Orlando: terror fascista y descomposición interior

La crisis generada por la carnicería de Orlando ha reavivado, además, el debate sobre el control del uso de armas. Trump defiende la norma constitucional que reconoce el derecho de los ciudadanos al armamento, pero para promover un mercado libre que ha permitido la formación de milicias fascistas y terroristas y ha armado a lunáticos como Mateen. Clinton sostiene, en cambio, el “monopolio de la fuerza” para un Estado imperialista, militarizado hasta los huesos, cuyas fuerzas represivas no guardan fronteras con los elementos fascistoides


Omar Siddiqui Mateen era un ciudadano norteamericano, con permiso del Estado norteamericano para portar armamento de guerra (era guardia de seguridad privado). Mateen compró legalmente el fusil de asalto AR15, usado por el Ejército de los Estados Unidos, para cometer la masacre. Ni siquiera tenía contacto orgánico alguno con los terroristas fascistas de Estado Islámico. En síntesis: el ataque contra la discoteca gay Pulse no llegó desde afuera, a diferencia del 11S. Este atentado llegó desde el interior profundo de la descomposición de una franja importante de la sociedad norteamericana.


 


Grandes centros industriales como Detroit convertidos en ruinas, millones de nuevos homeless desde la crisis hipotecaria, empobrecimiento abrupto de sectores amplios de las clases medias; en fin, la crisis internacional que aún tiene su epicentro en los Estados Unidos ha acelerado las tendencias al fascismo presentes desde antiguo en ese país, sobre todo en sus manifestaciones de homofobia y racismo. En muchas ocasiones los llamados “crímenes de odio” ni siquiera se dirigen a una minoría específica: abundan los lunáticos que masacran clientes en un supermercado, o a sus compañeros de colegio o de universidad o simplemente a peatones.


 


Parte de esa descomposición es la emergencia de Donald Trump, la bestia que ha ganado la candidatura presidencial por el Partido Republicano.


 


Trump aprovecha la carnicería de Orlando para acentuar sus posturas xenófobas y contra la inmigración. Propone incluso prohibir la entrada en territorio norteamericano de personas de religión musulmana o procedentes de países inamistosos para con los Estados Unidos. Todo eso servirá para acentuar el carácter policial del Estado yanqui y disciplinar por el terror a la sociedad norteamericana, especialmente a los trabajadores, con vista a la crisis social en curso. Pero será inútil para impedir masacres como la de Pulse. La fuente del terror está adentro, y tiene su raíz en la disgregación social. Sólo durante 2015 “hubo en los Estados Unidos 372 balaceras masivas, que mataron a un total de 475 personas e hirieron a 1.870” (Página/12, 13/6).


 


Hillary Clinton, por su parte, propone una mayor vigilancia para detectar a “lobos solitarios” como Siddiqui Matten y mayores controles a la venta de armas para quien registre antecedentes. Clinton, la principal alternativa del imperialismo ante la transición presidencial, ofrece otra variante de reforzamiento del Estado policial y del espionaje contra sus propios ciudadanos.


 


No es la “cultura”, es la descomposición capitalista


 


La homofobia manifestada atrozmente en Orlando no deviene de tendencias individuales o “culturales”: es el resultado de una acción política y estatal de carácter esencialmente persecutoria.


 


Cuando aún era precandidato presidencial republicano, Ted Cruz, acompañado por el gobernador de Arkansas, Mike Huckabee, y buena parte de la plana mayor de su partido, asistió a una conferencia del pastor Kevin Swanson, que pide la pena de muerte para los homosexuales por ser éstos opuestos a “la ley de Dios”. El padre de Saddiqui Mateen, al justificar moralmente lo hecho por su hijo, declaró que “Dios en persona castigará a los homosexuales”, y explicó que el asesino de Pulse se había “indignado” al ver a dos hombres que se besaban en un lugar público. Carolina del Norte y Mississippi han dictado leyes contra los homosexuales, que llegan al extremo de restringirles el uso de los baños públicos.


 


La crisis generada por la carnicería de Orlando ha reavivado, además, el debate sobre el control del uso de armas. Trump defiende la norma constitucional que reconoce el derecho de los ciudadanos al armamento, pero para promover un mercado libre que ha permitido la formación de milicias fascistas y terroristas y ha armado a lunáticos como Mateen. Clinton sostiene, en cambio, el “monopolio de la fuerza” para un Estado imperialista, militarizado hasta los huesos, cuyas fuerzas represivas no guardan fronteras con los elementos fascistoides.


 


Por supuesto, esas tendencias no son las únicas que se observan en los Estados Unidos. La enorme elección hecha por el precandidato Bernie Sanders señala, aun de manera deformada, la posibilidad de dar un canal organizativo a las tendencias contrarias. Es preciso que a la derecha radical de Donald Trump se le oponga su contrario, una izquierda también radical para barrer la basura descompuesta del imperialismo en crisis.