Octubre y la cuestión judía

Cuando se produjo la Revolución Rusa, en 1917, había en ese país cerca de 5,1 millones de judíos, lo cual representaba prácticamente la mitad de la población judía mundial y el 4,2% de toda Rusia.


No obstante, los judíos no poseían un territorio propio ni reunían una mayoría poblacional en ningún lugar del imperio, estando sujetos a una discriminación secular: “un conjunto de 650 leyes que limitaban los derechos cívicos de la población judía”, como recuerda Trotsky en su Historia de la Revolución Rusa. Sumado a la discriminación contenida en las leyes, los judíos estaban sujetos a los llamados pogroms: asaltos populares a los barrios judíos, generalmente efectuados por bandas enfurecidas armadas con piedras y palos que destruían los negocios, tabernas y residencias, robando y matando a los judíos.


Esos ‘asaltos populares’ que, a pesar de violentos, fueron durante mucho tiempo pequeños y de alcance limitado, alcanzaron al final del siglo XIX un tamaño y frecuencia inéditos, pues estaban organizados por sectores de la policía, del ejército y por civiles apoyados por el zar, especialmente la banda de las Centurias Negras. Según la visión de León Poliajov, “en estas condiciones es que, por primera vez en la historia moderna, el anti-semitismo se convierte, a partir de 1881, en un medio de gobierno”.


Fue en esas condiciones de opresión que surgió, como primera expresión organizada, un partido judío: la Unión de Obreros Judíos de Lituania, Polonia y Rusia (Bund). Formado en 1897 (pero con una historia que se remonta al inicio de la década de 1890), el Bund constituyó, hasta 1905, el único partido obrero judío y la mayor organización obrera de Rusia: al mismo tiempo, centralizada y entrenada en los métodos de la clandestinidad, el contrabando y la publicación de materiales (libros, panfletos, periódicos, además de traducciones rusas o idisch de escritos socialistas y marxistas de Europa occidental).


El primer partido sionista obrero se formará recién en 1906 (el Partido Poalei Tsion); no llegó a convertirse en un movimiento “de masas” como el Bund y, según Isaac Deutscher, constituye un hecho histórico generalmente ignorado que “la mayoría de los judíos fue, hasta la Segunda Guerra Mundial, hostil al movimiento sionista”.


La “Unión” (Bund) judía fue formada, para usar la expresión de Lenin, por una población cuya miseria era indescriptible.


La historia del Bund estuvo íntimamente relacionada con la del Partido Obrero Social Demócrata de Rusia (POSDR). Cuando se constituyó el POSDR, en 1898, el Bund lo integró en calidad de “organización autónoma”. A partir de 1912, se orientó definitivamente en dirección a los mencheviques.


El conflicto entre los bolcheviques y el Bund surgió en torno a tres principios defendidos por la organización judía a partir del comienzo del siglo: a) reconocimiento del Bund como representante exclusivo de la socialdemocracia entre los judíos; b) consecuente transformación del POSDR en una federación de partidos nacionales independientes; c) la llamada “autonomía nacional cultural” en lo que se refería a la organización estatal.


La lucha contra el antisemitismo estaba en el centro de las preocupaciones y de la política de las direcciones revolucionarias. Existe —recuerda Lenin— un comprobado e “indudable vínculo entre el anti-semitismo y los intereses (…) de los estratos burgueses, y no de los estratos obreros de la población (…) El carácter social del actual anti-semitismo no se altera por el hecho de que en éste o aquel pogrom, participen no sólo decenas, sino hasta centenas de obreros desorganizados, en un noventa por ciento todavía ignorantes”.


La revolución de 1905 fue en este aspecto reveladora. El Bund organizaba, desde 1903, las “unidades de auto-defensa” anti-pogroms, conocidas por la sigla BO (Boevie Otriady), que constituían un importante símbolo del coraje y resistencia de los obreros judíos. Pero las BO, según Nathan Weinstock, no hubieran tenido condiciones de enfrentar a los pogromistas si no hubiese habido una significativa adhesión de los trabajadores no judíos.


“Cuando los rumores de un pogrom se esparcieron por San Petersburgo en ese mes de octubre de 1905, cerca de 12.000 obreros armados fueron movilizados en cuestión de horas por el soviet para derrotar las bandas de los Centurias Negras”.


Por lo tanto, la exigencia del Bund al POSDR de “exclusividad en la representación del proletariado judío no se justificaba por la lucha contra el antisemitismo”.


Para Lenin, las exigencias del Bund tenían como consecuencia básica la separación del obrero judío del movimiento revolucionario general ruso, y por lo tanto, lo debilitaba y debilitaba la lucha contra el propio antisemitismo.


Según los principios básicos incorporados al programa del POSDR en 1903 (y definidos con mayor precisión una década después), se reconocía el derecho de todas las naciones de Rusia a separarse y formar un Estado propio (la llamada “autodeterminación nacional”). Para las minorías nacionales, como era el caso de los judíos, se consideraba que sólo la exigencia de la más completa “igualdad de derechos” (impidiendo cualquier privilegio nacional, el dominio de una nación sobre otra o de una lengua sobre otra) haría que, en cada nación, los obreros apareciesen como los únicos elementos auténticamente democráticos. Lenin afirmaba, por un lado, que el curso natural de la historia llevaría a la asimilación de los judíos (como era, de hecho, la realidad en Europa occidental a principios de siglo). Plantear obstáculos a la asimilación sería retroceder en la “tendencia histórica-mundial de romper las barreras nacionales, destruir las diferencias nacionales, y asimilar a las naciones”.


Según Alain Brossat, “en Ucrania, la Guerra Civil fue muy reveladora: el Bund, que a partir de 1912 se orientó claramente en dirección al menchevismo, apoyaba a la Rada (parlamento) y a la República burguesa de Ucrania, contra la Rusia soviética. Es verdad que ésta, en una primera instancia, concedió la autonomía (“nacional-personal”, o sea “cultural”) a los judíos. Pero, rápidamente, la exacerbación de la guerra civil y las masacres de la población judía que acompañaron las campañas de las bandas blancas de Petlioura y Koltchak, llevaron al Bund de Ucrania a unirse a los bolcheviques: surge un ‘Com-Bund’, así como un partido comunista judío. El mismo proceso se dio en la Rusia blanca con la fundación de un Partido comunista judío”. Nótese que el ejército de Néstor Makhno, anarquista, constituyó una de las fuerzas contrarrevolucionarias (y anti-bolcheviques) que contribuyeron, al lado de los ejércitos blancos, para un saldo de más de mil pogroms, 125 mil judíos muertos y 40 mil heridos, en Ucrania; el 60% de las casas judías fueron quemadas, 90% de sus muebles arruinados, los utensilios de los artesanos fueron robados y las mercaderías de los comerciantes saqueadas.


Se ha convertido en un lugar común afirmar que los judíos adhirieron a la revolución en la medida que, en la guerra civil, las masacres perpetradas por la reacción no les dejaba otra alternativa. Lenin, no obstante, no dejará de resaltar, aun a principios de enero de 1917, que “los judíos proporcionaron un porcentaje particularmente elevado (comparado con el tamaño de su población) de los líderes del movimiento revolucionario. Y ahora también debe reconocerse el mérito suyo, de que los judíos proveyeron un porcentaje relativamente elevado de internacionalistas, comparado con otras naciones”.


La lucha de Lenin contra el antisemitismo consumirá hasta su último aliento de vida. Una de sus raras grabaciones radiofónicas, realizada en 1919, fue dedicada a repudiar “el odio a los judíos (que) persiste sólo en los países donde el servicio a los terratenientes y capitalistas creó una ignorancia abismal entre trabajadores y campesinos. Sólo los más ignorantes y oprimidos creen en las mentiras y calumnias lanzadas sobre los judíos. (El antisemitismo) es una reminiscencia de los tiempos feudales, de cuando los padres (curas)quemaban a los herejes en la hoguera, los campesinos vivían en la servidumbre y el pueblo era pisoteado y desarticulado”.


Es necesario señalar que los primeros años de la revolución fueron, de hecho, marcados por un florecimiento sin precedentes, en Rusia, de la cultura judía. Según la expresión de Isaac Deutscher, la Revolución Rusa constituyó el”pasaje de entrada” de los judíos a la cultura de Rusia, en la medida que tuvieron una libertad jamás vista para la utilización de su lengua, publicación de libros, revistas y periódicos, mantención de escuelas donde el idioma era el idisch; en fin, en todos los aspectos culturales (a pesar de la campaña anti-religiosa lanzada contra todas las religiones sin excepción, en diez años el número de sinagogas cayó, según Weinstock, solamente el 10%): “sin duda hoy se olvida que el mayor teatro hebraico de la historia, la Habima, fue fundado en Rusia por la iniciativa del comisario de instrucción pública, A. V. Lunacharsky”. Pero también hay que señalar el proyecto de Birobidjan, en 1928. En una región árida, situada en la frontera con China. Birobidjan no reunía las condiciones materiales para el desarrollo cultural judío, y por lo tanto no realizaba aquello que, según Trotsky (en una carta de 1934), sería la obligación de un gobierno obrero:


“(Si es verdad que) el sionismo aparta a los trabajadores de la lucha de clases a través de la esperanza irrealizable de un Estado judío bajo el capitalismo, es obligación de un gobierno obrero crear para los judíos, así como para cualquier otra nación, las mejores circunstancias para su desarrollo cultural. Eso significa proveer, para aquellos judíos que deseasen sus propias escuelas, sus propias imprentas y su propio teatro, etc., un territorio separado para su desarrollo y administración propios. El proletariado internacional se comportará de la misma manera cuando sea el señor de todo el globo. En el campo de la cuestión nacional no debe haber restricción”.


La creación de Birobidjan, sin embargo, ya no formará parte de la historia de la Revolución de Octubre, sino de la contrarrevolución burocrático-stalinista.