Nicaragua: lo que plantea la farsa electoral

El “sandinismo” de Ortega, eje de la reacción represiva.

El presidente Daniel Ortega se autoproclamó ganador en las elecciones del domingo 7 en Nicaragua. El siguiente artículo fue publicado en vísperas del comicio.

El próximo domingo 7 de noviembre se realizarán en Nicaragua elecciones presidenciales y para la renovación de la Asamblea Nacional. Si bien se presentan cinco candidatos al máximo cargo, ya se sabe el nombre del ganador: Daniel Ortega, del Frente Sandinista y actual mandatario, que va por su cuarta reelección. Los otros cuatro candidatos son de pequeñas formaciones que han venido actuando como “comparsa” pseudo opositora del gobierno represivo y del fraude institucional.

Porque, en los últimos meses, han sido detenidos, aislados en estricta “prisión domiciliaria” e “indirectamente” proscriptos otros cinco candidatos a presidente. Varios de los partidos que pensaban llevar a estos candidatos han sido intervenidos. Toda esta ola proscriptiva se ha asentado -para justificarla- en una frondosa legislación regimentadora, avalada por el parlamento cómplice en el último año. Con acusaciones de “traición a la patria” o de “lavado de dinero”, se han llevado a cabo estas detenciones y proscripciones. Si estas figuras pseudo judiciales se aplicaran en la Argentina tendríamos al 90% de los candidatos de los partidos burgueses ilegalizados. Y en Nicaragua, también a los del Frente Sandinista y los partidos “opositores” que se presentan a elecciones. Ha sido usada en forma discrecional para producir en Nicaragua este cuadro de regimentación, proscripción y represión. Porque hay alrededor de un centenar de presos políticos, entre ellos dirigentes estudiantiles, campesinos, de la lucha por las libertades democráticas.

El resultado electoral ya está cantado. Por eso, resulta ridícula la campaña del orteguismo señalando que vendrán a Nicaragua unos 300 “acompañantes” para verificar que el domingo no hay fraude electoral. Verificarán que en las mesas de votación no faltarán boletas por la reelección de Daniel Ortega. Gran parte de los que concurrirán a jugar este triste y desgraciado papel son integrantes de las corrientes que componen el Encuentro de Puebla, constituido por gobiernos y movimientos nacionalistas burgueses y/o centroizquierdistas frentepopulistas. Por la Argentina estará Jorge Kreynes, dirigente del Partido Comunista, integrante del Frente de Todos.

Desde ya que gran parte de la vanguardia obrera, estudiantil, campesina e incluso sandinista, se ha pronunciado por la abstención o el voto en blanco para no avalar la farsa electoral.

La evolución del gobierno de Ortega

La posición derechista y represora de Ortega no es un giro sorpresivo. Vuelto al poder con las elecciones de 2007 se mantuvo una década con una fortísima alianza con los grandes empresarios (Cosep), las cúpulas de las Iglesias Católica y Evangélicas, las Fuerzas Armadas y los imperialismos (especialmente el yanqui). En esta década promovió la instalación de empresas extranjeras (en alianza con la burguesía nica) de numerosas fábricas maquiladoras. Ensambladoras que aprovechaban los bajísimos salarios de los trabajadores nicaragüenses y las despromociones impositivas. Con las curias religiosas, el régimen abandonó todo rasgo progresista, convirtiéndose en un pilar de la reacción oscurantista. Anuló las leyes por el derecho al aborto, incluso las limitadas existentes en épocas de la dictadura de Anastasio Somoza, contra la cual se produjo la revolución de 1979.

Para el imperialismo, fue una niña mimada beneficiada por una lluvia de préstamos de las entidades financieras internacionales. Ortega se jactaba de que su política entreguista permitía el crecimiento del PBI nicaragüense a razón de más de un 5% anual. De esto, el pueblo trabajador vio muy poco: bajos salarios, precariedad laboral y superexplotación fue la base del “fenómeno” del crecimiento económico orteguista. Para combatir la creciente miseria, instauró un sistema de distribución de alimentos clientelar (como hicieron Lula, Duhalde y casi todos los gobiernos, incluso derechistas en América Latina). La ilusión de que el sandinismo en el poder iba a producir una revolución de “justicia social” quedó en eso: en una frustrada ilusión. En 14 años de gobierno orteguista, Nicaragua no se desarrolló, sigue siendo la segunda república más pobre del continente (después de Haití).

Pero la crisis económica mundial capitalista también hizo su ingreso directo a Nicaragua. En el 2018, para paliar el déficit fiscal –y garantizar el pago de la deuda pública- Ortega sacó una reforma previsional, incentivada por el FMI, que planteaba la instauración de un aporte previsional de las patronales. Esto produjo, en el marco de un retroceso productivo, una fuerte oposición de las cámaras empresarias: un resquebrajamiento de la alianza de poder que venía sosteniendo a Ortega. Es alrededor de esta “grieta” que rápidamente se extendió la protesta popular, viabilizando la bronca existente por la miseria creciente y transformándose en una insurrección nacional, con fuerte protagonismo de la juventud. Nicaragua se llenó de barricadas y movilizaciones. El régimen logró “dominar” este levantamiento popular con una fuerte represión, incluyendo grupos parapoliciales, que produjo más de 350 muertos y centenares de heridos. Lo que fue seguido por la detención de centenares de luchadores y el exilio forzoso de miles. Ortega “perfeccionó” su gobierno transformándolo abiertamente en policial.

Es importante señalar que entre los muertos, heridos y detenidos, prácticamente no figuraban los representantes actualmente proscriptos de la derecha. Estos, en cambio, constituyeron una “Mesa de Diálogo” con la “dictadura” de Ortega, integrada por las cúpulas religiosas, empresarias y de los partidos burgueses opositores. Nada que ver con la insurrección, empantanaron la resistencia popular y la llevaron al callejón sin salida de una negociación, con la perspectiva de una salida electoral anticipada para el primer semestre del 2019. Una vez que Ortega consiguió hacer refluir la movilización, se olvidó de esto y ejecutó un plan de acrecentamiento represivo. Logró llegar al final de su mandato y para asegurar que ninguna fuerza política burguesa opositora se transformara en un canal (deformado) de la bronca popular, fue lisa y llanamente a la proscripción.

Su permanencia en el poder ha agravado objetiva y subjetivamente el cuadro político-social. El PBI viene cayendo desde 2018 a razón de un 3% promedio anual. La población totalmente vacunada al día de hoy es del… 5,5%. A tal punto que Ortega tuvo que liberar el control de las fronteras para que los nicaragüenses pudieran cruzar a los puestos fronterizos de Honduras a vacunarse.

Ortega se sostiene en el poder porque una parte mayoritaria de la clase empresaria mantiene su adhesión al régimen que le garantiza la superexplotación. Incluso en este período varios organismos financieros imperialistas han seguido otorgando préstamos y refinanciando deudas al gobierno sandinista. Su deuda externa pública y privada llega casi al 100% del PBI. La oposición burguesa es heterogénea y no ha logrado aglutinarse en torno a un liderazgo y candidatura única. Esto ha facilitado la política divisionista y proscriptiva del gobierno sandinista. La oposición burguesa se maneja, fundamentalmente, con la “presión” internacional del imperialismo yanqui, europeo, la OEA, la ONU, etc. No llama a la rebelión popular. Las cámaras empresarias mayoritarias apoyan al régimen. La Conferencia Episcopal católica no llama a boicotear las elecciones. Acaba de sacar una declaración donde después de señalar las virtudes de un “estado de derecho”, plantea que cada nicaragüense vote de “acuerdo a su conciencia”.

Como en Venezuela, la burguesía opositora no toma, ni puede tomar por su naturaleza de clase, las reivindicaciones sociales de las masas trabajadoras y campesinas. Se limita al reclamo por las libertades democráticas. Pero, en su experiencia histórica las masas han vivido no solo la dictadura somocista, sino también la democracia ajustadora de los Alemán y compañía que reemplazaron al primer gobierno sandinista.

Un planteo

Igual que en Venezuela, los revolucionarios reclamamos la libertad de todos los presos políticos, el cese de la represión, la más plena legalidad para las organizaciones políticas y reivindicativas de las masas (estudiantes, campesinos, etc.), la vuelta incondicional de los exiliados, el desarme inmediato de los grupos parapoliciales y el derecho al armamento popular. Junto a esta plataforma democrática levantamos el no pago de la deuda pública, la nacionalización de la banca y el comercio exterior, la reincorporación de los cesanteados y la reapertura de las fuentes de trabajo bajo gestión obrera y la urgente satisfacción de todas las reivindicaciones populares (aumento de salarios, régimen previsional único, estatal, bajo gestión de los trabajadores y sostenido exclusivamente por los aportes patronales, etc.).

Igual que en Venezuela llamamos a enfrentar cualquier intento golpista del imperialismo y la reacción que aunque se realice bajo consignas democráticas, no instaurará una verdadera democracia, solo posible con un gobierno obrero y campesino. Ni tampoco encarará la resolución obrera y socialista de los grandes problemas de las masas y de la nación (reforma agraria, etc.).

La tradición revolucionaria de las masas nicaragüenses y el balance realista y negativo de más de 40 años post revolucionarios, tanto sandinistas como derechistas, plantean con fuerza la necesidad de organizar en forma políticamente independiente a la vanguardia de la lucha obrera y popular. Nicaragua fue la primera rebelión contra los ajustes fondomoneteristas en Latinoamérica. Detrás de ella vino la ola de rebeliones y levantamientos vigentes hasta la actualidad (Chile, Bolivia, Ecuador, Colombia, etc.). Seguramente la crisis capitalista y la lucha de clases, volverá a colocar a los nicas en la primera línea de la lucha liberadora y socialista de América Latina.