Otro derrumbe menemista en Europa

Nuestros lectores han sido advertidos mejor que los de la más encumbrada prensa internacional acerca del desenlace que tendrían las elecciones francesas. Mientras elFinancial Times aún creía, la semana pasada, que la derecha todavía podía quedarse con la mayoría en Francia, Prensa Obrera señaló, desde principios de año, la crisis política del régimen ‘gaullista’ y anticipó la posibilidad de que el adelanto de las elecciones acabara con la derrota de la derecha. Este periódico, menos que ningún otro, puede insinuar la menor ilusión sobre las posibilidades políticas que la victoria de la izquierda pudiera ofrecerle a la clase obrera; sin embargo, la derrota de la derecha representa un derrumbe ideológico y moral para el conjunto de la burguesía, que desde la anexión de Alemania oriental y la destrucción del Estado soviético viene proclamando la victoria final del capitalismo y el reinado definitivo del capital financiero. Este derrumbe ideológico y moral se está extendiendo, como tendencia, en todo el mundo.


Chirac


Es obligado reconocer que el único que ha sacado conclusiones consecuentes de las elecciones francesas, es el fascista Le Pen, que apelando a la lógica y a la política reclamó la renuncia del presidente Chirac.


En primer lugar, la lógica, porque Chirac convocó a elecciones anticipadas para plebiscitar a su gobierno, cuestionado por huelgas y manifestaciones y hasta por críticas crecientes en los propios círculos capitalistas. Si perdió, es natural que se vaya. Por otra parte, Chirac no disolvió el parlamento ni convocó a elecciones como consecuencia de una situación de ingobernabilidad, sino por puro oportunismo político, ya que creía que ese anticipo habría de favorecer a su partido. Violó de este modo la regla del régimen francés, que dice que el presidente es un árbitro que está colocado por encima de los partidos. Es indudable, en estas condiciones, que la derrota de los partidos de la derecha constituye un completo retiro de la confianza del electorado en el presidente.


Hay, en segundo lugar, una razón política. Chirac promovió el adelantamiento de las elecciones para garantizar, con una mayoría parlamentaria para los próximos cinco años, su política con relación a la unidad europea. Ahora, en su calidad de jefe de la política exterior, deberá impulsar una política que es contraria a la suya, la del partido socialista. Una norma elemental de coherencia, no de Chirac sino para el propio gobierno del Estado, debería determinar la renuncia.


Por sorprendente que pudiera parecer, la única razón por la que Chirac no ha caído es la oposición a su renuncia por parte de los socialistas y de los comunistas, para quienes formular ese reclamo sería poco menos que un acto de subversión. Los partidos de la derecha aceptarían incluso como una purga obligada la renuncia de Chirac, esto porque la continuidad de su participación en el gobierno dificulta la necesaria reorganización que debería promover en sus filas para encarar la nueva etapa y para superar la competencia creciente de la ultraderecha del partido Nacional. Los socialistas y los comunistas, en cambio, necesitan el escudo protector de Chirac, del poder ejecutivo, del capital financiero (la izquierda tiene también en contra al Senado y al Tribunal Constitucional), para decirles a las masas que tienen las manos atadas para resolver sus problemas. De modo que la izquierda debuta en el gobierno, luego de una resonante victoria electoral, mediante un anuncio de impotencia.


Segundas partes, peores


El partido socialista deberá gobernar con los radicales, con los verdes y con los comunistas, es decir, reeditar la “unión de la izquierda”, que fracasó miserablemente, bajo la batuta de Mitterrand, en 1981/87. El programa de nacionalizaciones y de redistribución de ingresos de aquella tentativa, hoy se encuentra reducido a la promesa de crear 700.000 empleos mediante exenciones impositivas a los capitalistas. El programa de la izquierda unida informal que ha emergido de mala gana el domingo pasado, se resume en incentivar la demanda sin tocar la sacrosanta intangibilidad del ‘franco fuerte’. Es decir, que se pretende transferir una parte de los beneficios de los capitales bursátiles a las masas, sin afectar la política presupuestaria y monetaria que garantiza las súper-ganancias de esos capitales bursátiles. Lo que estos capitales piensan de la imposible ecuación de la izquierda francesa, lo demostraron con la caída de la bolsa de París durante todos los días hábiles de la semana pasada y con la fuga de capitales hacia otras divisas.


El partido comunista quiere entrar al gobierno a cualquier precio, aun si no puede establecer con los socialistas un programa común. Esto significa simplemente que al PC lo devora, más allá de la necesidad de meter la mano en la lata, la exigencia de mostrar a la burguesía que se encuentra ‘a la altura’ de ‘la nueva época’.


Crisis en Europa


El cambalache programático de la izquierda traduce la impasse en que se encuentra la burguesía europea en su conjunto. Atacada por la competencia de Estados Unidos y Japón, necesita proceder a una dura reestructuración industrial, que significa, en primer lugar, mayores despidos, más desocupación y una completa flexibilización laboral. Pero, por otro lado, lo que las masas han dado a entender en Francia, desde la huelga de los trabajadores estatales, a fines de 1995, y la huelga de los camioneros, a mediados del 96, y en Alemania, con la huelga minera y las huelgas siderúrgicas en marzo pasado, es que no dejarán pasar nuevas cesantías en masa. En estas condiciones, toda la izquierda europea, en la medida en que defiende el orden capitalista, se enfrenta con la cuadratura del círculo, de la que procura salir mediante procedimientos escapistas y, por supuesto, mucho verso.


Chirac anticipó las elecciones para dotar a Francia de un gobierno fuerte, que fuera capaz de imponer todos los duros términos de la unidad monetaria de Europa; el resultado es un gobierno más débil, en uno de los dos pilares de esa unidad. Pero el otro pilar, Alemania, también ha entrado en una fase de crisis política, con la decisión del gobierno de cubrir el déficit fiscal con una emisión de 20 mil millones de marcos, que saldrían de una revaluación de las reservas de oro. Para la burguesía alemana, esto significaría marchar hacia la unidad de Europa, no sobre las espaldas del proletariado alemán, sino sobre el capital acumulado por el Estado. Pero el primer ministro Kohl se decidió por el capital acumulado cuando comprobó que el proletariado ya no pone la espalda, sino que ofrece los puños.


En definitiva, la derrota de la derecha en Gran Bretaña, hace un mes, ahora en Francia y hace más de un año en Italia, constituyen el detonante involuntario de una gran crisis en el gran proyecto capitalista de la unidad monetaria europea. Esta unidad debía ser el ancla de la incorporación futura de los países del Este, y hasta el asiento de una unidad política y militar desde el Atlántico hasta los Urales. En el marco de las actuales relaciones políticas, este gran proyecto capitalista se encuentra en una completa crisis.


La consigna de la Unidad Socialista de Europa contra la Europa del capital y de las rivalidades nacionales, se presenta hoy en día como un punto de reagrupamiento revolucionario concreto, que es lo único que puede abrir una perspectiva.