Internacionales
11/4/2019|1544
Panorama internacional
En vísperas del 26 Congreso del PO
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Desde el punto de vista político, debemos hablar, no de una consolidación de la derecha sino de una situación de alta volatilidad
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El derrumbe de la experiencia macrista es inseparable del escenario internacional que enfrentamos. El informe político puesto a consideración para el Congreso, publicado en las páginas de "En Defensa del Marxismo”, destaca que Argentina es, precisamente, el eslabón más débil de la crisis mundial capitalista en desarrollo. “Para el FMI, la crisis argentina es una de las claves que explica la desaceleración global” (Clarín, 10/4).
¿En qué estadio se encuentra actualmente la crisis que estalló en 2007/8? Las ‘turbulencias’ que se han dado durante 2018 y con especial intensidad en su segunda mitad en Wall Street y las Bolsas de todo el mundo, con caídas fuertes en los precios de las acciones y grandes pérdidas para sectores capitalistas, ha modificado el punto de vista optimista de los analistas y organismos financieros internacionales .
La tendencia a la debacle financiera tiene como base el creciente agotamiento de los recursos estatales para el rescate de los capitales en crisis. Pero, como telón de fondo, está la crisis de sobreproducción, tanto en la fabricación industrial de mercancías como en los mercados de materias primas. No estamos ante una nueva crisis -una vez superada la bancarrota de 2007- sino en una nueva fase de esa crisis.
Detrás de los signos de crisis financiera se incuba el ingreso de Estados Unidos y la economía mundial en una nueva recesión.
La desaceleración económica mundial se extiende a China, que continúa creciendo, pero a un ritmo considerablemente menor. Detrás, siguen Alemania y Japón.
Es esta crisis sistémica de sobreproducción lo que está impulsando las guerras comerciales. Se incrementan los choques entre las diferentes potencias e imperialismos. Las alianzas preexistentes se están hundiendo (crisis de la alianza político-militar de la Otan, propuesta de constituir fuerzas armadas de la Unión Europea independientes de las norteamericanas; etc.).
La guerra político-comercial entre Estados Unidos y la UE refleja el propósito de Donald Trump de subordinar más firmemente el accionar de sus competidores ‘ex’ aliados. El choque fundamental de la guerra económica emprendida por Trump está dirigido contra China. Más que al desequilibrio en el intercambio comercial, la ofensiva yanqui apunta a frenar drásticamente la incursión china en la industria de alta tecnología (que, según la elite dirigente norteamericana, pone en riego la hegemonía económica), y también en el plano político y hasta militar.
Escenario volátil
La guerra comercial en pleno desarrollo es la partera de fuertes tendencias a conflictos bélicos, lo que se ha venido manifestando en las guerras coloniales de Medio Oriente. El fin del Estado Islámico en Siria no significa la paz para la región, sino el preanuncio de nuevas y más extendidas guerras.
Esto se constata también en el conflicto con Corea del Norte, que está en una precaria situación. La puja Trump/Kim Jong-un está inscripta en el cerco estratégico que el Pentágono y todas las fracciones políticas dirigentes de la burguesía están impulsando sobre China, para que ésta abra su economía a la penetración del capital imperialista y avanzar en una colonización profunda del país. Como parte de esto, vemos la mayor presencia militar de Estados Unidos en los mares que rodean a China.
Las tendencias belicistas se están desarrollando también en América Latina, como lo revela la amenaza de una invasión yanqui a Venezuela.
¿Como se traduce este cuadro en el campo político? Y más concretamente, sería importante responder al interrogante de si el mundo gira a la derecha.
La no salida de la crisis de 2007/8 y la amenaza concreta de volver a caer en otra recesión internacional ha agudizado los conflictos políticos e indica un giro en las relaciones internacionales.
Tenemos el ascenso de la derecha y la llamada ultraderecha fascitizante al poder en varios países de Europa: Italia, Polonia, Hungría y otros, y el fortalecimiento de las oposiciones encaradas por estos ultraderechistas (Alemania, Italia, España, etc.).
En la actualidad, no podemos hablar, sin embargo, de una estructuración ni una movilización masiva de la pequeño burguesía contra los trabajadores. Es necesario distinguir el carácter y la identidad fascista de ciertas fuerzas políticas, del ascenso y consolidación de un régimen fascista. En el momento actual, asistimos a la parálisis y al hundimiento de los regímenes parlamentarios y a una creciente tendencia a ser reemplazados por regímenes autoritarios bonapartistas y semibonapartistas. Este es un fenómeno generalizado no sólo en países europeos, sino también en Rusia y China como en los países ‘emergentes’: Bolsonaro en Brasil, Erdogan en Turquía. En el centro de la tormenta se encuentra Estados Unidos, con la tendencia de Trump a potenciarse como un régimen personalista, tratando de superar los controles y trabas parlamentarios, aunque esta tentativa tropieza con obstáculos crecientes.
Pero el ascenso de estos regímenes ultraderechistas y fascistoides no resuelve el problema de las tendencias disolventes de la bancarrota capitalista en curso y sus consecuencias sobre los regímenes políticos y sobre las masas.
Desde el punto de vista político, debemos hablar, no de una consolidación de la derecha, sino de una situación de alta volatilidad. El ascenso del ultraderechista Jair Bolsonaro en Brasil va acompañado por el del centroizquierdista Andrés Manuel López Obrador en México. Bolsonaro mismo aparece empantanado por el ahondamiento de las divergencias dentro de su base de apoyo, que ya tempranamente ha planteado varias crisis de gabinete.
El carácter inestable y volátil de la situación política internacional no debe taparnos, no obstante, el peligro del crecimiento de las salidas bonapartistas y semibonapartistas derechistas o fascistas, y cómo debemos enfrentarlas. Como había advertido León Trotsky en el Tercer Congreso Mundial de la Internacional Comunista en 1921, contra todo economicismo reduccionista y determinismo mecanicista, es precisamente en momentos de peligro mortal para la clase capitalista y la desintegración de la sociedad capitalista, que existe también ‘el florecimiento más elevado de la estrategia contrarrevolucionaria de la burguesía’”.
Venezuela
Un capítulo especial es el de Venezuela donde el imperialismo yanqui ha montado un amplio operativo para producir un golpe contra Nicolás Maduro y colocar un gobierno títere que garantice la entrega lisa y llana de los recursos energéticos. Ha alineado en forma cipaya a la mayoría de los gobiernos latinoamericanos. Pero, a pesar del desgaste de Maduro, no ha podido voltearlo hasta el presente. Trump ha dejado abierta todas las opciones, incluso de una intervención militar. Pero el imperialismo vacila sobre la viabilidad de esa opción sin una fractura previa de los altos mandos militares, que todavía permanecen leales al régimen.
El gobierno , entretanto, choca con los golpistas pero también con el otro polo, el de la lucha y organización independiente de los trabajadores. Maduro ha llevado la miseria de su pueblo a niveles inauditos, propios de una catástrofe o guerra.
La derrota del golpe cipayo-imperialista contra Venezuela es fundamental para todos los trabajadores de América Latina. Un triunfo golpista serviría para instaurar más abiertamente la injerencia directa, diplomática-política-económica-militar de la mano del FMI, el grupo Lima y la OEA, y la intervención directa del imperialismo.
La lucha contra el golpe imperialista debe hacerse en Venezuela sin apoyar políticamente al gobierno represor de Maduro. Por el contrario, la izquierda revolucionaria debe plantear, agitar y organizar la ejecución de las medidas que de verdad puedan derrotar al golpe. De ninguna manera se puede hacer causa común con la derecha pro-imperialista que pretende disfrazarse de defensora de la democracia.
Polarización
El escenario internacional aquí descripto es el caldo de cultivo para una creciente polarización política El polo derechista, contrarrevolucionario, con sus contradicciones, está claro. Pero el otro polo, el de la resistencia a estos planes y gobiernos, está políticamente desdibujado. Aunque está en desarrollo.
La Nación (23/2) reproduce la tapa del semanario británico The Economist que titula: “La izquierda resurge en el mundo de la mano del socialismo millennial”. Y el propio Trump tomó como eje en su discurso de polarización política (y electoral) el planteo de que “América nunca será socialista”.
Las debacles económicas provocan crisis políticas que se combinan con una inflexión en la tendencia mundial hacia la irrupción de la lucha de masas y, potencialmente, la creación de situaciones revolucionarias.
El camino de las revoluciones árabes, que fue aplastado o contenido hace casi una década, está siendo retomado. Ahora ha estallado una rebelión de proporciones en Argelia que plantea el derrocamiento del gobierno. Precedido por masivas huelgas y movilizaciones en Irán, Túnez, Irak, Jordania y ahora en Sudán.
En América Latina tenemos un ascenso de luchas en Centroamérica, producto de la crisis y las medidas pro FMI que se intentan aplicar (Nicaragua, Haití, Costa Rica, etc.).
Vemos la movilización radicalizada de las mujeres, de la juventud, de las masas empobrecidas, pero hay, aún, un gran ausente: la clase obrera. El proletariado de la gran industria no se moviliza decisivamente como clase ni en Francia ni en Brasil, ni en la Argentina. Aquí es donde se ve que actúan como bloqueo las burocracias obreras de los sindicatos y centrales obreras, crecientemente entrelazadas con el Estado.
Izquierda y estrategia
De tanto agitar el fantasma de la derecha, se olvida la responsabilidad de la izquierda en este fenómeno. No se puede explicar el ascenso de la derecha sin las políticas de desgaste y adaptación de la centroizquierda y la izquierda que posibilitan este avance.
Contradictoriamente, más avanza la crisis del capital, mayor es la tendencia a la integración política de la izquierda, buscando -inutilmente- retomar el viejo equilibrio que se ha perdido.
El avance de la derecha, ahora, es el argumento utilizado para volver a replantear su rechazo a la independencia obrera. El ‘enemigo’ es la derecha, no el capitalismo. Lo que está de moda en estas corrientes es plantear la necesidad de formar frentes antifascistas y/o contra la derecha.
Estos frentes contra la derecha, que impulsan el nacionalismo burgués y el socialismo pequeño burgués, fijan el campo parlamentario-electoral como el terreno de lucha. Pero a la derecha no se la va a derrotar parlamentariamente, sino en la lucha obrera y en las calles.
La integración de la izquierda a los frentes populares de conciliación de clases o directamente a los partidos burgueses en busca de un cargo electoral se ha ido transformando en una norma.
Los estallidos de crisis y la creación de situaciones revolucionarias plantean la necesidad de construir partidos de combate revolucionarios y la Internacional. Porque en esos momentos es donde es más importante la experiencia y la orientación de una vanguardia obrera y de la izquierda para sortear los impresionantes problemas que se plantean y llevar al poder a los trabajadores. La perspectiva revolucionaria de instaurar el gobierno de trabajadores es la gran divisoria de aguas en el seno de la izquierda mundial. La necesidad de la Internacional para apuntalar estos procesos es vital. Pongamos en pie una internacional revolucionaria: ¡la IV Internacional!