No a la guerra de la OTAN contra Yugoslavia

Con la escalada de la agresión de la Otan contra la República Federativa Yugoslava y el probable pasaje a una invasión terrestre, se hace cada vez más evidente que la verdadera razón de la guerra no tiene nada que ver con la defensa del legítimo derecho a la autodeterminación del pueblo kosovar. Los gobiernos norteamericano y europeos se han empeñado —con una relación de colaboración y competencia recíproca— en una acción militar a gran escala (sin precedentes en Europa después de la Segunda Guerra Mundial) para obligar a Milosevic a adecuarse a las condiciones de la ‘pax imperialista’ en los Balcanes, así como, obviamente, para el ‘reparto del botín’ a obtener. En otras palabras, el objetivo de las bombas es consolidar el control de las potencias occidentales sobre las diversas áreas económicas y políticas surgidas de la desintegración de Yugoslavia, completar la reintroducción del ‘libre mercado’ capitalista tras el derrumbe del régimen titoísta, y establecer definitivamente la presencia militar de la Otan en una región europea de importancia estratégica para la proyección hacia el Este y el Medio Oriente.


En esta nueva masacre, los gobiernos europeos (casi todos socialdemócratas), lejos de desenvolver un rol meramente subalterno respecto de Washington, se apuran por ocupar el escenario. La vida de millares de personas en Yugoslavia y Kosovo, a pesar del riesgo de una extensión de la guerra al conjunto de los Balcanes y también al resto de Europa, está tranquilamente calculada, en nombre de los superiores intereses imperialistas, en nombre del beneficio.


Esto no puede ser aceptado. Será rechazado y combatido.


Es necesario antes que nada desarrollar la más amplia movilización internacionalista en nuestro país (que está participando plenamente de las operaciones militares de la Otan, a la que provee de las indispensables bases aéreas) y en los otros países agresores, para conseguir el cese inmediato y sin condiciones de los bombardeos y de toda otra acción bélica de parte de la Otan.


La demanda del inmediato cese de las brutales operaciones represivas de las fuerzas serbias contra la población albanesa de Kosovo no puede justificar la prosecución de la agresión imperialista: por otra parte, esta última ya ha demostrado en los hechos que se volvía incluso contra la población kosovar. También es necesario oponerse al despliegue militar de la Otan en Albania, Macedonia, etc., con la excusa de las ayudas humanitarias a los refugiados, así como a la Operación Arcobaleno, prometida con objetivos propagandísticos por el gobierno D’Alema para reforzar la presencia italiana en Albania. Sí a la ayuda a los refugiados, pero sólo a través de organizaciones no gubernamentales que se hayan pronunciado contra la guerra.


No podemos tener dudas sobre el sentido de nuestra batalla: no por la “reactivación de la diplomacia” (que en sí no significa nada: acción militar y acción diplomática no son contradictorias para el imperialismo) sino por la derrota de los agresores, de la Otan, de sus planes.


Con este propósito los comunistas deben luchar por impulsar la acción independiente de los trabajadores, en todos los frentes, porque sólo esta última puede construir las premisas de una solución efectiva de los conflictos en curso. Por eso debemos apoyar las acciones de resistencia tomadas en forma autónoma por los trabajadores, como aquellas de los obreros de la fábrica automotriz Zastava, de Kragujevac. Por otro lado, sólo los trabajadores serbios —y no por cierto los bombarderos o los misiles de la Otan, que por ahora lo han reforzado— son quienes podrán liquidar a Milosevic, quien no por casualidad ha sido durante años un interlocutor privilegiado de los gobiernos occidentales, además de un activo impulsor de la restauración del capitalismo y de la supresión de las conquistas progresivas de la Yugoslavia de Tito.


La derrota de la intervención de la Otan en los Balcanes permitirá incluso al pueblo kosovar y a los otros pueblos balcánicos, doblemente oprimidos —por el imperialismo y por sus vasallos—, una efectiva autodeterminación sobre una base democrático-revolucionaria progresiva. Sólo la derrota del imperialismo puede permitir que se ponga fin a la trágica cadena de odios étnicos y de conflictos chauvinistas para abrir el camino a la única perspectiva de paz estable en esta parte de Europa: la perspectiva de una federación socialista de los Balcanes, en la cual se hallará la pacífica convivencia de todos los pueblos en el respeto de la identidad y del derecho de autodeterminación de cada uno de ellos.


Por otra parte, la derrota de los gobiernos agresores de Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania, Francia, Italia, etc., reforzará incluso la lucha de los trabajadores de estos países contra la propia burguesía. En particular en Italia, se tornará creíble la reivindicación de la salida de la Otan y se dará un nuevo impulso a la construcción de un polo autónomo de clase, contrapuesto a los dos polos de alternancia burguesa —centroderecha y centroizquierda—, hoy unidos en el sostenimiento de los intereses imperialistas de la burguesía italiana.


Como ya aconteciera hace veinticinco años en Vietnam, la derrota de la agresión imperialista reforzará a los trabajadores en todo el mundo, restableciendo la actualidad de aquel proyecto comunista de derribar el capitalismo, única posibilidad de poner fin de una vez por todas a la guerra. Mientras tanto, hoy es esencial ampliar la movilización, organizarla, transformarla en permanente. Construyamos en cada lugar de trabajo y de estudio comités unitarios de todos los que estén dispuestos a luchar contra la guerra, promovamos manifestaciones en todo el país y frente a las bases e instalaciones militares, organicemos lo más rápido posible la huelga general contra la guerra y contra el gobierno que la conduce. Porque, como escribía en 1914 Karl Liebknecht en un célebre volante a las tropas de guerra:”El enemigo principal de los trabajadores se encuentra en el propio país”.


 


9 de abril de 1999