Estados Unidos

Por qué Twitter y Facebook bloquean a Trump

La decisión de Twitter y Facebook de bloquear las cuentas de Donald Trump, en el primer caso en forma permanente y en el segundo hasta la asunción de Joe Biden, ha abierto un debate político en Estados Unidos.

El CEO de Facebook, Mark Zuckerberg, justificó la decisión en un posteo en la red social, al asegurar que el presidente había respaldado en sus publicaciones el asalto al Capitolio por parte de sus seguidores. Y cuestionó “el uso de nuestra plataforma para incitar una violenta insurrección contra un gobierno democráticamente electo”.

En tanto, Twitter se refiere a dos mensajes emitidos por el magnate el 8 de enero, uno de ellos en que califica de “patriotas” a sus votantes y otro en que dice que no asistirá al traspaso de mando el 20 de este mes. La red ubica esos mensajes en el contexto del ataque al Capitolio -los “patriotas” serían los atacantes- e interpreta que estos contenidos “incitan” y “glorifican” la “violencia política”. A su vez, durante el mismo 6 de enero, día de la irrupción en el Capitolio, Twitter y Facebook ya habían suspendido la cuenta de Trump durante algunas horas.

En repudio a la decisión de estas empresas, muchos seguidores de Trump se pasaron a la red social Parler, un espacio que venía en crecimiento, captando la migración del público derechista desde las redes principales. Pero en estas horas, fue desactivada debido a que Amazon le quitó el acceso a sus servidores (Apple y Google ya habían retirado a la aplicación de sus tiendas).

Trump supo hacer de su cuenta personal en Twitter (@realdonaldtrump) un importante vehículo de su propaganda y acción política, usándola incluso como una tribuna frente a los grandes medios, con los que está enfrentado. La red se vio favorecida por la amplia interacción que creaban sus mensajes. Y empezó a sufrir una presión desde el arco político demócrata para que pusiera un límite a las llamadas “fake news” y ataques que partían del presidente en las redes.

Ni Twitter ni Facebook cuestionaron en ese tiempo la violencia política a la que incitaba Trump, ni contra las movilizaciones por el asesinato de George Floyd, ni contra los migrantes, las mujeres, ni tampoco el respaldo a las incursiones imperialistas del presidente norteamericano.

Ya en ocasión de la última campaña presidencial, Twitter y Facebook habían empezado a etiquetar algunos mensajes del líder republicano que aludían a la posibilidad de un fraude electoral, alertando sobre posible información falsa. Esto se encuadró en el alineamiento generalizado de los sectores de las tecnológicas en favor de Biden en la campaña electoral.

Sería ingenuo pensar que, al bloquear las cuentas de Trump tras el ataque al Capitolio, estas grandes compañías han hecho un acto de fe antifascista. Incluso los términos en que se condena a Trump son bastante ambiguos, limitándose en muchas de las fundamentaciones que han dado los ejecutivos a una condena genérica a la “violencia”, lo que deja la puerta abierta a futuras manipulaciones contra los luchadores antifascistas de los Estados Unidos.

La campaña de Trump por el desconocimiento del resultado electoral se extendió incluso desde antes de que se llevaran adelante las elecciones. Fue una campaña de contenido objetivamente golpista.

Las empresas de redes reaccionaron cuando la tentativa de Trump había sido enterrada tanto por el resultado de las elecciones en Georgia como por el alineamiento mayoritario de la cúpula del partido republicano y las fuerzas de seguridad en favor de la asunción de Biden. O sea, las “redes” bloquearon a un Trump caído en desgracia, de ninguna manera se enfrentaron con las expresiones de violencia estatal del mandatario en la cima de su poder. La acción de Facebook y Twitter dejó correr todas las tendencias fascistas con Trump en el poder para proscribir sus posiciones cuando está en el ocaso de su mandato y su iniciativa fracasó.

Aunque en este debate las cosas aparecen mezcladas, hay que trazar una distinción entre la expresión de posiciones políticas, por más reaccionarias y aberrantes que sean, de lo que constituye un operativo golpista de corte fascista (que es lo que hizo Trump).

Rechazamos la censura de las opiniones políticas, defendemos la libertad de opinión, incluida de los fascistas, pero somos partidarios de aplastar al fascismo cuando éste pasa a la acción directa.

Consideramos legítimo, en este caso, apelar y valerse de todos los medios de coacción disponibles (incluido en los medios de comunicación) para derrotar una movida reaccionaria. Por supuesto, como lo ha probado infinidad de veces la historia, la principal garantía para aplastar estas tentativas pasa por el frente único, la organización de la autodefensa de los trabajadores y la movilización popular. La conducta de los demócratas y en general de todos aquellos que se autoproclamaron abanderados de la democracia fue en el sentido inverso, evitando que la población ganase la calle.

En el Congreso norteamericano están en discusión actualmente las prácticas monopólicas de las grandes tecnológicas. En dicho debate, Biden es visto como uno de los personajes que considera prematura cualquier partición de las compañías y promueve en cambio regulaciones más suaves.

Alrededor de las redes y la tecnología se desenvuelve una inmensa puja global. Trump, que ahora denuncia censura por parte de Facebook y Twitter, inició una cruzada contra la aplicación china Tik Tok no ha mucho tiempo, impulsando medidas políticas y judiciales para impedir su utilización.

Los choques sociales y contradicciones en el imperialismo norteamericano han colocado la censura oficial y la de las empresas tecnológicas a la orden del día. La lucha por las libertades democráticas está unida en forma indisoluble a la lucha contra el estado imperialista y represor en los Estados Unidos, por un lado, y al fascismo de Trump, que es su versión más degradada, por el otro.