Pakistán: no sólo con el agua al cuello

Hace ya más de un mes que Pakistán se ha convertido en un gigantesco campamento de refugiados. Tras semanas de lluvias –las más fuertes de los últimos 80 años– una quinta parte del país quedó bajo el agua. Los casi 20 millones de damnificados por las inundaciones “superan a las víctimas del tsunami del Indico y el terremoto de Cachemira de 2005, el ciclón de Nargis en 2007 y el terremoto de Haití de este año” (El País, 22/8).

Hasta ahora son más de 1500 los muertos, cifra que crece con la propagación de enfermedades endémicas (malaria, disentería, fiebre tifoidea, cólera) con servicios médicos colapsados, millones de personas hacinadas sin hogar y varios millones más sin luz ni agua potable: una calamidad social.

A la catástrofe humanitaria hay que agregarle la pérdida efectiva del ganado y de gran parte de la cosecha del año y, sobre todo, de la infraestructura económica del país: miles de hectáreas de tierras inutilizables, cientos de localidades bajo el agua, edificios derrumbados, mil puentes arrasados y 4 mil kilómetros de rutas destruidas total o parcialmente. Las primeras estimaciones oficiales calculan las pérdidas en 43 mil millones de dólares. Los más optimistas hablan de, por lo menos, cuatro años de recuperación.

“Nunca han habido inundaciones como estas en ningún lugar del mundo”, dicen los expertos, a la vez que dan cuenta de que la ayuda internacional no cubre ni de cerca las necesidades inmediatas ni las futuras. Los socorristas denuncian que “no hay ninguna relación entre el número de personas que necesitan ayuda y lo que fue provisto en este primer mes” (Bloomberg News, 18/8). Con el paso de los días, la situación se agrava. La semana pasada fue evacuado otro medio millón de personas de las provincias del sur por nuevas inundaciones provocadas por el reviente de diques de contención.

La devastación supera holgadamente la capacidad del gobierno “democrático”. El ejército, por su parte, ha abandonado todo combate para convertirse en la principal fuerza de socorristas. Mientras tanto la ayuda internacional es escasa y retaceada, incluso en el “mundo islámico”, y se suman las denuncias de corrupción y desvío de fondos. Todos los analistas dan cuenta de la impotencia e incapacidad del Estado y del gobierno para hacer frente a una población que se hunde en el hambre, el hacinamiento y las enfermedades. “El deterioro de las circunstancias sociales y económicas crea el ambiente perfecto para que los yihadistas alcancen sus objetivos de socavar el Estado” (Bloomberg News, 18/8).

Sobre llovido, mojado

Pakistán no es un país más en el globo. Las inundaciones han devastado un país políticamente inestable, dueño de un arsenal nuclear que ocupa un lugar clave geográfica, política y militarmente. Limita, nada más y nada menos, que con la India (con la que arrastra un conflicto –que es una histórica amenaza nuclear– por la región de Cachemira), China, Irán y Afganistán. Justamente en la zona fronteriza con ese país alimentó en los últimos años a las fuerzas de Al Qaeda.

La Otan jamás pudo cerrar la frontera entre los dos países e impedir que los talibán afganos recibieran refugio, armas, recursos y entrenamiento en Pakistán. Como los yanquis están inhabilitados para operar en ese territorio, a fines del año pasado Obama planteó una nueva estrategia, que consistía en el desembolso de “recursos esenciales para el apoyo y desarrollo de la democracia pakistaní”. El gobierno de Asif Ali Zardari debía, por su parte, combatir a los insurgentes y limpiar la región. Pero el agua hundió también ese plan, que por las propias prioridades pakistaníes había alcanzado poco éxito.

Los talibán están llenando el vacío político en el que se encuentran regiones enteras del país. No es nuevo. La frontera afgano-pakistaní divide lo que durante dos mil años fue un centro cultural, político y económico único, el de los pastunes. Los talibán se fortalecieron en esa región tras casi una década de bombardeos y represión, porque se convirtieron en los representantes de una reivindicación nacional frente al imperialismo y los regímenes de ambos países. Una de las zonas más afectadas por las inundaciones es, precisamente, la provincia Khyber Pakhtunkhwa, de mayoría pastún. Según El País (22/8), allí los talibán “llegaron antes que el gobierno para facilitar asistencia… Su presencia allí envía el mensaje de que se ocupan de la gente”. Paralelamente, en las últimas semanas, redoblaron los ataques suicidas y atentados en diversas ciudades, junto con una fuerte agitación política llamando a rechazar cualquier ayuda extranjera y a boicotear las acciones del gobierno.

Los principales periódicos norteamericanos titulan a diario su preocupación sobre el impacto que el desastre podría tener en el futuro y cuáles serán las consecuencias en la empantanada ocupación afgana. Lo cierto es que los yanquis sumaron un nuevo problema. No es sólo Pakistán el que está con el agua al cuello.