Internacionales
28/11/1996|521
¿Otro ajuste de cuentas entre sionistas?
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En menos de seis meses, el gobierno derechista de Netanyahu ha convertido en un cadáver el ‘proceso de paz’ trabajosamente armado por el imperialismo norteamericano en Medio Oriente.
Rompió las ‘negociaciones de paz’ con Siria, suspendió el retiro israelí de Hebrón, expandió los asentamientos sionistas en Gaza y Cisjordania, declaró, finalmente, que el destino final de la Autoridad Palestina es convertirse en una suerte de Andorra o Puerto Rico –‘estados’ con policía pero sin ejército; con bandera, fronteras y gobierno propio pero sin soberanía– … o quizás, en algo menos.
Un polvorín
Esta política convirtió al Medio Oriente en un polvorín. “En el norte –advierte The Guardian Weekly (17/11)– soplan vientos de guerra”: la frontera entre Israel y Siria se halla cada vez más ‘caliente’, con maniobras y movimientos de tropas de ambos lados, amenazas de ataques con misiles a las ciudades y repentinas alertas de combates aéreos. “La posibilidad de una nueva guerra (con Siria) se discute abiertamente en los medios” (Le Monde, 18/10). Incluso, entre los estados árabes que han establecido relaciones con Israel –como Egipto y Jordania– reina una sensación, en las palabras del presidente egipcio Mubarak, de “sospecha y desconfianza” (Financial Times, 15/11). El egipcio advierte que “aunque incluso Arafat aceptara (los términos de Israel), el pueblo no los aceptará” (ídem).
Pero esta política ha agudizado la crisis del propio régimen sionista, al punto que The Guardian Weekly (17/11) no duda en definir a Israel como “un país al borde de la guerra civil”.
En el primer plano se destaca el enfrentamiento entre el gobierno derechista y el alto mando militar. “Las relaciones entre el gobierno y el ejército –afirma el profesor Zeev Maoz, director del Centro Jaffee, el más célebre instituto privado de estudios e investigaciones estratégicas– están marcadas por la sospecha, la desconfianza y la ausencia de respeto mutuo. La situación es muy seria” (Le Monde, 18/10). Para el jefe del Estado Mayor del Ejército, general Amnon Shahak, “el ejército se ha convertido en el ‘puching-ball’ de los políticos (oficialistas)” (The Guardian Weekly, 17/11). Un ejemplo de la situación creada es que los informes del Ejército y el servicio secreto (Shin Beth), que desaconsejaban la apertura del túnel a través de los lugares sagrados árabes de Jerusalén –que terminó provocando el levantamiento palestino de octubre–, fueron desconocidos por el gobierno. Otro ejemplo: mientras Netanyahu intenta imponer la partición de Hebrón para mantener allí los asentamientos sionistas, el ejército plantea la completa retirada de los colonos (Le Monde, 12/11).
Los derechistas recelan del hecho de que “los mayores jefes del ejército, el Shin-Beth y la Mossad participaron de las negociaciones secretas que precedieron a los acuerdos palestino-israelíes de Oslo, El Cairo y Taba, sin hablar de las negociaciones con Siria” (Le Monde, 18/10). El alto mando israelí —según The Guardian Weekly (17/11)— “busca un acuerdo más que su gobierno. Shahak y su ‘staff’ saben, como sabía Rabin, que el cáncer de la ocupación se está comiendo su propia sociedad, que la caza de niños palestinos a través de las aldeas de Nablus y Gaza está desgastando la motivación de los conscriptos israelíes”.
Son miles los soldados y oficiales de la reserva que se niegan a servir en los territorios ocupados e incluso se han agrupado en una organización. A mediados de octubre publicaron una solicitada que terminaba con una velada amenaza: “en base a los últimos acontecimientos ocurridos, se diluyó toda nuestra motivación para la pelea, y sin ella no sabemos cómo se podrá participar en la guerra que desgraciadamente se cierne sobre nosotros” (Brecha, 18/10). El alto mando ha manifestado sus dificultades para movilizar a la reserva y su temor a que “el ejército se llene de jóvenes religiosos, más obedientes a las órdenes de su rabino que de su comandante” (The Guardian Weekly, 17/11).
Golpes, guerras
Todo esto ha llevado a que se debata públicamente la posibilidad de un golpe de Estado (Le Monde, 18/10). Y a que incluso se llegue a plantear que una corta guerra con Siria –que además de “movilizar las energías internacionales para salvar el proceso de paz” (ídem), provoque la caída del gobierno– es bien vista por un sector del alto mando. Nuestros lectores recordarán que, apenas asumió el gobierno derechista, planteamos que “si como teme la prensa mundial, la política derechista provoca el relanzamiento de la intifada, entonces los días de Netanyahu estarán contados: los militares que lo llevaron al poder provocarán su caída” (Prensa Obrera nº 497, 6/6).
Además del ejército, está la frontal oposición de la gran burguesía israelí, firme partidaria del ‘proceso de paz’. Las grandes patronales israelíes, que antes de las elecciones dieron el paso sin precedentes de llamar a votar contra Netanyahu, acaban de formar, junto con las grandes patronales egipcias, un ‘Consejo empresario’ común. “La decisión de las grandes corporaciones israelíes de unir sus fuerzas con sus pares de un país árabe importante marca una etapa más afirmativa en su presión por la paz” (Financial Times, 14/11). El nacimiento del ‘Consejo Empresario egipcio-israelí’ fue saludado con un “ustedes son el electorado de la paz” (ídem), por el canciller norteamericano Christopher.
Desde los ‘acuerdos de Oslo’, los grandes grupos capitalistas israelíes duplicaron sus exportaciones y sextuplicaron las inversiones externas… un proceso que se quebró abruptamente con el ascenso de los derechistas. A los capitalistas israelíes, la ‘paz’ les permitirá ‘tercerizar’ o ‘subcontratar’ parte de su producción en los países árabes, donde el ‘costo laboral’ es sensiblemente inferior al israelí. Las principales empresas textiles –una de las ramas más importantes en Israel– ya han comenzado a ‘subcontratar’ en Jordania y en Egipto, y uno de sus directores ve así el futuro: “la mayor parte de las tareas trabajo-intensivas se harán fuera de Israel, y las compañías en Israel se limitarán a la hilandería y tejeduría” (Financial Times, 14/11). Todo esto, claro, si el ‘proceso de paz’ no se hunde definitivamente.
A todo esto hay que sumarles las fracturas del propio oficialismo. El ministro de Infraestructura, el ultra-derechista Ariel Sharon, y los dirigentes de los partidos religiosos que integran la coalición gubernamental, denunciaron que están siendo excluidos de las negociaciones sobre Hebrón, cuyos términos dicen desconocer. Un retiro, incluso parcial y limitado, de Hebrón, podría llevar a la fractura de la coalición derechista.
¿Unidad nacional?
Los colonos ultraderechistas de Hebrón ya amenazaron de muerte al primer ministro si retira las tropas de la ciudad. El reforzamiento de la guardia personal de Netanyahu y la detención de algunos de los dirigentes de los colonos, revelan que estas amenazas son tomadas en serio. No deja de ser una paradoja que el derechista que montó la campaña política que llevó al asesinato del ‘traidor’ Rabin pueda caer, él también, víctima de un atentado de la ultraderecha.
El gobierno enfrenta otra grave crisis en la cuestión presupuestaria: “Con la oposición laborista garantizada, Netanyahu no tiene los votos necesarios para hacer aprobar el presupuesto” (Jerusalem Post, 22/11), lo que llevaría a la caída del gobierno y a la convocatoria de elecciones anticipadas. Decíamos en Prensa Obrera, poco después de la asunción de Netanyahu, que como consecuencia de la fractura del ‘establishment’ sionista, de la presión del imperialismo y de las contradicciones de la coalición derechista, el gobierno de Netanyahu marcharía “a una crisis política a corto plazo e, incluso, a la disolución del parlamento y a la convocatoria a nuevas elecciones” (Prensa Obrera nº 497, 6/6). Exactamente, es la posibilidad que se plantea.
En estas condiciones de crisis surgen, nuevamente, las versiones de un ‘gobierno de unidad nacional’ con el laborismo (Jerusalem Post, 22/11). Pero esta ‘unidad’ tendría, como consecuencia, la fractura no solo del partido del gobierno —el Likud—, sino hasta de sus opositores. Sucede que en el laborismo, el ala encabezada por el ex ministro —y ex militar— Ehud Barak plantea que sólo una nueva coalición, no Netanyahu, podría llegar a un acuerdo con los sirios y los palestinos y, por sobre todo, derrotar a la ultraderecha y a los colonos.
La crisis del régimen sionista es tal que hay quien sostiene que “los israelíes deben ser salvados de sí mismos” (The Guardian Weekly, 17/11). ¿Quién los salvará? Un alto dirigente de uno de los ‘centros académicos’ que asesoran habitualmente a la diplomacia norteamericana –Henry Siegman, del Council of Foreign Relations–, escribe que “La iniciativa del salvataje no vendrá de Washington. Esta administración no se ve rescatando a un gobierno israelí de sus propias políticas … Una suspensión de la sentencia, si todavía es posible, vendrá de los propios ciudadanos de Israel. Sólo ellos pueden recapturar un futuro que se les ha robado en tres cortos meses” (International Herald Tribune, 17/10).
En otras palabras, el imperialismo llama a voltear a Netanyahu.