Por qué Wall Street apoya a Clinton

A dos meses de las elecciones presidenciales, Clinton lleva una ventaja de más de 15 puntos sobre el republicano Bob Dole y ni siquiera lo diferentes escándalos que los afectan parecen alterar esta diferencia.


La explicación más difundida de la virtual reelección es que “la economía norteamericana está en su mejor momento de las últimas décadas”, resume una opinión unánime el Financial Times (20/8).


Desde la asunción de Clinton, sin embargo la economía ha estado creciendo a una tasa promedio del 2%, casi la mitad de la tasa entre 1982/89 (3,75% anual) y muy lejos del promedio de la década del 60 (4,4%). Aunque el desempleo ha caído al 5,5%, esta cifra era considerada como ‘alta’ hasta la depresión de 1970. Estos números,  no toman en consideración, sin embargo, que “más de un millón de hombres  han abandonado la fuerza laboral en EE.UU. … demasiado desanimados para buscar trabajo” (The Wall Street Journal, 13/6). Los empleos que se han creado, la mayoría en las ramas de servicios, son descalificados, precarios, sin beneficios sociales y de bajos salarios, y vienen a reemplazar a los 600.000 puestos que se pierden anualmente en las grandes empresas industriales. La masiva creación de ‘empleos basura’ ha provocado, en primer lugar, una sensible disminución del aumento de la productividad global de la economía norteamericana: mientras entre 1960 y 1973, la productividad global creció al 2,9% anual, bajo Clinton ese incremento se ha reducido al 1,1%. En  segundo lugar, como consecuencia de la creación de ‘empleos basura’, los ingresos de los trabajadores y su participación en el ingreso nacional continúan en caída. Estos números, por sí mismos, no pueden asegurar ninguna reelección.


Pero ocurre que Clinton es ‘el’ candidato de Wall Street y de las grandes corporaciones. Después del fenomenal fracaso que sufrió su promocionado plan de reforma de la salud por la oposición de los grandes pulpos farmacéuticos, Clinton se amoldó exactamente a los dictados de la Bolsa y el ‘big business’. Cuando la baja del dólar frente al yen amenazaba con tumbar a la Bolsa norteamericana, el gobierno impuso el necesario ‘correctivo’; cuando el colapso mexicano amenazaba con esfumar en pocas horas los capitales de los grandes especuladores norteamericanos, Clinton montó un salvataje de 15.000 millones de dólares, que será puntualmente pagado por los contribuyentes. Como consecuencia de la política oficial, “a los inversores en EE.UU. nunca les fue tan bien como con Clinton … la industria norteamericana de los intermediarios de Bolsa obtuvo una ganancia récord de 19.200 millones de dólares desde principios de 1993 hasta el primer cuatrimestre de 1996 … mucho más que los 13.700 que ganó bajo Bush y los 13.300 del segundo mandato de Reagan” (Ambito Financiero, 10/6).


Clinton se anotó otros ‘porotos’ ante los grandes capitalistas en el terreno comercial. Contra la oposición de la burocracia de los  sindicatos y de su propio partido puso en marcha el Nafta con México y Canadá y obtuvo importantes concesiones comerciales japonesas, en particular en el terreno automotriz. En el plano de las relaciones con los trabajadores, Clinton reforzó la legislación antihuelgas y, sobre todo, lanzó un brutal ataque contra la seguridad social (límites al seguro de desempleo, reducción y hasta anulación de la ayuda a familias pobres, madres solteras o solas, jubilados, veteranos de guerra e inmigrantes), que afectará a casi 25 millones de norteamericanos.


Clinton es, por  todo esto, el candidato de los grandes capitalistas norteamericanos. Esto explica que la campaña de su rival republicano se encuentre “casi sin fondos”  (Business Week, 6/5), y que hasta sea “incapaz de financiar una amplia campaña publicitaria” en California, el principal estado norteamericano por su peso electoral (The Wall Street Journal, 24/7). La prensa, casi sin excepciones, saca a la luz la aguda división del partido republicano … mientras oculta piadosamente la de los demócratas.


Los republicanos han empezado a encontrar oposición incluso en aquellos sectores que históricamente le son afines. En California, un estado históricamente republicano, “el disgusto de los californianos por Dole ayuda a Clinton a ganar votos, incluso entre los republicanos” (ídem). Las más severas críticas al programa económico de Dole –su principal punto es una reducción de los impuestos del 15%– proviene de los grandes círculos capitalistas: “el mercado de la deuda y muchos administradores de fondos de inversión temen una victoria republicana”, afirma The Wall Street Journal (22/8). Le Monde (27/8) confirma: “Wall Street se opondría a una fuerte baja de los impuestos”. Business Week, en una serie de artículos, califica como “pésimo” al programa económico de Dole, el cual, dice, provocaría “inflación, suba de las tasas de interés, caída del ahorro nacional, aumento del déficit presupuestario” y hasta “un deterioro de largo plazo de la potencia de la economía”.


Libertades


El partido republicano está dominado por la extrema derecha religiosa, que le ha impuesto un violento programa de ataque al derecho al aborto, a la seguridad social y a los derechos sociales y políticos de las minorías. Un ejemplo: los republicanos pretenden imponer la obligatoriedad de la enseñanza de la religión en las escuelas públicas.


Semejante programa de liquidación de las libertades públicas es inviable en el actual cuadro político. El gobernador republicano de California, por ejemplo, se vio obligado a dar marcha atrás a sus planes de prohibir el acceso de los inmigrantes a la educación y a la salud públicas como consecuencia de las masivas manifestaciones de repudio que provocó y del rechazo de los médicos y de los maestros. Los ataques de los grupos extremistas católicos contra las clínicas en que se realizan abortos –donde incluso fueron asesinados médicos y enfermeras– son violentamente repudiados por la inmensa mayoría de la población, de la misma manera que la quema de iglesias de las comunidades negras en el sur producidas este año.


En las elecciones parlamentarias de 1994, los republicanos aprovecharon la decepción de los izquierdistas y liberales que habían votado por Clinton para apoderarse de la mayoría del Congreso. Pero esta victoria se ha convertido en una de las causas de su derrota: “la creciente impopularidad del Congreso republicano refleja que su credo extremista es políticamente invendible” (The Economist, 10/8).


Una economía en crecimiento apenas vegetativo y una población trabajadora dispuesta a defender sus derechos democráticos, sociales y políticos: éste es el cuadro de crisis en que Clinton comenzará  su  segundo mandato.