Por la refundación de la IVª Internacional

Hace un par de semanas se publicó en Prensa Obrera una carta de la organización trotskista francesa Lutte Ouvrière, de fecha 14 de diciembre, en respuesta a la que le dirigieran las organizaciones que se reunieron en Buenos Aires, en mayo de 1998, para continuar desarrollando la propuesta de refundar la IVª Internacional. A principios de marzo próximo, esta nueva carta de LO será con toda seguridad considerada en una nueva reunión de los partidos citados. El asunto sobre el que gira este intercambio de cartas tiene que ver con la invitación que fuera hecha a LO de sumarse al movimiento por la refundación de la Cuarta. En su última respuesta, LO mantiene la posición de que considera a esta posición prematura y equivocada.


Como ocurre con todo intercambio de cartas, los argumentos de una y otra parte van y vienen, independientemente del peso que cada uno de ellos tenga dentro de la cuestión esencial que se encuentre en discusión. Por eso conviene dejar los asuntos secundarios e ir al grano.


El argumento principal de LO, en esta oportunidad, sostiene que en “los últimos treinta años las tentativas de crear por proclamación una cuarta internacional han terminado en un fracaso… (y que las) proclamaciones afirmando un acuerdo político… se terminaron en rupturas y anatemas recíprocos”. En suma, gato escaldado cuando ve agua caliente llora.


Este argumento central está rodeado o reforzado con otros de menor importancia. El que le sigue en orden de mérito quizás sea el que dice que Trotsky tenía crédito político y competencia para erigirse en dirección internacional, lo que no sería el caso de sus sucesores y menos todavía el de los sucesores de los sucesores. Imaginamos lo que hubiera pensado Trotsky si se le hubiera dicho que la razón por la que consideró necesario fundar la IVª fue por evaluaciones de crédito y de competencia.


El fantasma del fracaso ha pesado singularmente en la historia de todos los fracasos. El mismo Trotsky llamó a fundar la IVª en medio de augurios de fracaso, que luego se confirmaron naturalmente con pelos y señales. Menos éxito ha tenido Trotsky en que se le reconozca la descomunal victoria que ha obtenido de mantener vigente la continuidad histórica del bolchevismo, gracias a que fundó la IVª que terminó en el fracaso.


El Oscar de todos los fracasos se los lleva naturalmente Marx, quien se murió sin llegar a ver un solo partido obrero en algun país del mundo, luego de haber invertido su vida en la elaboración científica, los programas, el desarrollo de la Liga Comunista y la proclamación de la Asociación Internacional de Trabajadores. Como los gustos hay que dárselos en vida, Marx fue un fracasado, aunque su idea de la felicidad no era, claro, un crucero por el Caribe sino la oportunidad de poder luchar por la revolución socialista. De su fracaso salieron los fundamentos teóricos y programáticos irreversibles de la lucha del proletariado por la emancipación


Otro fracasado, éste a escala cósmica y por cuadruplicado, fue Lenin. Organizó un congreso de unidad socialista, en 1902, que terminó naturalmente con una división mayor que la que había y desató dos décadas de anatemas e insultos entre bolcheviques y mencheviques, incluida una guerra civil. Pero de esa división nació el bolchevismo, o sea la forma más alta de la teoría, la práctica y la audacia revolucionarias hasta el día de hoy. Se pasó de una unidad mediocre y sin porvenir a una división clarificadora que permitió que se plantearan problemas de mayor envergadura.


Peor le fue al líder de los ojos achinados cuando planteó la necesidad de una tercera internacional luego de la traición de la Segunda. Impulsó para ello un movimiento con toda clase de organizaciones e individuos vacilantes que, cuatro años después de iniciado, contaba con menos miembros que los ya escasos de un comienzo. Pero el esfuerzo valió la pena, porque permitió al final dar vida a la IIIª Internacional, que fue a su vez un fracaso, ya que concluyó en manos del stalinismo con la colaboración de hombres y partidos que nunca habían entendido lo que era el leninismo. Este fracaso fue, sin embargo, un gran éxito, porque legó a las generaciones siguientes una base mucho más elevada para reemprender la lucha revolucionaria por la emancipación social.


Un poquito de miedo, como el vino, hace maravillas; demasiado temor al fracaso es la ruta infalible a la parálisis. ¿Por qué los revolucionarios han conseguido superar las limitaciones históricas del fracaso? Porque han sido capaces de plantear las tareas históricas que eran necesarias en su momento. Al luchar por ellas y desarrollarlas consiguieron elevar al movimiento a un plano superior, a problemas y soluciones superiores, a un estadio más alto de la conciencia histórica. El fracaso mayor o menor de sus tentativas en el plano inmediato es secundario; su resultado depende de un conjunto complejo de factores que no se pueden desenmarañar ni superar de la noche a la mañana. Pero se ha planteado la respuesta a una necesidad; aquí está el meollo del asunto. La situación histórica del momento reclama un partido mundial; lo ven todos los sectores del movimiento obrero; hasta los más burocráticos lo intuyen. Entonces hay que plantear la refundación de la IVª y luchar para refundarla. Luego de sopesar los pros y los contras de una acción para derrocar al gobierno burgués y tomar el poder, Lenin repitió a Napoleón y se dijo “vamos y vemos”, él, el hombre que sabía mejor que nadie las escasas posibilidades de victoria de una revolución confinada a la sola Rusia.


La acertada respuesta a una necesidad histórica tiene una fuerza aglutinadora que jamás podrán conseguir dos mil reuniones de cenáculos sectarios. Hoy cuando el imperialismo comprime a las masas, incluso de las metrópolis, a la máquina compresora de la desocupación en masa y de la miseria; cuando se desvanece el optimismo del Estado del bienestar social y el espejismo del neo-liberalismo; cuando se han derrumbado direcciones traidoras poderosas como el stalinismo; cuando la IVª puede cantar victoria porque ha sobrevivido a todos los infortunios; cuando estos factores se conjugan: la agenda de la vanguardia proletaria no puede ser otra que la de refundar la Internacional; re-fundar porque se trata de crear, no de nuevo, sino sobre lo ya creado, sobre sus aciertos y sus errores.


Crédito y competencia: ¿cómo se consiguen; quién los evalúa? Estamos llamando a luchar por la IVª a organizaciones que han luchado y que luchan; que incluso tuvieron más eco o éxito en el pasado que en el presente. De todos modos, no hay ningún otro terreno que pueda servir para cotejar una auténtica disposición revolucionaria internacional. Las acciones de frente único son todas necesarias y deseables; pero impulsadas con consecuencia llevan a la cuestión de la internacional.


No es cierto que un partido se construya sin proclamarse, como dice la carta, o se proclame sin construirse. Un partido que no se proclama es un movimiento, no tiene fronteras definidas y concluye reuniendo a todo lo que hay de inconsistente en la política. Por eso Lenin y Trotsky proclamaron sus Internacionales antes de construirlas, aunque ya estuvieran en construcción como proyecto en los bolcheviques o la oposición de izquierda. Un partido que se proclama sin construirse no pasa de ser un fracción parlamentaria. No estamos llamando a ninguna proclamación sino a discutir los términos y las características de una refundación de la IVª Internacional. Refundación, decimos, porque el primer intento quedó truncado por una asimilación política insuficiente. Rescatamos a todos los grupos y las sectas; a los individuos y a las fracciones que en el último medio siglo tuvieron la construcción de la IVª por mira, porque incluso con su torpeza ayudaron a mantener en la agenda la tarea revolucionaria por excelencia.


El problema esencial es caracterizar el momento histórico y las tareas que de él se desprenden; y poner en evidencia la delimitación política y de principios que esta misma situación histórica ha creado. El SU, siguiendo con retraso a la socialdemocracia y al stalinismo, se ha alineado en el campo democratizante, es decir con las palabras de orden del imperialismo. ¿Cómo van a defender el programa de transición si reniegan de la dictadura del proletariado y declaran la clausura del período histórico inaugurado por la revolución de Octubre? Lutte Ouvrière misma lo ha denunciado por abandonar el terreno de clase y del comunismo. Pero este abandono no es una operación ideológica, como quien se hace un ‘lifting’ facial, pero conserva los trazos originales. Es una toma de posición ante la situación histórica del momento. Tenemos la impresión de que LO ha reculado de su propia caracterización para poder hacer el frente con la Liga francesa en nombre de la construcción de una “Europa democrática”.


Los compañeros de LO ciertamente no han entendido las divergencias entre quienes planteamos la reivindicación de refundar la IVª. Estas divergencias demuestran la vigencia de la agenda de esa refundación, porque en torno de ella las diferenciaciones políticas son un impulso de desarrollo y mayor clarificación política; otra agenda haría retroceder las discusiones a la Edad de Piedra. Un acuerdo formal con el programa de transición no es suficiente, dice LO, y tiene razón; es por eso que ya hemos elaborado tres declaraciones programáticas, de contenido superior, para establecer un programa de refundación basado en el marxismo, en los documentos de la IIIª de Lenin y en el programa de transición.


El intercambio de cartas entre LO y nuestros partidos refundacionistas podría ser calificado por alguien como una muestra de los “anatemas y rupturas recíprocos” que caracterizaría a la vida gris de los trotskistas. Bueno, cada uno tiene derecho a decir lo suyo. Pero a nosotros nos ha servido para reforzar nuestra tesis política fundamental y para decir que el peligro no es el fracaso sino no haberlo intentado nunca.