Millones de despidos en China

“Despidos de a millones”: así titulan los diarios financieros internacionales la campaña de cesantías masivas que se ha desatado en China. En el plano bancario, por ejemplo, los cuatro grandes bancos comerciales del estado recortarán este año “entre 130.000 y 420.000 empleos, el equivalente a entre el 10 y el 30% de sus planteles laborales” (International Herald Tribune, 3/6). Por su parte, “400.000 trabajadores mineros fueron informados que sus ineficientes y contaminantes minas serán cerradas” (ídem). También serán eliminados un millón de empleos en el sector petrolero. Los despidos, de un modo general, son acompañados del cierre de unidades industriales enteras: en 1998, en la industria textil “5,12 millones de husos fueron desmantelados, y 650.000 trabajadores despedidos durante el año” (ídem).


La campaña de despidos, en algunos casos, obedece a una política de privatización. En otros, es su consecuencia: apenas se hizo cargo del principal enclave siderúrgico de Nanjing, el pulpo suizo Glencore procedió “de inmediato al despido de más de las dos terceras partes de los trabajadores” (ídem).


Significado


Para los próximos años, el panorama —según un observador de Hong Kong— “inspira terror y pavor”. De conjunto, las empresas estatales “aún deberían despedir a 25 millones de trabajadores a pesar que ya han cesanteado a 17 millones” (ídem).


¿Cuál es el significado de esta salvaje campaña de cesantías? En la privatización de la acería Nanjing a la Glencore, se destacó que lo que se estaba concesionando era “el derecho a tomar y despedir trabajadores”. (International Herald Tribune, 21/5). Precisamente, “los ejecutivos extranjeros en China han revelado que los problemas de recursos humanos están en el primer lugar de la lista de dificultades para ganar dinero aquí” (ídem). Los ‘inversores’ reclaman el “control operativo” de la industria concesionada o privatizada, o sea, la posibilidad de fijar el número de trabajadores y sus condiciones laborales.


Para los burócratas, se trata de “salvar empleos en el largo plazo, al volver al país más atractivo para las inversiones” (ídem). En realidad, lo que se busca con la creación de un mercado de trabajo, es decir, de una masa de trabajadores sin derechos (en especial al empleo), es crear las condiciones del capitalismo. Bajo el régimen que surgió de la Revolución de Octubre de 1949, que expropió a la burguesía, “el bienestar de los trabajadores chinos estaba íntimamente ligado a su unidad de trabajo, que proveía todo un rango de beneficios sociales, comenzando por facilidades para adquirir alimentos baratos. Los trabajadores que sean despedidos tendrán que hamacarse para sobrevivir” (ídem, 3/6).


El origen del capitalismo es simultáneo con el surgimiento de una masa de desposeídos que sólo contaba con su fuerza de trabajo para sobrevivir. La restauración capitalista necesita crear estas condiciones para arribar a su objetivo: despedir al trabajador y quebrar sus vínculos con el conjunto de garantías y beneficios (viviendas, servicios sociales) que le pertenecían, como expresión del carácter social de la propiedad bajo el Estado Obrero.


Fondo de crisis


Esta campaña cesanteadora se ha visto azuzada por el empantanamiento de la economía china, o sea de la restauración capitalista, como resultado de la crisis mundial. Con la devaluación de las monedas asiáticas —señala The Economist (15/6)—, ha sobrevenido “una significativa pérdida de competitividad, acompañada del colapso de los mercados de exportación”. La ola de despidos en las empresas estatales, por su parte, ha tenido “un efecto devastador sobre la confianza de los consumidores”. El resultado es “un colapso tanto del crecimiento exportador como de la demanda interna”. “Las medidas monetarias serían inútiles” para superar esta aguda deflación, debido al “elevado ahorro privado, la masiva sobrecapacidad industrial y el sobreendeudamiento” (ídem). Es decir, los ‘males’ de la economía mundial capitalista.


La inversión directa en China, ha caído en el primer trimestre del año, un 15%. “Antes de la crisis asiática —destaca The Economist— la marcha de la economía era formidable y los inversores venían a pesar de los obstáculos. Ahora que la euforia terminó, hay mucha más cautela y la inversión extranjera está cayendo”. La burocracia quiere ‘reconquistar’ a los ‘inversores’ poniendo a remate al poderoso aparato industrial del Estado y liquidando las conquistas y garantías del proletariado. Pero bajo las condiciones de la presente crisis mundial, la ‘ofensiva inversora’ que quiere despertar la burocracia restauracionista no significará más que la desarticulación industrial de China y una catástrofe social inédita. Los observadores imperialistas coinciden en que emprender este sendero es “fácil decirlo, pero no hacerlo”. Los ‘acuerdos’ para establecer la ‘libertad laboral’ se están haciendo “de a uno”, en vista de las posibles “dificultades políticas”.


Después de más de dos décadas de política restauracionista y de inversiones extranjeras por cifras billonarias, el Financial Times dice ahora, en un editorial (15/6) que “a los negocios les resulta muy difícil florecer”. ¿Las causas? Ausencia de “un sistema legal que funcione, derechos de propiedad (y) un sistema financiero”. Lo que se está reclamando es: a) un poder judicial independiente de la burocracia estatal; b) la privatización total y el derecho a despedir trabajadores; c) la privatización de la banca y también un banco central independiente de la burocracia. Pero, se lamenta el diario londinense, porque “semejantes cambios son dinamita política…”.


La contradicciones insalvables de la ofensiva en curso contra la clase obrera china demuestran la imposibilidad de la restauración capitalista por medios ‘pacíficos’.