Otra etapa de la lucha obrera en Corea

Los sindicatos, el gobierno y la patronal del pulpo Hyundai llegaron a un acuerdo para levantar la ocupación que durante más de un mes paralizó al principal productor coreano de automóviles. El sindicato acepta el despido de alrededor de 300 trabajadores y la suspensión sin pago, durante 18 meses, de los restantes 1300 trabajadores que la patronal pretendía despedir.


El acuerdo, que fue promovido por el gobierno centroizquierdista, sólo fue posible después que “el presidente del sindicato cedió en su firme rechazo a aceptar los despidos” (International Herald Tribune, 22/8). La patronal, sin embargo, se resistió duramente a aceptar el acuerdo, especialmente en lo referido a las suspensiones. La gran burguesía coreana —la Asociación de Dirigentes de Empresas— lo criticó violentamente: su presidente le reclamó al gobierno “aceptar el principio de los despidos, como lo establece el acuerdo con el FMI” (ídem).


El gobierno centroizquierdista impuso el acuerdo porque el desalojo violento de las plantas planteaba la perspectiva de un gran levantamiento obrero. El complejo de plantas se encontraba rodeado por 15.000 policías antimotines, armados hasta los dientes, con tanques, ‘cañones de agua’, bulldozers y helicópteros. Dentro de la planta había cinco mil trabajadores, acompañados de sus familias, que bloquearon las entradas del complejo con verdaderas ‘murallas’ de varios pisos de automóviles, rodeados de tanques de nafta y oxígeno. Amenazaban hacer estallar las barricadas si la policía intentaba entrar y estaban “organizados en pequeñas milicias armadas con caños de metal”; habían juntado “montañas de piedras y grandes tuercas para arrojar a la policía mediante caños conectados a tubos de gas” (Independent, de Londres, 18/8). “Muchas de las mujeres que están en la planta dicen que estarán al frente de cualquier fuerza de resistencia como otra forma de impedir un asalto frontal” (ídem). Al mismo tiempo, la Confederación de Sindicatos de Corea había amenazado con “lanzar inmediatamente una amplia campaña de manifestaciones en todo el país” si la policía intentaba entrar a la planta (Financial Times, 19/8) y el sindicato automotriz, por su parte, amenazaba con una huelga nacional indefinida en todas las terminales.


Con un desempleo que se ha quintuplicado en apenas seis meses, con reducciones salariales de hasta el 30% y con varias decenas de miles de despidos anunciados en las grandes empresas, el intento de desalojar la Hyundai, advertía un corresponsal, “puede encender una ola nacional de huelgas y manifestaciones obreras” (ídem). La aceptación de los despidos muestra la escasa determinación de la burocracia centroizquierdista coreana.


El desenlace del conflicto de Hyundai no satisface a la burguesía, que exige despidos en masa. Mucho menos a los trabajadores: “Furiosos ante lo que consideraron una claudicación de su sindicato, cientos de obreros quemaron banderas y remeras que habían usado al formar un escudo humano alrededor de su líder, Kim Kwang Shik, para evitar que la policía lo arrestara” (Buenos Aires Económico, 25/8).


En medio de la enorme crisis que sacude a Corea y del abismo existente entre las exigencias patronales y las necesidades de los trabajadores, este acuerdo es apenas una tregua transitoria que anuncia nuevas y decisivas batallas.