras”, sin que Kiev pueda recuperar los vastos territorios perdidos en el Donbas y el sur, ni Moscú desequilibrar el tablero.

Ucrania -aunque no lo reconoce en forma oficial- ha empezado a atacar objetivos en territorio ruso (en diciembre, tres bases fueron atacadas con drones). Y el Kremlin apela a bombardeos contra instalaciones eléctricas, que causan un enorme daño en la población civil, sometida a largos apagones. La crueldad del conflicto tiene otra expresión en la denuncia de torturas contra los soldados capturados, que involucra a ambos bandos.

Cobeligerancia

La línea roja que aún no han cruzado las grandes potencias es el suministro a Kiev de aviones y misiles de largo alcance -Washington alteró los Himars entregados para que no puedan hacer esa clase de disparos. Kiev reclama insistentemente ese tipo de auxilio, pero Estados Unidos y las potencias europeas son conscientes de que Moscú podría responder declarándolos “cobeligerantes”.

Los bandos caminan en una cornisa muy angosta que no permite descartar un enfrentamiento abierto. El incidente de fines del año pasado en Polonia, territorio de la Otan, donde hubo dos muertos por los restos de un misil derribado, es una muestra de ello.

Entre tanto, el galardonado régimen de Zelensky, tan favorecido por la prensa occidental y las potencias, quedó envuelto en un torbellino por denuncias de sobornos contra funcionarios en la asignación de obras de reparación e infraestructura. Además, estalló un escándalo por la compra de comida para los soldados con sobreprecios. Y una gobernadora fue denunciada por asignar obras de reparación a una firma fundada por su pareja.

Zelensky debió desplazar a varios gobernadores y funcionarios, incluyendo uno de sus asesores, para superar la crisis. La corrupción ucraniana es fuente de resquemores para el imperialismo, que no quiere que el dinero que envía caiga en saco roto.

A casi un año del inicio de la guerra, no se vislumbra un escenario de negociación ni una salida. El imperialismo tiene una responsabilidad primordial en el conflicto, por su política de expansión de la Otan en el este europeo y su tentativa de colonización económica de los ex Estados obreros. Pero Rusia no lleva a cabo una guerra de liberación del pueblo ucraniano, ni un operativo de “desnazificación”, como presume, sino una operación chauvinista y reaccionaria para afianzar la influencia de la camarilla del Kremlin.

Abajo la guerra imperialista.